A cientos de millas
No me lo puedo creer, estoy a cientos de kilómetros, bueno de millas, que en el mar, la distancia se mide por millas. Como decía estoy a cientos de millas de mi Galicia natal. Una Galicia que solo me ha dado dolor, sufrimiento y le tengo que agradecer muy poco. Entre las pocas cosas que le tengo que agradecer una de ellas, la tengo pegada a mí. Es una preciosa niña de cuatro años que va a ser feliz. Yo quiero que sea feliz y por ella he dejado todo lo conocido.
En esa tierra dejo padres y hermanos que espero olvidar pronto. También dejo, amigos y enemigos, a los primeros me costará olvidar y a los segundos, ya ignoro su mísera existencia.
Estoy en una litera, donde mi hija apenas se puede sentar sin pegarse con el techo del camarote. A mí me parece un palacio. Huelo la libertad, el futuro sin dolor y la felicidad de mi hija.
Dejo atrás las miradas de lástima, y las espaldas vueltas. Aún me pregunto cuál fue mi pecado. Siempre llego a la misma conclusión, mi mayor error fue haber nacido mujer. Desde ese día, en ese lugar donde se supone que te aman, acogen y cuidan; a mí solo me despreciaron. Nací niña, hembra como me dijo un día mi madre. Has nacido hembra y si hubieses nacido niño todo sería diferente. Al varón sí, le llamaban niño, a la hembra únicamente era eso un animal de procreación y de dolor. En mi familia fui la única hembra, y eso a mi madre, como cabría suponer, no le produjo alegría. Ella sabía lo que se me venía encima y no quería sufrir, por tanto, que mejor defensa es un buen ataque. Me rechazó casi desde el momento de mi nacimiento, algunas veces pienso que hizo todo lo posible para que muriese, pero sin que se notase. Enfermaba, por suerte muy poco, y simplemente esperaba que curase o que me fuera al otro mundo.
Lo peor vino cuando crecí, mis hermanos me despreciaban y bien instruidos por mi padre; me trataban como algo que únicamente sirve para que ellos estén cómodos en la vida, y pronto descubrieron que también podían obtener placer.
Mi primer embarazo me llegó con doce años, y fue tal la paliza que me dieron que perdí el bebé. El segundo embarazo tardó en llegar, ellos suponían que me había quedado estéril por los daños producidos por el primer aborto. Cuando se dieron cuenta de que mi barriga crecía, lo intentaron de nuevo, no obstante esta vez un ángel de la guarda me rescató. En el colegio hice una amiga, a la que le debo mi vida y la de mi hija. Ella fue la que le contó a su madre lo de mi estado, y a esa mujer no le fue difícil sacar conclusiones. Un día se presentó en mi casa y dijo que me llevaba a vivir con ella, que se olvidaran de que yo existía. La respaldaba una pareja de la guardia civil, luego me enteraría de que eran su hermano y su cuñado.
Desde ese día, mi vida dio un vuelco tal, que no sabía si reír o llorar. No fue fácil ni para ella, ni para mí.
Mi familia contó su versión y muchos trataron de devolverme a mi hogar, como ellos declaraban. ¡Qué ignorancia! Adela fue firme y tenía influencias. Poco a poco fui contando lo que había padecido, y desde el principio mi amiga Marga y su madre Adela, fueron como mi madre y mi hermana. A su padre me daba miedo hasta mirarlo, aunque poco a poco fui comprobando que no todos los hombres son como los que yo conocía. Nació mi hija, una niña y no una hembra. Y desde entonces me hablaron de una hermana que tenía Adela en América, me hicieron soñar y cuando calculamos que la niña aguantaría el viaje, todo fue trabajar y ahorrar para el pasaje.
Llegó la bendita carta donde la hermana de Adela me aceptaba como sirvienta en principio, luego ya se vería.
Por eso estoy en este camarote, apretando a mi niña contra mí. Un espacio reducido que a mí me parece un palacio, un olor a sudor rancio semejante al campo en primavera y una oscuridad que para mí es el amanecer de mi nueva vida.
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Magnífico Me remueve X dentro y eso es xq lo sentido. Un relato precioso aunque duró y Real en otros tiempos Espero q ya no existan Muy bien escrito Animo y a continuar
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