Una excursión marítima

 Un anuncio en el paseo marítimo es lo que acercó a los clientes a la pequeña embarcación. Se adentrarían en alta mar, lo justo para avistar algún osado cetáceo. 

 Ese día a la embarcación subieron seis pasajeros. El capitán echó un vistazo a su pasaje y encogiéndose de hombros se puso en marcha. 

Una pareja que apenas había despedido la adolescencia se hacía arrumacos ante la mirada de la mujer entrada en kilos, que las raíces de su melena dejaban asomar que ya no era tan moza. El hombre barrigudo que tenía al lado no despegaba los ojos de la pareja de enfrente. Un hombre vestido informal sin restar elegancia a su porte. Le acompañaba una mujer con exceso de maquillaje y un abultamiento en el cuello que le tenía hipnotizado. 

—Ya hemos llegado al lugar donde suelen saltar algunos delfines, aunque hay que tener en cuenta que no siempre acuden a la cita. —Se dirigió a ellos el capitán de la embarcación. 

—Allí, allí—Comenzó a gritar señalando con el dedo la más joven del grupo. 

Todos se giraron hacia donde indicaba. Y unos peces grandes les regalaron el espectáculo de su juego diario. Cuando los animales se adentraron en su vida marina, el grupo recobró la calma. Volvieron a sus respectivos asientos. 

—¿Dónde está tu acompañante? —Preguntó el capitán al hombre elegante. 

Este se giró bruscamente para percatarse de que su maquillada chica no estaba a su lado.  Miró a su alrededor y algunos se asomaron por la borda con la esperanza de localizarla nadando. 

—Por aquí no la veo—dijo la joven y la señora añosa. 

—Por este lado tampoco está—gritaron los otros. 

—Calma—pidió el capitán. —No se puede haber esfumado. Oye tú, chavala, ¿dónde está tu novio? —Dijo esto moviendo la cabeza como si estuviese poseído. 

La chavala, en cuestión, comenzó a gritar el nombre del chico, llevándose las manos a la cara y cambiando el peso de una pierna a otra. Todos se giraron hacia donde unos segundos antes estaba el más joven del grupo.  El estupor iba invadiendo a los pasajeros y la incredulidad al dueño de la embarcación. 

Un fuerte ruido interrumpió el alboroto. Las miradas se dirigieron hacia popa, una humareda emergía de esa parte. Varios ojos asustados se clavaron en el comandante. 

—Tranquilos, el humo puede ser de una pequeña fuga de aceite. —Dijo en un vano intento de sosegar al personal. 

—El hombre elegante que estaba ahí, ¿dónde se ha metido? —Preguntó la chica que ya era incapaz de controlar los nervios. 

No era posible que sus pasajeros se volatilizasen. Esta vez el elegante caballero había dejado un rastro. Unas gotas de un líquido rojizo. El capitán se volvió rápido hacia la radio con la intención de pedir ayuda. 

—Pero… ¿Qué pasa? La radio funcionaba perfectamente hace unos minutos. —Se preguntó para sí. 

El chapoteo cercano de un gran cetáceo distrajo su atención y la de sus asustados acompañantes. 

—¿Eso era una ballena? —Preguntó la joven a gritos. 

—Sí, una ballena rorcual. —Contestó mecánicamente. 

El salto de otra ballena en el lado contrario hizo que se girasen bruscamente. 

—La chica, ya no está. —Gritó la mujer, mientras de reojo se fijaba en la sonrisa que pretendía esconder el hombre de prominente barriga. 

—Todo tiene que tener una explicación.—Decía el capitán, a la vez que recogía del suelo la chaqueta que unos segundos antes quitaba el frío a la joven enamorada. 

La mujer se giró descarada hacia el último pasajero. Sus ojos oscuros no le transmitían serenidad, la fila de dientes que enseñaba al mirarla la estremeció por dentro. 

—Usted, no se acerque a mí.—Se atrevió a decirle. 

—Señora, que yo no soy mago para hacer desaparecer a la gente. —Le contestó con algo de sorna. 

 El repentino chasquido de la radio les hizo dar un brinco en sus asientos. La mujer se acercó al capitán con mucho cuidado. Al fin tenían comunicación por radio.  

Sin embargo, no pudo pronunciar una palabra, al volverse y no encontrar al hombre de la sonrisa maliciosa. Miró a la mujer y esta comenzó a gritar. 

—Señora, señora, por favor. Señora, la travesía va a comenzar.  Si quiere participar tiene que embarcar. —Le decía un hombre zarandeándola con suavidad. 

—¿Subir a esa embarcación? —Le dijo fijándose en una pareja de jóvenes comiéndose a besos, una mujer y un hombre elegantes, un hombre con una puntiaguda barriga. —No, señor, muchas gracias, yo me quedo en tierra. 

Y levantándose, recogió su bolso y su dignidad y sin mirar atrás huyó de lo que ella pensaba sería una gran tragedia.



Comentarios

  1. Jolinnnnn q susto
    Muy buen relato Genial Me has mantenido en vilo Gracias 🫂

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