El día perfecto

 El día perfecto existe. Eso piensa la niña de seis años que está a punto de acostarse después de un día intenso.

El día comenzó con prisas y preparativos. Mi madre terminando de meter en las fiambreras la ensaladilla, las tortillas de patata y las pechugas de pollo que luego comeremos. Todo estará frío, pero muy rico, así se come cuando pasamos el día en el pantano. Mi padre ya ha metido todos los "bártulos" como él llama a la mesa y las sillas de camping, la caminevera (sí, entonces se llamaba así) y las mantas para sentarnos en el suelo. Además de cartas, algún balón y lo más grande e importante, un neumático de camión. Ese neumático nos ha proporcionado los mejores ratos en el agua, también los más grandes arañazos con la válvula de inflado, ya que no se podía proteger con nada y cada vez que te escurrías por el agujero alguna caricia te daba el dichoso pitorro.

Esa posesión, tan preciada, llega a casa después de que mi padre pinchara el coche y su amigo, el mecánico, le regaló una cámara de rueda de camión. Si la cámara, la parte interior de la rueda, esa que parece un flotador. Entre mi padre y su amigo, le arreglaron algún pinchazo que tenía, con un par de parches.

Este día lo hemos pasado con mis primos. Uno de ellos ya es mayor y ha traído su propio coche. ¡Qué orgulloso está con él!

Hoy he aprendido muchas cosas, como que si mueves el volante, sin las llaves puestas, este se bloquea y ya no se puede mover.

Os cuento qué le ha pasado hoy a mi orgulloso primo.

Al llegar al lugar acordado, todos admiramos su Fiat recién estrenado. Bueno, estrenado por él, porque parece ser que el vehículo había tenido varios dueños antes. El caso es que mi primo nos "presentó" al nuevo miembro de la familia. "Fiacito", dijo que se llamaba. Después de que todos lo admirásemos, nos pasamos el día como siempre que nos juntamos. Los niños jugando en el agua con nuestro amigo, el flotador arañador, guardando por supuesto el tiempo de rigor después de comer. Nada de bañarse en esas dos horas posteriores a la ingesta de la ensaladilla y las pechugas frías. Los mayores charlando entre risas y alguna que otra palabra malsonante.

Cuando ha llegado la hora de volver a casa es cuando ha surgido el problema. Mi primo no encontraba las llaves de su flamante auto. Hemos buscado en todas las bolsas, neveras y hasta hemos mirado debajo de los coches. Yo me he montado en el coche para buscar dentro (no lo habían encerrado con llave) y tan emocionada estaba que me he puesto a "conducir" moviendo el volante. Un "clic" ha sonado y yo como si tal cosa me he ido a seguir jugando; dejando a los mayores con el coche y su aventura de arrancarlo sin llaves. Al final mi padre ha ido con su propio coche a buscar una grúa. Mi primo lloraba como si el coche fuese su hermano y hubiese enfermado. Así todo compungido vino donde estaba yo, es decir, sentada en nuestra rueda gigante; le hice un sitio y como desgarbado se dejó caer en el neumático y un pequeño ruido metálico hizo que nos mirásemos sorprendidos. Antero, que así se llama mi primo, se levantó y al mirar en el agujero de nuestro enorme flotador vio como brillaba un juego de llaves que enseguida reconoció como las que tanto llevaba buscando. Sí, las tenía en su bolsillo y al sentarse a mi lado se le cayeron. Antero reía, gritaba y lloraba todo a la vez.


Otra cosa que he aprendido es que cuando algo se pierde, hay que buscar en los bolsillos.




Comentarios

  1. Muy lindo y emotivo relato lleno de bonitos recuerdos Gracias por remover en mi interior algo q estaba casi olvidado

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