Entradas

Al fin la fortuna me visita

Imagen
  Como cada mañana, me visto con prisa, ya que el frío se me mete en los huesos. Corro al baño más cercano a mi cama para asearme. Me calzo los zapatos rojos, que tanto revuelo han armado en el trabajo y salgo apresurado, para no perder el tranvía que me llevará al otro lado de la ciudad. Allí me espera un día lleno de quehaceres, las horas suelen pasar rápido. He congeniado con los compañeros, que son un encanto, no faltan risas entre tarea y café. Soy el nuevo, y eso siempre suscita curiosidad. Mi vida, por fin, ha girado en la rotonda de la fortuna. Después de los varapalos con los que me ha tratado, al fin me da un respiro. Trabajo ganándome el sustento, sin tener que depender de terceros. Estoy muy ilusionado, he encontrado un nuevo alojamiento. Es un piso compartido, pero seguro que mejor que mi actual morada. Me mudo el sábado, y teniendo en cuenta que hoy es jueves, ya queda un suspiro. Esta noche será la última que duerma allí. Ya tengo mis cosas preparadas para la mudanza

Algo que esconder

Imagen
   Ella, con la sonrisa en la boca, estilosa como nadie; con falda o pantalón siempre elegante. Maquillaje sutil. Perfumada con ligeros toques de sándalo. Sencilla, pequeños pendientes, una minúscula gargantilla, y unos dedos largos sin adornos. En su muñeca izquierda lleva lo que rompe ese tono discreto y elegante; una pulsera de cuero, más bien ancha, sin marcas, anudada con dos correas. Ha quedado con quien hace que su corazón revolotee en su pecho. Llevan tiempo tonteando, conociéndose y compartiendo muchas charlas. Aún falta mucho por compartir. Él, alto, con menos pelo del que le gustaría, de complexión fuerte. Viste con elegancia, pero sin ostentación. Dos besos sin ruido en las mejillas, es todo su saludo. Ambos, nerviosos, se sientan tras pedir dos cafés y un pincho de tortilla, que pretenden compartir. Ubaldo, algo más lanzado, al fin rompe el hielo y posa su mano sobre la de ella, rozando sin querer la ancha pulsera. Elara retira la mano por instinto. Hay algo que su eleganc

Si me voy, si te vas

Imagen
Un día lluvioso y fresco, aunque no frío, de esos días propicios para pensar, paseaba por la ciudad con mi cabeza en los últimos acontecimientos vividos. A mi alrededor han fallecido varias personas, unas más cercanas que otras. Es curioso que todas estas ausencias dejen algo en común; el dolor. El dolor de la ausencia, de los planes truncados, del futuro roto, de las experiencias por vivir… ¿Da miedo morir o es peor despedir a alguien? Con este interrogante en mi cabeza pasé todo ese día. Al día siguiente, en cuanto tenía ocasión, preguntaba a las personas con las que mi iba encontrando. Es muy llamativo que mucha gente decía tener miedo a morir, pero todas y cada una de las personas afirmaban que era mucho peor despedir a los seres queridos. En mi cabeza comenzaron a dar vueltas algunas de las personas a las que yo quiero mucho. Efectivamente, era muy doloroso pensar en su ausencia. Mi pensamiento se fue de inmediato a tener en cuenta a esas personas. Yo también les importo. Y no era

Al final del día

Imagen
El sonido del tractor es el anuncio de su llegada. Valdovina se lava las manos y, sin ser consciente de ello, las seca en el trapo de la cocina. Los niños están tranquilos. Después de hacer los deberes, les ha dejado ver la televisión, algo que para ellos es un sedante.  Al asomarse por la ventana, ve el remolque con restos de barro del camino. Está vacío, lo que indica que hoy llegará cansado. Eso le da pena, aunque se le escapa una sonrisa traviesa.  — ¡Niños a cenar! Ha llegado papá. —Grita desde la cocina, con la esperanza de que la televisión deje de hipnotizar a sus pequeños.  El ruido de la puerta al abrirse es lo que hace que la "caja tonta" pierda el influjo sobre ellos. Los niños saltan del viejo sofá para abrazar a su padre. Risas, parloteo y carreras es lo que Valdovina escucha desde la cocina mientras pone la mesa.  Estevao se asoma por la puerta de la cocina con uno de los niños en un brazo y el otro agarrado a su pierna.  —Valdovina, ¿está ya la cena?—Le pregun

