El peluquero
El silencio poco habitual protagoniza la jornada. Normalmente, el bullicio de la clientela, el ruido de maquinillas y secadores lo impregna todo.
Ciro, el peluquero por cuyas manos han pasado jugadores de futbol, albañiles, policías y hasta algún famoso actor; hoy está serio y callado.
Aún queda algún resto de sangre, aunque su afán por borrar las huellas de lo sucedido le ha agrietado las manos.
Un cliente entra algo asustado por el ambiente perturbador que se respira. Se acomoda en el asiento que le indica Ciro, después de quitarse la pesada cazadora.
—Buenos días, ¿Qué quieres hacerte? —Le pregunta intentando volver a su rutina.
—Buenas, me gustaría cortar por los lados y por detrás, y algo más largo por arriba— Comienza a explicar. — En la parte más corta me gustaría un par de rayas o algún dibujo, me han dicho que en esta barbería sois especialistas en hacer cosas chulas.
Ciro mira la cara que se refleja en el espejo y con una sonrisa impostada, afirma con la cabeza.
—Perfecto, ¿alguna idea del dibujo? — Le pregunta mientras echándole la cabeza ligeramente hacia atrás, le acomoda en el lavacabezas.
— Bueno, tengo un dibujo que me gustaría que me hicieras, aunque no sé si se podrá. _ Le comenta bajando la voz.
— Luego me lo enseñas y te digo. Aquí hemos hecho dibujos de todo tipo con la maquinilla y algunos a navaja. — Le iba contando cada vez más relajado.
Eso era su vida, es lo que siempre quiso hacer. Su fama entre los jóvenes se había extendido tanto que no le faltaban clientes con peticiones extravagantes. No obstante, ¿quién era él para juzgar? Allá cada cual, con su imagen, él no juzgaba. Es cierto que algunas cosas le superaban e intentaba que el cliente se lo pensase dos veces. Como aquella vez que vino un joven moreno con abundante cabello y le pidió que le rapase todo al uno, menos una zona, justo encima de la frente donde quería al tres, pero que ese corte tuviera forma de pene. Ciro no sabía si era de broma. El chico lo repitió muy serio y le dijo que si él no lo quería hacer ya encontraría otra barbería donde se lo hiciesen. Claro que se lo hizo y quedó estupendamente, hasta le pidió una foto para poner en el expositor. El barbero se estuvo riendo con la foto hasta que el cliente volvió y le pidió que le hiciese el mismo corte, pero esta vez con unas tetas como dibujo. Ciro no puso pegas, solo le pidió que le enseñase exactamente las que quería llevar en su cabellera. Ese día ya no le hizo gracia, solo le dio mucha pena de ese tipo de clientes. Queriendo ser originales hacen un ridículo monumental.
La voz del cliente que tenía entre las manos le hizo volver al presente.
—Hoy está esto muy tranquilo—comentó sin otro propósito que romper el silencio.
—Sí, parece un día tranquilo—Le contestó sin querer entrar en detalles.
Bien sabía él cuál era el motivo de esa tranquilidad. Mientras aclaraba la cabeza del chico y le regalaba un relajante masaje en el cuero cabelludo, su mente viajó a escasos días antes. Todo era ruidos y voces de los muchos clientes que en ese momento se encontraban dentro del local. La campana de la puerta apenas se escuchó cuando un nuevo cliente entró. Su aspecto no era muy diferente al de cualquier otro asiduo de la barbería. Al acercarse uno de los empleados para tomarle nota y decirle el tiempo que le quedaba de espera, el susodicho sacó un cuchillo grande y sin decir palabra se lo clavó al chaval en el cuello. La sorpresa y el impacto de lo sucedido fue tal que nadie reaccionó hasta que el agresor ya había salido corriendo. Unos gritaban pidiendo ayuda, otros intentaban en vano detener la hemorragia del desgraciado y alguno salió en persecución del atacante.
—Siéntate en esta silla—Le indicó al único cliente de ese día. Me quieres decir cuál es el dibujo que quieres que te haga en el pelo.
El chico bajó los ojos, metió la mano en el bolsillo y sacó un papel doblado. Ciro lo tomó en sus manos y lo desplegó con cuidado. El papel milimetrado contenía varias líneas más marcadas. El barbero no entendía muy bien lo que aquel joven quería, ya que lo que tenía entre manos parecía un electrocardiograma. No entendía mucho, pero aquellos dibujos eran un dibujo de los diferentes impulsos eléctricos del corazón de alguien.
—Te has confundido al darme el papel. Este es un electro de alguien. —Le dijo a su cliente.
—No me he equivocado, quiero este dibujo—Le dijo señalando uno de los garabatos que allí había.
