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Mostrando entradas de septiembre, 2024

La loca fría

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 Con el corazón de niña y el alma de mujer, así se siente una cuando crece. El corazón, el alma y la mente funcionan por separado. Dejando de lado el alma que tiene su propio camino, el órgano torácico y el de la cabeza se llevan a matar. ¡Menudas discusiones tienen día a día! La mente siempre sensata toma decisiones frías, aunque la mayoría de las veces acertadas. Luego tenemos al señor Corazón, siempre caliente, atrevido y alocado, que las determinaciones las toma con brío, y por supuesto no siempre con acierto.  ¿Si se hicieran novios? ¿Si tomaran el mismo camino?  Vamos a imaginar… El señor Corazón y la señora Cabeza se unen en matrimonio para ir toda la vida de la mano. No habrá discusiones, la cabeza se calentará un poco y el corazón se entibiará perdiendo su celeridad.  Nos enamoraríamos con la cabeza y estudiaríamos con el corazón.  No sé, no me termina de convencer este casamiento… Voy a seguir siendo la loca de la cordura o quizás la fría enamorada.

Un favor

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 Estaba marcado en el calendario como un día especial. Le hacía mucha ilusión, pero tenía sentimientos encontrados.  La cena sería agridulce. Romana viajaría a la Antártida por trabajo, quedándose allí durante seis meses.   Se alegraba muchísimo por su amiga, ya que ir a aquel paraíso era su gran sueño.  Así lo llamaba ella, el paraíso de la fotografía. No obstante, se sentía triste por la separación, ya que hacían muchos planes juntas, se contaban sus problemas y no eran capaces de quedar solo para media hora.  —¿Ya has preparado la maleta? Acuérdate de meter preservativos y el “satisfyer”—. Le dijo entre risas.  —¡Práxedes, por Dios! Decide o condones o “el Pepe”—Le respondió simulando asombro.  —¿El Pepe? ¿Así llamas al aparatito?  Mira linda, no hay que cerrar puertas, si te sale plan usas condón, pero si son demasiado fríos…—Y aquí tuvo un ataque de risa que le provocó una escandalosa tos.  —Contrólate que te vas a ahogar—Siguió su amiga que por poco le escupe el vino en la cara a

sencilla

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 Se levantó contenta. Era su cumpleaños. Tras una ducha con jabón oloroso se dispuso a secarse el cabello. Un pelo negro y sedoso, siempre recogido, que hoy soltará para que los rizos le caigan libres sobre sus hombros. Un maquillaje ligero, con apenas un toque de color en los ojos, y los labios con un brillo que resalte su color natural. La camisa de un rosa pálido hace que sus pantalones vaqueros tomen protagonismo. Todo esto combinado con unas zapatillas de lona blanca. En el pequeño bolso llevará lo imprescindible. Sale de casa sin ser vista, con la misma alegría y decisión, que miedo. Una hora más tarde, el maquillaje es un recuerdo, y por traje tiene hematomas de diferentes tamaños conjuntados con los coágulos de sangre procedentes de las heridas. Sus ojos hinchados apenas le permiten ver el lugar donde esos monstruos le han arrojado. Con gran esfuerzo intenta ponerse en pie, pero solo consigue quedar temblorosa y a cuatro patas. No puede creerlo. Esos iracundos no tardaron ni me

Los sueños no se cumplen

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 Ella no recuerda la vida sin danza. Cuando apenas había dejado los pañales, el ritmo inundó sus venas. Al principio fue un juego, luego vinieron los concursos y los éxitos. A sus 20 veranos tenía la energía sin estrenar. Tras los ensayos, corría de clase en clase con la intención de terminar la carrera, que como condición para seguir bailando le pusieron sus padres.   Era jueves y, el cumpleaños de su madre, le tenían preparado una fiesta sorpresa. No se cumplen 50 años todos los días.   Al salir de clase subió al coche, metió primera y puso rumbo a las afueras. Allí es donde toda la familia recibiría a la cincuentona.   La carretera estaba despejada, aunque con los restos de la lluvia caída por la mañana. Iba algo justa de tiempo, no había tráfico, pisó un poco más el acelerador, en ese momento, de la nada, un pequeño jabalí salió a la carretera.  Un ligero movimiento del volante hacia la derecha y un brusco giro a la izquierda hizo que el coche se saliese de la calzada. El pequeño b

Tarde de calor

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 Con este calor lo único que me apetece es mirar por la ventana con un vaso que me refresque. Viendo pasar a la gente con ropa ligera y tomando un helado, recuerdo los momentos vividos con mis hijos, cuando tomar un helado era un lujo.  Mi marido hacía doble turno para que ellos pudiesen disfrutar de un verano feliz, bueno, también ¿por qué negarlo? Para no aguantar los gritos infantiles, las peleas entre hermanos, tener que poner límites continuamente. Todo eso lo hacía yo durante el día. Cuando llegaba la noche con su beso de antes de dormir y un par de mimos ya era el padre perfecto. Conmigo, en cambio, todo eran reproches. El único momento que no gritaba enfadado era en la cama mientras sus movimientos rítmicos le aseguraban un relajado descanso. Descanso que yo aprovechaba para hacer la comida que se llevaría al trabajo el día siguiente.   Miro el vaso vacío en mi mano, con cuidado lo lleno de nuevo, esta vez el hielo es el protagonista.   Al morir mi marido, los niños ya eran may