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Mostrando entradas de noviembre, 2021

A cientos de millas

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 No me lo puedo creer, estoy a cientos de kilómetros, bueno de millas, que en el mar, la distancia se mide por millas. Como decía estoy a cientos de millas de mi Galicia natal. Una Galicia que solo me ha dado dolor, sufrimiento y le tengo que agradecer muy poco. Entre las pocas cosas que le tengo que agradecer una de ellas, la tengo pegada a mí. Es una preciosa niña de cuatro años que va a ser feliz. Yo quiero que sea feliz y por ella he dejado todo lo conocido.  En esa tierra dejo padres y hermanos que espero olvidar pronto. También dejo, amigos y enemigos, a los primeros me costará olvidar y a los segundos, ya ignoro su mísera existencia.  Estoy en una litera, donde mi hija apenas se puede sentar sin pegarse con el techo del camarote. A mí me parece un palacio. Huelo la libertad, el futuro sin dolor y la felicidad de mi hija.  Dejo atrás las miradas de lástima, y las espaldas vueltas. Aún me pregunto cuál fue mi pecado. Siempre llego a la misma conclusión, mi mayor error fue haber na

Noche de guardia

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 Son las tres de la madrugada. Me toca trabajar de noche y la planta está tranquila. Bueno más o menos. Hace un par de horas ha ingresado un paciente que está bastante desorientado y nervioso. Es una persona mayor, y a veces cuando ingresan se desorientan.  Acabo de vislumbrar algo en el pasillo. No me lo puedo creer. Voy corriendo al control y sale la enfermera a mi encuentro. Al asomarse repara en Gelasio, que se ha levantado; desnudo en medio del pasillo. Nos acercamos a él con la intención de devolverlo a la cama. Gelasio no está por la labor, se pone un poco "chulo" y no hay manera. La enfermera va a llamar al médico y de paso a seguridad por si acaso.  Mientras tanto, no sé cómo he conseguido llevar a la habitación al "alborotador". Al final sin medicación se ha metido en la cama. A ver cuánto dura. El médico por si acaso ya ha dejado pautada algo de medicación.  Y cuando estoy llegando al control, oigo un ruido a mi espalda. ¡Otra vez! Aprovecho que está el c

La revista

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 Kepa está jugando en la habitación de sus abuelos. Él sabe que lo tiene prohibido, pero hay tantas cosas, que su imaginación no para de inventar aventuras. Oye un ruido y corre a esconderse bajo la cama. Si se enteran, le castigarán.  El niño oye como unos pies se arrastran cansados por los años. Una mano arrugada esconde algo debajo del cojín del sillón, donde muchas veces se sienta su abuela a hacer punto. Cuando se queda solo, de nuevo, se acerca al viejo sillón y mete su mano bajo el cojín. Ya lo tiene, agarra con fuerza y tira despacio. Al tenerlo entre sus manos, lo mira y se sienta en el suelo a contemplar esa revista. No entiende nada, solamente hay personas desnudas en posturas raras. Cuando está a punto de volver a dejar la revista en su sitio, su madre entra y le ve sentado allí con el magacín entre las manos.  La madre al reconocer lo que tiene en las manos, pierde el color de la cara. Le grita que recoja sus cosas que ya hablarán en casa. Se mete la revista en el bolso. D

Jugar en las vías

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Voy paseando en mi vieja bicicleta, cuando a lo lejos veo un grupo de niños junto a las vías del tren. Un escalofrío me recorre la espalda, y un dolor en mi pie izquierdo me hace parar en la orilla del camino en el que estoy.  Les miro y rememoro a un niño con unos cuantos clavos, de los que usaba su padre para hacer las puertas de la cerca de las ovejas. Lleva ese tesoro en el bolsillo. A escondidas sale de su casa y baja la cuesta corriendo, las zancadas son cada vez más largas hasta que tropieza y cae al suelo, pegando con su pecho en el suelo y resbalando cuan tobogán. No llora, se levanta rápido y se asegura de que sus pantalones no se hayan roto, su madre le daría una buena azotaina.  Tras este percance sigue, algo más despacio, la carrera hacia su meta, las vías. Una vez allí saca su tesoro del bolsillo, y coloca una a una y en fila, las puntas en uno de los rieles. Camina unos metros, hasta donde se encuentra el cambio de agujas, allí se agacha y pone su oído pegado al frío met

Mi amiga y sus bichos

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 Hoy me ha llamado mi amiga Alicia. La he encontrado bastante alterada, y me ha preocupado un poco. Seguro que tiene algún animalito desvalido acogido en su casa y no sabe qué hacer. Ella es muy dada a eso. Me acuerdo, cuando hace unos meses me llamó así de alterada. Me contó su periplo con un animalito.  _ Lidia, no sabes lo que me ha pasado. Fue lo primero que me dijo cuándo descolgué el teléfono.  _ No, no lo sé. Cuéntame Alicia. Le respondí sabiendo que me venía encima una de sus aventuras.  _ Hace un rato paseando por la calle, me he encontrado con un grupo de niños que rodeaban algo que se movía en el suelo. Era una cosita pequeña y oscura. Al principio creí que era un ratón, ¡con el asco que me dan a mí! Me acerqué más y uno de los chavales me dijo que habían encontrado un ratón un poco raro. ¿Raro? Pregunté yo. Sí, es un ratón que parece que tiene alas o algo raro en sus patitas.  _ Mujer, ¿no me estarás diciendo que se encontraron con un murciélago? Le interrumpí a mi amiga. _