El hermano

Imagen
Las luces azules que pintan las fachadas solo auguran drama. Uniformes entrando y saliendo de lo que hace unas horas era un hogar completo. Evaristo lleva la mirada fija en la carretera, el paso de las líneas blancas le relaja. Parece imposible que un niño de apenas cuatro años, sea capaz de hacerle perder la paciencia. Sin embargo, en cuanto monta en la moto, toda la tensión acumulada se esfuma. Mientras, en su casa, Edita lidia con el pequeño Lander. Su principal objetivo diario es mantenerlo vivo, sí, eso es; el niño parece empeñado en abrirse la crisma al menor descuido del adulto que lo acompañe. La velocidad de la moto le permite olvidarse de todo, es tal la concentración que en su cerebro no cabe otra cosa que el placer de tomar cada curva. Lander está empeñado en jugar con el caballito de madera, pero quiere hacerlo subido en la cama. Con un esfuerzo hercúleo arrastra el balancín hasta el borde de la cama. El juguete pesa demasiado para izarlo a pulso, por lo que pone a

SAlir de ahí

Imagen
 No sé dónde esconderme, él parece estar en todas partes. ¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Qué fue de aquel joven apuesto que me hizo sentir la mujer más afortunada del mundo? ¿Mi error? Pensar que la fortuna era que él me quisiera. ¡Qué tonta! Eso pasa cuando te enamoras, solo ves la cara bonita de la otra persona. Al menos eso me sucedió a mí. La ilusión se truncó en la noche de bodas. Ahí descubrí el monstruo con el que me había casado. Después de saciarse de mí sin miramientos, lo cual, me hizo sospechar que algo había cambiado, vino la confirmación.  —Tú estás para mí. Todo lo que yo quiera me lo das o sin más lo cogeré. Nada de estar haciendo el vago, aquí se trabaja. La casa tiene que estar recogida, la comida en la mesa. Porque digo yo que sabrás cocinar… Se acabó eso de salir a pasear a cualquier hora. Si sales lo harás de mi brazo, ¿entendido? —Me soltó como un discurso aprendido.   No salía de mi asombro, no entendía ese cambio.  —¿Qué si has entendido? —Me gritó.   Aquel

Agüita amarilla

Imagen
 Había que darle un buen repaso al vehículo. Todos hemos visto esos coches en las ciudades. Tiene luces en el techo y unos distintivos en las puertas donde pone la palabra “policía”. Le ha tocado la revisión en el taller, después ha ido a ponerse guapo. Buena falta le hacía esa limpieza integral.   Volviendo Onofre al parking de la comisaría, recibe una llamada de su mujer. Al ver el nombre en la pantalla, se preocupa. Ursicina acude al hospital para hacerse una prueba. Descuelga conectando el “manos libres”.  —Ursicina ¿va todo bien? —Es lo primero que sale por su boca.  —Onofre, he tenido un pequeño percance. ¿Puedes venir a recogerme?—le dice con voz apagada.  —¿Qué ha pasado? ¿Ha ido mal la prueba?—pregunta dando la vuelta en la rotonda—. ¿Algo grave?  —Me he meado encima ——le dicen conteniendo las ganas de llorar—. Estoy chorreando.  —¿Te has meado encima?—responde sin salir de su asombro —. Pero la prueba, ¿qué tal ha ido?  —¡Onofre! No me han hecho la prueba. Ven, por favor. —gr