Ciro, aunque extrañado no hizo más preguntas, se limitó a imitar aquellas líneas en la cabeza de su cliente. Este no dejaba de sonreír muy satisfecho.
—¿No es bonito el corazón de mi abuelo? —Le comentó el chico cuando le quedaba poco para terminar.
—¿Este electro es de tu abuelo?, ¿le vas a dar una sorpresa? Seguro que le gusta el detalle. —Le dijo entendiendo un poco la idea del chico.
—No lo podrá ver. —Le contestó entristeciendo el rostro. Falleció hace unos días.
—Vaya, lo siento mucho. —Le dijo Ciro bajando la voz.
—Tú lo conocías, era cliente de esta barbería hace muchos años.
—¿En serio?, ¿cómo se llamaba tu abuelo?
—Siempre le cortaba el pelo un chico muy simpático, que por cierto hoy no lo veo por aquí.
A Ciro se le fue el color del rostro al darse cuenta de que hablaba del empleado asesinado hace tan poco tiempo.
—Mi abuelo se llamaba Mateo. ¿Te acuerdas de él? Era alto, tenía el pelo cano, pero abundante. Siempre se hacía el mismo corte. Bien corto por detrás y la parte de arriba peinada hacia adelante. Las patillas bien recortadas. También le arreglabais la barba.
La mano de Ciro comenzó a temblar justo al acabar la última raya del dibujo. El recuerdo de Mateo y el mal rato que le hizo pasar su empleado le invadió la memoria.
El hombre entró como tantas veces, se sentó en el asiento indicado. Razvan le lavó la cabeza y comenzó con su habitual cháchara. Al ver pasar a un chico alto y apuesto que se asomó al escaparate de la barbería, Razvan levantó la mano para saludarle, pero el curioso se fue sin responder al saludo.
—¿Ha visto Mateo, ese joven tan guapo? Aquí se hace el tímido.
—¿Le conoces? —Le pregunta el viejo.
—Ya lo creo, nos conocemos bien. Ya te digo que en la calle parece formal y tímido, pero en la cama es una fiera. —Le dijo con una sonrisa picarona.
La cara del viejo se crispó. Los nudillos blancos por la fuerza con que se agarraba al asiento pasaron desapercibidos a Razvan que seguía con la cháchara.
—¿Hace mucho que estás con ese chico? —le pregunta Mateo.
—Estar lo que se dice estar, bueno, ya sabe, hoy en día no hay relaciones en serio. Con él han sido unas cuantas noches locas y ya. Me dijo que tenía que ser discreto y a mí eso no me va. Yo voy con la cabeza bien alta, no me escondo de lo que soy ni con quién estoy. Así que lo dejé.
—O sea que, ¿ya no estás con él? ¿Ese chaval es igual de marica que tú? Y quiere ser discreto. —le aclara el cliente para estar seguro de haber entendido bien.
—¿Qué si es maricón? Ya lo creo, pero de esos que están metidos en el armario y que la llave la tiene su familia. Nada, ese no sale ni que se queme la casa.
El viejo se levantó con brusquedad, pidió la cuenta, aunque no le había terminado de arreglar la barba.
— Tú no te volverás a acercar a ese chico. Sí, su familia lo retiene dentro del armario, aunque pronto muy pronto saldrá del armario y de su familia. —Le dijo con el dedo índice acusador delante de la nariz de Razvan.
De nuevo la voz del chico le trajo al presente.
— Ese electro es el último que le hicieron en urgencias antes de fallecer. El otro día, al salir de aquí, llegó a casa y al ver a mi hermano, se le descompuso el semblante. El nieto maricón, así le llamó. Mi hermano no sabía qué hacer y se le enfrentó. Se gritaron como nunca había visto gritar nadie. Dijeron tantas cosas dolorosas que mi hermano se fue de casa. Al día siguiente le encontraron colgado en la estación vieja. Encontraron un cuchillo ensangrentado a sus pies. Al enterarse mi abuelo, su corazón no soportó ni el dolor ni el remordimiento. Ahora estarán juntos. —Todo esto lo contó mirando a través del espejo la cara de su peluquero.
A esas alturas las lágrimas de ambos corrían sin pudor por sus rostros. El dolor de ambos fue compartido. Nada justificaba la muerte de su empleado, tampoco el dolor que sin querer había provocado.
—No creas que estoy o estamos toda la familia, orgullosos de lo que mi hermano hizo. No, nunca ha sido violento, solo que el dolor que le produjo las palabras de mi abuelo le desequilibró de tal manera que dejó de ser él. Ojalá no se hubiese asomado aquel día al escaparate. Y sobre todo ojalá hubiese confiado en su familia.
Siempre es un dolor la muerte y más si es sin un razón
ResponderEliminarQ bien este nuevo relato Empiezas fuerte 😘