sencilla

 Se levantó contenta. Era su cumpleaños. Tras una ducha con jabón oloroso se dispuso a secarse el cabello. Un pelo negro y sedoso, siempre recogido, que hoy soltará para que los rizos le caigan libres sobre sus hombros. Un maquillaje ligero, con apenas un toque de color en los ojos, y los labios con un brillo que resalte su color natural. La camisa de un rosa pálido hace que sus pantalones vaqueros tomen protagonismo. Todo esto combinado con unas zapatillas de lona blanca. En el pequeño bolso llevará lo imprescindible. Sale de casa sin ser vista, con la misma alegría y decisión, que miedo.

Una hora más tarde, el maquillaje es un recuerdo, y por traje tiene hematomas de diferentes tamaños conjuntados con los coágulos de sangre procedentes de las heridas. Sus ojos hinchados apenas le permiten ver el lugar donde esos monstruos le han arrojado.

Con gran esfuerzo intenta ponerse en pie, pero solo consigue quedar temblorosa y a cuatro patas.

No puede creerlo. Esos iracundos no tardaron ni media hora en detenerla. Eran cuatro, la tiraron del pelo y arrastrándola varios metros, la llevaron a un callejón cercano. El primer puñetazo fue el más doloroso; luego vinieron muchos más. La camisa apenas puso resistencia para abandonar su cuerpo.  Con el pantalón no tuvieron la misma suerte, se agarraba a ella como si quisiera protegerla. Con las pocas fuerzas que le quedaban intentó resistirse, sin embargo, ellos estaban cegados por la ira. El más alto fue el primero, después le siguieron los demás.

Al terminar, la arrastraron sin ningún cuidado hasta el auto en el que la introdujeron. El trayecto fue corto. Al poco tiempo la arrojaron en la habitación oscura donde ahora se encuentra. A través del zumbido de sus oídos ha escuchado la palabra “juicio”.

En realidad, ya sabe a qué tipo de juicio se refieren, es más, sabe la sentencia que le aplicarán.

Se percata de que no está sola en la habitación. Por entre sus hinchados párpados vislumbra el cuerpo de otra persona.

—Hola —pronuncia con un dolor intenso en la boca.

—Hola —le contesta muy bajito la otra chica.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —Pregunta, aunque en realidad no quiere saber. 

—He perdido la noción del tiempo, creo que unas horas, pero puede que sean días.— Le dice sin ganas.

—Y a ti, ¿por qué te han detenido?—Le sigue preguntando.

—Qué más da. No les hace falta un motivo. Para ellos ser mujer ya es suficiente excusa.—Le susurra.

Han pasado dos días. Ninguna ha comido ni bebido nada.  Aunque sí han recibido varias visitas en las que les obligan a abrir las piernas, y por turnos se les ponen encima entre risotadas. Algunos van más allá y dándoles la vuelta las penetran sin ningún cuidado, provocando desgarros en su ano.

Hoy, algo ha cambiado; les han dejado una bandeja con un pedazo de pan y un vaso de agua.

—Mujeres, el juicio se ha celebrado y la sentencia se cumplirá al atardecer. Les informa una voz ronca y monótona, al tiempo que les arroja un par de bultos a los pies de cada una. —Esa es la ropa que llevaréis. La única que una mujer debe llevar.

 Sin apenas fuerzas extienden la tela oscura que el funcionario les ha dejado. Se ayudan mutuamente para hacer coincidir con los ojos una especie de rejilla que hay en el centro.

 

 Con el burka puesto las llevan a la vía principal. A la hora en qué más peatones pasan por allí, en especial se aseguran de que el público sea femenino.

 Una pistola con las entrañas de hielo se sitúa delante de sus ojos; disparan sin previo aviso. Las dos jóvenes caen desmadejadas al suelo. Algunas dan un pequeño sobresalto, otras bajan la cabeza y otras siguen su camino, disimulando el miedo a ser las siguientes. 

Esto es Afganistán en 2024. Hoy mismo puede estar pasando esto mientras tú lees este relato.



Comentarios

  1. La verdad que si Está pasando y a nadie le importa Ni a los gobiernos Otro genocidio.... gracias por recordarlo Que no se olvide

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