Detrás de un sin techo
La noche está siendo bastante tranquila, apenas llegan pacientes al servicio. Estamos Nieves y yo tomando un café, cuando una compañera entra renegando.
_ Ya está otra vez aquí. _ Esto lo dice resoplando.
Las dos nos miramos y le preguntamos quién es el que había llegado.
_ Pues quién va a ser, el que ha venido ya esta semana 3 veces. Esta vez viene totalmente sucio.
_ María no sé de quién hablas.
_ Sí, mujer, has tenido que coincidir más de una vez con él. Es un hombre que tiene problemas con la bebida y lo suelen traer medio inconsciente y todo sucio. Esta semana ya es la tercera vez.
_ Bueno, tomate un café, que salgo a atender a ese paciente.
_ Sí, atiende a Egidio.
_ ¿Cómo has dicho que se llama el paciente?
_ Egidio, no se me olvida el dichoso nombre. El trabajo que nos da cada vez que viene.
Me quedo con la mano en la manilla de la puerta, pensando en cuanto tiempo sin oír ese nombre. ¿Será posible? No, no es posible, me digo mientras sacudo la cabeza como si así se pudiera borrar la idea, que en ella ha entrado.
Voy despacio al box 38, allí está el “famoso” Egidio. Al correr la cortina y posar mi mirada en el despojo humano que hay en la camilla, el suelo se hunde a mis pies. Me agarro a la pared y no caigo al suelo por la agilidad de mi compañera, que se ha dado cuenta.
_ Asela ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?_ me interroga la pobre Nieves, que se ha llevado un buen susto, al verme tambalearme y más blanca que las sábanas de las camillas.
_ Tranquila, enseguida se me pasa. Ha sido la impresión. Ese hombre se parece mucho a alguien que conocí hace un tiempo. _ Le contesté, pensando que en realidad no se parecía a aquel hombre, era aquel hombre. Y mi mente me trasladó a otro hospital.
“Aquella madre entró en urgencias, desesperada. Su hijo no tenía buen aspecto. El niño que apenas tenía seis años venía ceniciento. Cuando llamaron al médico bajó inmediatamente a pesar de haber acabado su turno. Se puso a la tarea de inmediato, pasaron tres horas y seguían intentando que aquel chaval se mantuviera en este mundo. El doctor estaba exhausto, cuando tras un par de horas más tuvo que admitir que el crío ya no se recuperaría. Había fallecido.”
Tomé aire y entré en el box de nuevo. Me dirigí a Egidio y muy bajito le susurré mi nombre. Él se revolvió en la camilla y tiró la batea vacía que tenía encima. Le desnudé y observé aquel escuálido y sucio cuerpo. Le lavé, por supuesto, escuchando a mi compañera que si hacía eso volvería al día siguiente. Estos es lo único que quieren.
Yo estaba un poco harta de escucharle, aun y todo seguí con mi tarea y a mi cabeza venía retazos de una triste historia.
“Llegando a su casa, el facultativo notó un silencio que hizo que un escalofrío le subiera por la espalda. Al abrir la puerta un olor le inundó las fosas nasales e hizo que corriera por toda la casa abriendo las ventanas. Al entrar en la habitación de su hijo pequeño le vio dormido junto a su peluche con una expresión feliz en la cara. Fue al tocarle cuando se le rompió dentro, algo que nunca se volvería a arreglar.”
Tras varias horas en urgencias, Egidio fue dado de alta, pero Asela estaba ocupada en una emergencia y no supo de su alta hasta que la calma llegó de nuevo al servicio. Preguntó por el paciente, intentó saber dónde se alojaba, algo que hizo reír al personal, ya que la mayoría sabía que era un hombre que vivía en la calle.
Asela pasó varios días deambulando por la ciudad, fijándose en todos esos “sin techo” que ahora se le antojaban a miles. Hasta que en uno de los bultos que dormían en la estación de autobuses lo halló. Al verlo, se sentó a su lado y muy bajito le dijo su nombre. El hombre que en un principio ni se había inmutado, ocupado como estaba en abrir un brik de vino. Al oír ese nombre tan poco común se paró, pero fingiendo no haber escuchado, siguió con su labor.
_ Sí, Egidio, soy Asela. Ya sé que me has reconocido. No te preocupes, no tengo nada que reprocharte. Todo lo contrario. Me gustaría ayudarte, tú has acabado así por algo que es injusto. Si tú quieres, y solo si quieres, ya que no deseo presionarte, ni pretendo cambiar tu decisión, te ayudo.
En ese momento aquel hombre me miró con los ojos anegados en lágrimas. Esos ojos trasmitían dolor, desesperación, vergüenza y un profundo grito de ayuda. Agarré su mano que temblaba, quizá debido a la falta de alcohol en su organismo o quizá por otro motivo. Ayudándole a levantarse, le acompañé a mi casa. Allí, después de una ducha y una escasa sopa que repartí entre los dos, tomó la decisión. Dejaría la calle, aunque necesitaría mucha ayuda profesional. No solo para la desintoxicación del alcohol. El dolor y la culpabilidad que llevaba dentro; tenía que sanar.
Después de su ingreso en un centro de desintoxicación, yo volví a mi casa recordando todo lo que durante nuestro día juntos habíamos compartido.
¿Sabes? Siempre hay dinero en esa cuenta. Y aún no sé por qué mi hermano me ingresa ese dinero. No merezco ni su compasión ni la tuya. Sobre todo la tuya. Tu sobrino murió aquel día en mis manos.”
Cuando me contaba esto yo le escuchaba con el corazón roto y desgarrada por dentro. Yo era una de las enfermeras que había trabajado con él durante varios años. Sabía que era el mejor y cuando mi sobrino llegó medio muerto a urgencias no dudé en llamarle. Mi interior, al enterarme de que mi insistencia había hecho que no llegase a tiempo a su casa, lo que podía haber salvado a su familia, me desgarró. Iba a conseguir recuperar a la persona que aquel día bajó a los infiernos o al menos a una persona parecida. Y mi decisión ahora más que nunca es firme, me cueste lo que me cueste, ese hombre volverá a vivir en la sociedad y estoy segura de que dará todo su ser, por los demás.
Ángela que relato más emotivo. Cada día te superas. Sigue así 🥰
ResponderEliminarEscalofriante relató el cual me ha conmovido Gracias
ResponderEliminarSin palabras cuantas veces juzgamos a la ligera
ResponderEliminar