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Mostrando entradas de julio, 2024

Pepe

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  Son las fiestas del barrio. Hoy todo son risas. Rodeada de las chicas, mis amigas, todo es divertido.   Llevo puesto el vestido de los domingos y he estrenado pendientes. En el grupo se comenta el atuendo de cada una, aunque solo de pasada. Estamos más atentas a los chicos. Cada una tenemos echado el ojo a uno, aunque todas estamos locas por el mismo. Pepe, el chico rubio y de ojos claros que destaca de entre el resto de los chicos. Su sonrisa nos hace temblar, bueno me hace temblar a mí a las demás les hace babear. Entre las chicas también hay una hermosura aria.   Charo, una chica alegre y simpática; su pelo dorado y sus ojos azules nos hacen pensar que sin duda harían una pareja perfecta. Estamos sentados en corro mirando la pulsera de hilos que Pili se ha hecho. Al volvernos notamos que los chicos están susurrando entre ellos. La verbena ha empezado hace un rato y la música comienza a animarnos.   Todos bailan a lo loco, pero yo eso de bailar suelto no se me da bien. Tengo la

Una caja de madera

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 Mi padre siempre tenía entre las manos un pedazo de madera. De ese inerte tronco salían todo tipo de piezas, desde mi primera peonza hasta la tabla de cortar la carne, pasando por la mesa del salón. Hubo una temporada en que en mi casa se hablaba mucho de una caja. Yo no sabía de qué caja hablaban, pero cuando estábamos relajados en el sofá, ya después de todo el día faenando, salía el tema. —Mujer, ¿es necesario? —Preguntaba a mi padre. —Por supuesto que es necesario. —Respondía contundente mi madre. —Tres dentro de una más grande — Explicaba mi padre moviendo las manos. —Sí, cada una que se pueda sacar y meter. Con tapa, no te olvides de la tapa. —Le insistía. Durante unos cuantos días iban dándose detalles de aquella misteriosa caja. Si alguno de nosotros preguntábamos, siempre era la misma respuesta. —Son cosas nuestras. Lo que sí sabíamos era la existencia de una puerta secreta en el taller de papá. La puerta era pequeña, aunque a los hermanos nos parecía algo grande para un rató

Una excursión marítima

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 Un anuncio en el paseo marítimo es lo que acercó a los clientes a la pequeña embarcación. Se adentrarían en alta mar, lo justo para avistar algún osado cetáceo.   Ese día a la embarcación subieron seis pasajeros. El capitán echó un vistazo a su pasaje y encogiéndose de hombros se puso en marcha.  Una pareja que apenas había despedido la adolescencia se hacía arrumacos ante la mirada de la mujer entrada en kilos, que las raíces de su melena dejaban asomar que ya no era tan moza. El hombre barrigudo que tenía al lado no despegaba los ojos de la pareja de enfrente. Un hombre vestido informal sin restar elegancia a su porte. Le acompañaba una mujer con exceso de maquillaje y un abultamiento en el cuello que le tenía hipnotizado.  —Ya hemos llegado al lugar donde suelen saltar algunos delfines, aunque hay que tener en cuenta que no siempre acuden a la cita. —Se dirigió a ellos el capitán de la embarcación.  —Allí, allí—Comenzó a gritar señalando con el dedo la más joven del grupo.  Todos s

Huevo

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Tengo una amiga huevo. Sí, huevo, has leído bien. Me explico.  Hay personas huevo, no son difíciles de identificar. Son aparentemente secas y hasta, bordes. ¿Por qué huevos?  Cuando vas a un corral y recoges un huevo, en general están sucios de heces de gallina, con restos de paja pegados. ¡Vamos! Nada agradable. Lo recoges con cuidado, lo limpias con esmero y te lo llevas. Ya sabes que tienes que tener cuidado y no golpearlo o se romperá. En su interior está lo que de verdad importa. Bien, pues las personas huevo son algo así, pero al revés.   Si alguien se acerca y les hace daño, su cascarón se hace mucho más duro. Para llegar a ese tesoro que tienen dentro tienes que acariciar ese caparazón. Limpiarlo de seriedad, pasarle el paño de la confianza y arroparle con el calor de la aceptación. Así muy poco a poco te mostrará su interior. Esa preciosidad que protege debido al daño recibido.  Así es mi amiga. Tengo la inmensa suerte de haber vislumbrado algo de ese tesoro y es tan hermoso,

El peluquero

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 El silencio poco habitual protagoniza la jornada. Normalmente, el bullicio de la clientela, el ruido de maquinillas y secadores lo impregna todo. Ciro, el peluquero por cuyas manos han pasado jugadores de futbol, albañiles, policías y hasta algún famoso actor; hoy está serio y callado. Aún queda algún resto de sangre, aunque su afán por borrar las huellas de lo sucedido le ha agrietado las manos. Un cliente entra algo asustado por el ambiente perturbador que se respira. Se acomoda en el asiento que le indica Ciro, después de quitarse la pesada cazadora. —Buenos días, ¿Qué quieres hacerte? —Le pregunta intentando volver a su rutina. —Buenas, me gustaría cortar por los lados y por detrás, y algo más largo por arriba— Comienza a explicar. — En la parte más corta me gustaría un par de rayas o algún dibujo, me han dicho que en esta barbería sois especialistas en hacer cosas chulas. Ciro mira la cara que se refleja en el espejo y con una sonrisa impostada, afirma con la cabeza. —Perfecto, ¿