Jugar en las vías
Voy paseando en mi vieja bicicleta, cuando a lo lejos veo un grupo de niños junto a las vías del tren. Un escalofrío me recorre la espalda, y un dolor en mi pie izquierdo me hace parar en la orilla del camino en el que estoy.
Les miro y rememoro a un niño con unos cuantos clavos, de los que usaba su padre para hacer las puertas de la cerca de las ovejas. Lleva ese tesoro en el bolsillo. A escondidas sale de su casa y baja la cuesta corriendo, las zancadas son cada vez más largas hasta que tropieza y cae al suelo, pegando con su pecho en el suelo y resbalando cuan tobogán. No llora, se levanta rápido y se asegura de que sus pantalones no se hayan roto, su madre le daría una buena azotaina. Tras este percance sigue, algo más despacio, la carrera hacia su meta, las vías. Una vez allí saca su tesoro del bolsillo, y coloca una a una y en fila, las puntas en uno de los rieles. Camina unos metros, hasta donde se encuentra el cambio de agujas, allí se agacha y pone su oído pegado al frío metal. Por fin oye una vibración que indica que el tren se acerca. En ese momento, el mecanismo del cambio de agujas se pone en marcha atrapando su pie derecho. Antero, que así se llama aquel pequeño, forcejea con su píe intentando sacarlo, pero no lo consigue. Levanta la cabeza y ve a su hermano mayor que viene corriendo por el camino. Le grita, no obstante, el ruido del tren hace que ni él mismo se oiga. Pedro llega donde su hermano, sin aliento, tira con desesperación de él. Coge aire, el tren está casi encima, con un último tirón consigue desatascar a su hermano y tirarlo fuera de la vía y él detrás. Al saltar, su píe izquierdo pega con el hierro de protección del tren, lo que hace que vuele varios metros y aterrice sobre el patatal que tenían al lado. Nota un fuerte dolor en el pie, es casi insoportable, sin embargo se levanta para comprobar que ha sido de Antero. Le ve correr hacia él con la cara llena de lágrimas.
Parpadea y vuelve a contemplar al grupo de niños que entre gritos siguen jugando en las vías. Una vía férrea sin cambio de agujas cerca, y por cierto en desuso hace ya unos cuantos años. Se sube de nuevo en su bici y vuelve a sumergirse en sus recuerdos.
Varios días más tarde salió del hospital; caminaba con unas muletas de madera, las cuales le acompañarían varios meses. Antero cada vez que se acercaba a él, lloraba sin poder evitarlo. Un día se le acercó y de su bolsillo sacó un gran tesoro. Extendió una mano sucia de barro donde descansaban dos clavos planos. Aquellos que el fatídico día había aplastado el tren. Hoy mientras pedalea, sigue recordando que uno de aquellos clavos está junto a sus llaves y el otro lo lleva también de llavero su hermano Antero, sesenta años después.
👏👏👏👏uff pelos de punta y cada vez mejorr a por el proximooo👋👋❤️❤️❤️🥰
ResponderEliminarGenial que bonito y angustioso a la vez Me ha gustado mucho Sigue así emocionandome todos los lunes
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