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Mostrando entradas de octubre, 2022

Detrás de un sin techo

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 La noche está siendo bastante tranquila, apenas llegan pacientes al servicio.  Estamos Nieves y yo tomando un café, cuando una compañera entra renegando. _ Ya está otra vez aquí. _ Esto lo dice resoplando. Las dos nos miramos y le preguntamos quién es el que había llegado. _ Pues quién va a ser, el que ha venido ya esta semana 3 veces. Esta vez viene totalmente sucio. _ María no sé de quién hablas. _ Sí, mujer, has tenido que coincidir más de una vez con él. Es un hombre que tiene problemas con la bebida y lo suelen traer medio inconsciente y todo sucio. Esta semana ya es la tercera vez. _ Bueno, tomate un café, que salgo a atender a ese paciente. _ Sí, atiende a Egidio.  _ ¿Cómo has dicho que se llama el paciente? _ Egidio, no se me olvida el dichoso nombre. El trabajo que nos da cada vez que viene. Me quedo con la mano en la manilla de la puerta, pensando en cuanto tiempo sin oír ese nombre. ¿Será posible? No, no es posible, me digo mientras sacudo la cabeza como si así se pudiera b

Cuadrúpedo

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 Vamos camino del pueblo. Los cuatro en un coche sin aire acondicionado, pero con una radio de donde sale música (de la buena, como dice mi padre) A mí me gusta ir mirando el paisaje, y soñando historias. En esta carretera poco transitada, con un paisaje algo árido, veo a lo lejos una mancha negra. Según nos vamos acercando voy distinguiendo el famoso “Toro de Osborne”. Cierro los ojos y rememoro el episodio de mi vida que tantas veces me ha contado mi madre.  Siendo mi abuelo, como era, mayoral de una finca donde se criaban toros de lidia; solíamos pasar mucho tiempo en aquel campo. Dicho sea de paso, estas tierras son áridas y en ellas la vegetación que crece son matorrales y alguna que otra encina. Estos árboles, aparte de proveer de bellotas a los morlacos y dar una buena sombra a sus cuidadores, son un gran refugio cuando uno de estos animales se enfada. Más de una vez mi abuelo ha tenido que trepar a dicho árbol para evitar ser corneado. A lo que voy, que me distraigo. Siendo yo

La ciudad no es para mi

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 Vivo desde niño en la ladera de una famosa montaña alavesa. No me gusta el barullo de la ciudad, por eso evito ir a la urbe. Hoy me ha llegado una carta donde me cita un prestigioso gabinete de abogados. La leo y la leo y no entiendo nada de lo que esos abogados quieren de mí. A unos centenares de metros de mí vive Glodoaldo que tiene estudios y seguro que me explica qué quieren estos picapleitos. Me pongo los pantalones limpios, aunque no me quito ni los calcetines ni los gayumbos, eso no se ve. La camisa también me la puse limpia, aunque no la de los domingos. Cuando Glodoaldo lee la carta me dice que es muy importante qué me persone en las oficinas de esos abogados lo antes posible. Tiene algo que ver con un testigo de asesinato.  Yo no sé qué pensar, el único asesinato del que he sido testigo es el de Valentín, el cerdo que crié este año. Un poco de pena sí me dio, cuando Valentín cayó muerto a manos de Juancho, el matarife de la zona. En fin, le agradezco a Glodoaldo la ayuda, de

Un cuaderno polvoriento

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En el desván, revolviendo en baúles olvidados, encontré un cuaderno que al soplar sobre la superficie la polvareda me hizo toser. En la tapa se lee un nombre que reconozco al momento. Paula. Ese es el nombre de mi abuela. Apretándolo contra mi pecho, salgo de esa atmósfera polvorienta. Ya en mi habitación, y después de pasar un pañuelo por el precioso cuaderno, me dispongo a leer lo que será todo un descubrimiento. Hasta ahora lo poco que sé de la vida de mi abuela es que tuvo dos hijos; un varón y una mujercita, que es mi madre. Lo primero que descubro es que fue la pequeña de una familia de cinco hermanos. Julio 1940 “Mis cuatro hermanos, padre y madre, hemos asistido a la misa mayor. Allí se nos han acercado Diego, el hermano de mi cuñada Josefa; hoy Josefa luce un "maquillaje" en la cara que hace que su hermano mire al mío con inquina. Diego es apuesto, tiene una espalda ancha y unos brazos fuertes, pero eso no es lo que más me gusta de él. (Sí, me gusta). Cuando se acerc

El día perfecto

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 El día perfecto existe. Eso piensa la niña de seis años que está a punto de acostarse después de un día intenso. El día comenzó con prisas y preparativos. Mi madre terminando de meter en las fiambreras la ensaladilla, las tortillas de patata y las pechugas de pollo que luego comeremos. Todo estará frío, pero muy rico, así se come cuando pasamos el día en el pantano. Mi padre ya ha metido todos los "bártulos" como él llama a la mesa y las sillas de camping, la caminevera (sí, entonces se llamaba así) y las mantas para sentarnos en el suelo. Además de cartas, algún balón y lo más grande e importante, un neumático de camión. Ese neumático nos ha proporcionado los mejores ratos en el agua, también los más grandes arañazos con la válvula de inflado, ya que no se podía proteger con nada y cada vez que te escurrías por el agujero alguna caricia te daba el dichoso pitorro. Esa posesión, tan preciada, llega a casa después de que mi padre pinchara el coche y su amigo, el mecánico, le