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Gracias y hasta pronto

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 Tras casi cinco años con esta bonita locura, he tomado una decisión. A veces las decisiones no son fáciles, pero hay que ser honesta con una misma. Este proyecto empezó a lo tonto y ha crecido gracias al apoyo de muchas personas. Nunca pensé que se iba a hacer tan grande, aunque así ha sido. El caso es que, de momento, doy por finalizada la locura. El relato de los lunes no dice adiós definitivamente, sin embargo, sí un hasta luego. Quizás sean semanas o meses o años; eso no lo sé. Un parón a tiempo hace que ni la ejecutora se gaste ni los lectores se cansen. Os espero en un futuro. Por supuesto, habrá nuevas locuras, proyectos e ilusiones que muchos sabéis. Os invito a leer literatura de la de verdad. Ya sabéis que me tenéis aquí para deciros a cada uno el libro que creo que os enganchará. Muchísimas gracias por todo el apoyo que me habéis dado durante este bonito lustro. Revelaré una pista de mi nueva locura… Será los lunes, aunque no sé si de inmediato (necesito descansar). ¿Os...

A todos no...

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 Paseando en una tarde fría, un quejido le llama la atención. Pone cuidado, ladeando la cabeza como para escanear la procedencia del sonido. Poco a poco se va acercando a un seto descuidado, lleno de plásticos arrastrados por el viento. Al agacharse le cae la primera gota de lluvia en la cara, se apresura a retirar la rama que oculta el origen del quejido. Allí solo, encogido de frío y temblando de miedo, lo ve. Es amor a primera vista. El diminuto felino grita con más fuerza al verse descubierto por un ser enorme. Leduvina extiende despacio su mano y agarra con suavidad la bolita de pelo temblorosa. Por instinto la acurruca en su regazo. El calor que le transmite hace que el cachorrito deje de chillar. Con la mano libre se coloca la capucha y aligera el paso. No sabe qué hará con esa criatura, pero tiene claro que no la va a dejar bajo la lluvia; cuando llegue a casa, ya lidiará con el problema como pueda.  En el portal el gato comienza a maullar de nuevo, aunque esta vez es ...

Darse cuenta

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Tengo una amiga a la que quiero mucho, sin embargo, el otro día me sorprendió. Me defraudó de alguna manera, aunque enseguida volvió a ser la que yo tengo por íntegra y con valores muy parecidos a los míos. De hecho, me dio una lección de humildad. —Hoy me he reído mucho con una compañera de trabajo— Me contaba Enedina con su típica sonrisa. —¿Sí? ¡Qué bueno! Eso es tener buen ambiente. — Le contesté yo, sabiendo que ahora me contaría alguno de los chascarrillos que tanto me hacen reír. —Esta compañera tuvo el otro día una cita con un hombre que conoció a través de una de esas aplicaciones para el móvil. Al fin quedaron para conocerse. No se habían mandado ni una foto. El caso es que ella, muy mona, le esperaba en una cafetería sentada en un taburete de esos que para sentarse se necesita una escalerilla. Cuando por fin se reconocen, Brianda, que así se llama la chica, se bajó del taburete. Comienza a subir la vista, ombligo, pecho, cuello, mentón y al fin los ojos. Ella toda descogotad...

Carta a los reyes magos

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 Anisia, con sus seis veranos en los bolsillos, estaba delante de un buzón de correos. Uno de esos que recuerdan un surtidor de gasolina o a una lata de refresco, pero con una rendija por donde los sobres caen a un abismo desconocido para ellos. Las cartas introducidas con dificultad por manos infantiles, llenas de ilusión y nervios. Cuando llego su turno alzó su manita y sin grandes rituales dejó caer el sobre preñado de peticiones a su rey mago preferido. Querido Rey Melchor: Mi nombre es Anisia, aunque mis amigos me llaman Ani. Tú me puedes llamar Ani.  Este año ha sido difícil portarme siempre bien. Mi hermano Senén me ha chinchado mucho. Le perdono porque es pequeño. También me he enfadado algunos días porque no quería bañarme, pero es que estaba limpia y hacía frío. Otros días me he portado muy bien. Un día fui al médico y no lloré nada. También he puesto la mesa muchos días. Y he recogido mis juguetes y algunas veces los de Senén, eso es portarse muy bien, ¿verdad? Quie...

Es un niño

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 Sus pequeños pies dan pasos cortos, su mano aprieta la mía, sus ojos expresan el miedo a lo desconocido. Llegando a la puerta me aprieta con más fuerza a la mano. Los gritos procedentes del interior le asustan. Se nota que intenta controlarse, pero al final no puede más y rompe en llanto. Al agacharme para despedirme, se me echa al cuello con tal desconsuelo que se me rompe el alma. Me lo arrancan del cuello con delicadeza y firmeza al mismo tiempo. Me alejo rota, aun cuando sé, que todo va a ir bien. Dentro de un rato estará tranquilo.  Han pasado unas horas, voy a recogerlo. Lo veo de lejos enfrascado en el montaje de una torre de cubos. Su sonrisa me calienta por dentro. Cuando levanta la vista para buscar el siguiente cubo, me localiza. Se le nota emocionado. Esta vez las lágrimas son de alegría y alivio. Nunca volvió a llorar para ir al colegio. Siempre con su cautivadora sonrisa, rodeado de amigos.   Han pasado unos años. Sus pies ahora pisan con fuerza, su ma...

Portugalera

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 Acracia miraba por la ventana. Fuera hacía frío. Sus ojos se perdían en las montañas que se adivinaban tras la niebla. Su hija ha venido a pasar los días de Navidad con ella. La casa ha dejado de ser un lugar tranquilo, silencioso y solitario, para estar habitado por voces infantiles, risas, llantos y por supuesto alboroto, que altera a la anciana; pero que echa de menos cuando se van.    —Abuela, cuéntame otra vez la historia del café.—Insistía Antonina a una abuela pensativa.   Antonina es la nieta mayor, tiene 9 años y le encanta escuchar hablar a su abuela.   —Antonina, esa historia ya te la sabes. ¿Te cuento otra?—Le contesta Acracia a la pequeña.   —A mí me gusta la del café. Mañana me cuentas otra diferente—Insiste la niña.   —Está bien. Se me está ocurriendo una idea, como te gusta tanto esa historia, cuando vengáis en verano vamos a hacer la ruta “portugalera” todos juntos, ¿qué te parece?—Acaba claudicando, mientras ve la...

paquete sospechoso

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  Por fin, la comunidad de vecinos ha decidido poner en condiciones las llaves de paso del agua. La mayoría están en mal estado y algunas ni siquiera existen. Para abrir y cerrar el paso del agua hay que utilizar una llave inglesa.  El fontanero me ha pedido que le haga un informe con el número de manillas que hay que sustituir o instalar.  Subo al quinto piso, armada de cuaderno y bolígrafo. Allí abro la pequeña puerta que custodia las llaves de paso y los contadores de agua; la luz del descansillo se apaga. Voy hasta el interruptor, al pulsar se me cae el cuaderno. Resoplo pensando que hoy será uno de esos días. Tengo días en los que todo sale mal, es como una serie de encadenadas desgracias.  Alumbro bien el hueco donde habitan las llaves de paso. Anoto que una de ellas hay que sustituir y la otra solo revisar. Cierro la portezuela y bajo al cuarto piso. Allí todo parece en orden. Me fijo bien, ya que veo algo extraño detrás de uno de los contadores. Introduzco la...