La ciudad no es para mi
Vivo desde niño en la ladera de una famosa montaña alavesa. No me gusta el barullo de la ciudad, por eso evito ir a la urbe.
Hoy me ha llegado una carta donde me cita un prestigioso gabinete de abogados. La leo y la leo y no entiendo nada de lo que esos abogados quieren de mí. A unos centenares de metros de mí vive Glodoaldo que tiene estudios y seguro que me explica qué quieren estos picapleitos.
Me pongo los pantalones limpios, aunque no me quito ni los calcetines ni los gayumbos, eso no se ve. La camisa también me la puse limpia, aunque no la de los domingos.
Cuando Glodoaldo lee la carta me dice que es muy importante qué me persone en las oficinas de esos abogados lo antes posible. Tiene algo que ver con un testigo de asesinato.
Yo no sé qué pensar, el único asesinato del que he sido testigo es el de Valentín, el cerdo que crié este año. Un poco de pena sí me dio, cuando Valentín cayó muerto a manos de Juancho, el matarife de la zona.
En fin, le agradezco a Glodoaldo la ayuda, después de que me explique cómo llegar a la oficina en cuestión.
Casi sin dormir de la preocupación, me levanto temprano, y aunque no es domingo me ducho. Incluso me he afeitado y perfumado. No me pongo la ropa de los domingos, sino que estreno pantalón y camisa. Bueno, y me pongo calcetines y calzoncillos limpios y poco usados.
A primera hora subo al autobús que me lleva a Bilbao. Después de ver cómo ha cambiado el paisaje, llego a la gran urbe y me dispongo a seguir a rajatabla las indicaciones de Glodoaldo. Lo primero que hago es entrar en el agujero de cristal en el que hay un cartel que indica el nombre de la parada del metro. Me dispongo a bajar las escaleras cuando me fijo que toda la gente baja por una especie de escaleras móviles. Bajo un piso y veo que hay más escaleras automáticas, así que sigo bajando. Cuando se acaban las escaleras, el sitio es oscuro y solitario. No veo la vía del tren qué me indicó Glodoaldo, así que vuelvo a subir, esta vez por las escaleras normales. Al llegar al primer sótano compro mi ticket con ayuda de un chaval que mira y susurra algo de un tal Paco Martínez de Soria; a lo que yo digo que no tengo parientes en Soria.
Viendo por dónde aparecen los trenes me dispongo a entrar, pero hay unas vallas de metal que me impiden pasar. Esta vez me fijo en la gente de alrededor, y veo cómo la máquina hace un continuo “frufrú”. Pongo mi billete encima de la máquina con la esperanza que se abra la barrera, pero nada. Lo paso varias veces y nada. Por el rabillo del ojo veo a una mujer con un chaleco de un color muy llamativo. Se me acerca y me dice que tengo que meter por la ranura el boleto. Le miro con desconfianza, pero le hago caso. En ese momento escuchó un “frufrú”, y al pasar mi billete sale al otro lado de la barrera. En el tren este que va por debajo de la ciudad, todo parece tranquilo. Sin más altercados llego a la calle donde está el despacho de los abogados. Me monto en un ascensor que es de cristal, con más miedo que hambre; llego al piso 12. No sé por qué hacen edificios tan altos. Por el pasillo de una ventana y mi curiosidad me puede. ¿Será cierto que desde aquí arriba se ve a la gente como si fueran hormigas? Me asomo de aquí al fondo, veo a la gente, aunque no me da tiempo a ver si son como pequeños bichos o no. La cabeza me comienza a dar vueltas y mi desayuno está pidiendo abandonar mi estómago. Me Sujeto con fuerza y cierro los ojos. Parece que se me va pasando. A duras penas busco la dichosa oficina y llamo a la puerta. Sale una señorita con nuez moscada bien marcada, preguntando qué quiero. No sé cómo explicarle que son ellos los que me han llamado. Malamente, me entiende, pero me mira con los ojos bien grandes. Me dice que Roberto Ruiz Rodríguez vino ayer a declarar. No salgo de mi asombro, yo no recuerdo haber venido ayer. Y de verdad señorita, que lo recordaría. ¿Mi DNI? Se lo enseño encantado.
Estoy de vuelta en el tren subterráneo este, esta vez he acertado a la primera. Bien, pues resulta que esos abogados con todos sus estudios se equivocaron de Roberto. Yo vuelvo a mi caserío donde los asesinatos son para comer un año.
Muyyyyy bueno este relato y la verdad muy de Paco Martínez Soria Estupendamente escrito y sorprende hasta el final
ResponderEliminarJajaja excelente. La ciudad no es para mí!!!
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