A todos no...
Paseando en una tarde fría, un quejido le llama la atención. Pone cuidado, ladeando la cabeza como para escanear la procedencia del sonido. Poco a poco se va acercando a un seto descuidado, lleno de plásticos arrastrados por el viento. Al agacharse le cae la primera gota de lluvia en la cara, se apresura a retirar la rama que oculta el origen del quejido. Allí solo, encogido de frío y temblando de miedo, lo ve. Es amor a primera vista. El diminuto felino grita con más fuerza al verse descubierto por un ser enorme. Leduvina extiende despacio su mano y agarra con suavidad la bolita de pelo temblorosa. Por instinto la acurruca en su regazo. El calor que le transmite hace que el cachorrito deje de chillar. Con la mano libre se coloca la capucha y aligera el paso. No sabe qué hará con esa criatura, pero tiene claro que no la va a dejar bajo la lluvia; cuando llegue a casa, ya lidiará con el problema como pueda.
En el portal el gato comienza a maullar de nuevo, aunque esta vez es diferente, Leduvina deduce que tiene hambre. Abre la puerta y se dirige a su habitación cerrando con cuidado de no hacer mucho ruido, no quiere llamar la atención. En su cuarto abre el armario y en el cesto de los calcetines coloca a Casper; que así ha decidido llamarle. Es blanco como un fantasma y sus ruiditos le recuerdan a las ánimas.
Sale de la habitación asegurándose de cerrar bien. En la cocina saluda a su familia que andan entretenidos cada uno en lo suyo. Su hermana haciendo los deberes, ayudada por su padre, su madre haciendo una tortilla de patata para la cena. Con disimulo coge un pedazo de pan y en un vaso pone un poco de leche.
— ¿Dónde vas con eso?— pregunta su madre al percatarse.
—Anoche me levanté a por un vaso de leche y me golpeé en el pie, así que esta noche no quiero que me pase lo mismo. Voy a dejar preparado esto en la mesilla. — le suelta la primera mentira que se la ha ocurrido.
—Bien, pero ponlo en un plato o pondrás todo perdido—responde la madre.
Al volver a su cuarto agradece mentalmente que su madre le dijese lo del plato, ya que así lo aprovechará para ablandar el pan con la leche y que el gatito pueda tomarlo con facilidad.
Se da cuenta de que la leche está fría. Al minino no le importa; sin embargo, ella cree que le hubiese venido bien algo caliente en el estómago.
De pronto se abre la puerta asustando a las dos criaturas, tanto a Leduvina como a Casper. Los ojos tan abiertos como la boca indican el asombro de su padre.
— ¿Qué hace ese bicho aquí?— le dice señalando al animal.
—Estaba en la calle, solo y con mucho frío. No tuve más remedio que recogerlo— contesta la cría con tanto miedo como su rescatado, que ahora está debajo de la cama temblando.
El padre se arrodilla, estira el brazo y sus dedos abrazan con firmeza el cuerpecillo tembloroso del cachorro. Se dirige a la ventana y con los gritos de Leduvina de fondo la abre y extiende su mano al vacío.
—No puedes salvar todos los gatos del mundo— le dice volviéndose a su hija.
—Ni se te ocurra soltarlo— le dice con una voz grave que nunca antes el padre le había escuchado— No podré salvar a todos, pero a este sí.
Ante esa firmeza dicha, acompañada de una mirada que hasta la habitación se ha enfriado de repente.
—Bien, pero tú serás la que cuide de él. Y desde luego no se quedará para siempre, así que vete buscándole familia—asevera el padre dejando con cuidado el gato en brazos de su desconocida hija.
Al rato la madre entra en la habitación con una caja con piedritas.
—He ido donde la vecina que tiene un gato enorme y le he pedido algo para que el gatito haga sus cosas. — le susurra la madre mirando al animal con ternura.
Al día siguiente, Leduvina, no sabe qué hacer con el gatito mientras ella iba al colegio. Es uno de esos días en que su padre no tiene que trabajar, y le da miedo dejarlo allí. Al colegio no lo puede llevar, así que le deja el plato con leche y pan, le da un beso en la cabecita y se va.
Pasa el día nerviosa, preocupada por si su padre le hace algo a Casper. Al acabar las clases corre como nunca a su casa. Al abrir la puerta intenta no meter ruido. Llega a su habitación y busca por todos los rincones, pero el gato no está allí. En el salón se escucha la risa de su padre, seguro que está viendo uno de esos ridículos programas de televisión que tanto le gustan. Enfurecida se dirige al salón y en la puerta se queda paralizada. No puede creer lo que ven sus ojos. Su padre está tirado en el suelo, persiguiendo a Casper que corretea detrás de una bola hecha de papel aluminio. Las palabras llenas de diminutivos que le dedica al minino le asombran aún más que la estampa.
—Creo que Casper va a formar parte de esta familia mucho tiempo—piensa mientras se acerca a jugar con los dos en el suelo.
Que bonito es imposible no querer a los animales xq solo les falta hablar Gracias por recordarmelo
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