paquete sospechoso

 

Por fin, la comunidad de vecinos ha decidido poner en condiciones las llaves de paso del agua. La mayoría están en mal estado y algunas ni siquiera existen. Para abrir y cerrar el paso del agua hay que utilizar una llave inglesa. 

El fontanero me ha pedido que le haga un informe con el número de manillas que hay que sustituir o instalar. 

Subo al quinto piso, armada de cuaderno y bolígrafo. Allí abro la pequeña puerta que custodia las llaves de paso y los contadores de agua; la luz del descansillo se apaga. Voy hasta el interruptor, al pulsar se me cae el cuaderno. Resoplo pensando que hoy será uno de esos días. Tengo días en los que todo sale mal, es como una serie de encadenadas desgracias. 

Alumbro bien el hueco donde habitan las llaves de paso. Anoto que una de ellas hay que sustituir y la otra solo revisar. Cierro la portezuela y bajo al cuarto piso. Allí todo parece en orden. Me fijo bien, ya que veo algo extraño detrás de uno de los contadores. Introduzco la mano y palpo un pequeño bulto. Al sacarlo me percato de que es un envío postal fechado hace más de un año. Sin pensarlo me lo guardo en el bolsillo. Sigo bajando plantas y anotando con cuidado las manijas que hay que instalar, sustituir o revisar. A medida que desciendo peldaños noto un peso, cada vez mayor, en mi bolsillo. 

–Pero, ¿para qué me he guardado esto? – pienso cada vez con más fuerza. – ¿Qué será?

Mi cabeza no deja de hacerse preguntas. Cuando por fin acabo la revisión, me dirijo a mi casa metiendo la mano en el bolsillo, donde está el misterioso paquete. Un traspié hace que acabe a cuatro patas en el descansillo de mi puerta. El pequeño bulto ha salido volando y ahora descansa encima del felpudo. Lo recojo con prisa por si el ruido ha alertado a mi vecina.

Ya en casa, más tranquila, inspecciono bien el envoltorio. No se distingue el remitente, aunque sí a quién va dirigido. Reconozco el nombre del vecino que antes vivía en el segundo. Lo dejo encima del mueble de la entrada. Me centro en hacer el informe para el fontanero. 


Al día siguiente, cuando voy a salir de casa, el paquete sigue ahí, un escalofrío me recorre la espalda. ¿Y si es algo peligroso? ¿Cómo se lo puedo dar al vecino que ya no vive aquí? 

Sin saber ni cómo ni por qué desembalo el envío. ¡Qué sorpresa! Es un mando de televisión. ¿Cómo ha llegado al hueco donde lo encontré? No entiendo nada, pero de lo que no hay duda es que he abierto un paquete postal que no era mío. ¿Cómo se lo doy a su dueño, abierto? Bueno, la pregunta debería ser ¿Cómo localizo a mi antiguo vecino? Alguna vez me he cruzado en la calle con su mujer, aunque me suena que se separaron. 

¿Un mando? ¿No será algún aparato de esos que te vigilan, o explotan? Seguro que es algo, como poco, comprometido, si no, ¿por qué iba a estar escondido?

Mi curiosidad podía más que mi miedo, así que, ni corta ni perezosa, abrí la caja del mando a distancia. ¡Vaya! Parece un control de televisión. En ese momento suena el timbre de la puerta, lo que hace que resbale de mis manos el dichoso aparato, provocando que se desmantelen todas las piezas. Vuelve a sonar el timbre. Recojo con premura las piezas y las escondo debajo del cojín del sofá. 

Compruebo por la mirilla que quien llama es mi vecina de al lado. 

–Hola, perdona que te moleste, pero se me ha terminado la leche, ¿me podrías prestar un cartón? –Me pregunta ajena a lo que ha provocado. – Si no, la niña se va sin desayunar al cole.

–Sí, mujer– Le respondo dándole la leche.


Me voy a trabajar. Hoy es un día complicado. 


–Hola, Mariola–me dice una voz a mi espalda en el descanso que hacemos a la hora del almuerzo. 

Al volverme la reconozco. Es Eufemia, mi antigua vecina del segundo. ¡Qué casualidad!

– ¡Cómo me alegro de encontrarte! –Me dice, tocándome el brazo. 

Le sonrío acordándome de que tengo algo que de alguna manera nos une. Lo tengo en piezas, pero está en mi poder. 

–Me gustaría pedirte un favor–Me dice con cara de preocupación. 

–Dime, si está en mis manos. – Le respondo. 


–Te va a resultar raro. Bueno allá va… Hace tiempo, antes de mudarme de piso… hice una tontería. El caso es que mi marido perdió el mando de la tele. Como no podía vivir sin televisión, compró otro por internet. Tuvimos una discusión de esas que teníamos antes de separarnos. El caso es que yo quería incordiarle, así que cuando llegó un paquete de correos, sabía que era el mando. En fin… que tuve una de mis ocurrencias. No quería que lo encontrase y se me ocurrió esconderlo en el camarote. Confundí las llaves del camarote con las de las portezuelas de las llaves de paso del agua. Sabes cuáles te digo, ¿verdad? Como no quería volver a bajar a por las llaves del camarote; en el cuarto piso abrí la puerta y lo metí en el fondo detrás del contador del agua caliente. Luego vino la separación, la mudanza y me olvidé del paquete. ¿Tú podrías recogerlo y sin más tirarlo a la basura? Mira que como lo encuentre algún vecino… – Dijo llevándose la mano a la frente y con cara de preocupación. – Es un mando que no sirve para nada. 

–¡Oh! Claro mujer, no te preocupes. Esta tarde busco ese paquete. ¿En qué piso dices que lo escondiste? – Dije intentando aparentar naturalidad. Aunque por dentro no sabía si reír o llorar de alivio.




Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Es un niño

Gracias y hasta pronto

Condena permanente