Es un niño

 Sus pequeños pies dan pasos cortos, su mano aprieta la mía, sus ojos expresan el miedo a lo desconocido. Llegando a la puerta me aprieta con más fuerza a la mano. Los gritos procedentes del interior le asustan. Se nota que intenta controlarse, pero al final no puede más y rompe en llanto. Al agacharme para despedirme, se me echa al cuello con tal desconsuelo que se me rompe el alma. Me lo arrancan del cuello con delicadeza y firmeza al mismo tiempo. Me alejo rota, aun cuando sé, que todo va a ir bien. Dentro de un rato estará tranquilo. 

Han pasado unas horas, voy a recogerlo. Lo veo de lejos enfrascado en el montaje de una torre de cubos. Su sonrisa me calienta por dentro. Cuando levanta la vista para buscar el siguiente cubo, me localiza. Se le nota emocionado. Esta vez las lágrimas son de alegría y alivio. Nunca volvió a llorar para ir al colegio. Siempre con su cautivadora sonrisa, rodeado de amigos.  


Han pasado unos años. Sus pies ahora pisan con fuerza, su mano agarra la mía, recordándome aquella primera vez. Su mirada baja y sus ojos llorosos me ponen en alerta. Me agacho para ponerme a su altura, me sorprende echándome los brazos al cuello, como aquel primer día. Eso me descoloca.  

—¿Estás bien Hilario?—Le pregunto preocupada.  

—Sí, mamá—me contesta, limpiándose las lágrimas con la manga del jersey.  

—Sabes que me puedes contar tus preocupaciones—Le digo mirando esos ojos tristes que se me clavan dentro.  

—Mamá, si hoy no voy a clase, ¿pasa algo?—Me susurra al oído.  

—Cariño, tienes que ir a clase, pero si algo te preocupa me lo puedes contar. 

 —Gracias mamá. Nos vemos luego—Se despide triste.  

Veo como desaparece engullido por una jauría de niños. Se me instala un nudo en el estómago. Paso parte de la mañana pensando en mi hijo, en esos ojos tan grandes y asustados. Así que, a la hora del recreo, decido dejarme caer por allí. Intentaré que no me vea. Quiero saber con quién juega y si ya se le ha pasado el disgusto. Lo veo en un rincón del patio, junto a un niño de su edad. Me acerco por detrás de la valla agachada cual fugitiva. Espero que nadie me vea espiar de esta manera o tendré que dar muchas explicaciones.  

—¿De qué es el bocadillo?—Escucho preguntar al otro niño—¡Buag! ¿De chorizo? Te dije que lo quería de paté—Me sorprende escuchar esa frase, ya que me evoca la insistencia de Hilario para que le pusiera un bocadillo de paté.  

—¿Has traído el dinero?—Esto, me congela la sangre—¿no? ¿Cómo tengo que decirte que tu seguridad y la de tu familia hay que pagarla?  

Se me están durmiendo las piernas por la postura, así que me dejo caer, aunque sin perder el hilo de la conversación del otro lado de la valla.  

—No tengo dinero y ayer se había terminado el paté—Escucho que dice mi hijo con la voz compungida.  

—Mañana, el bocadillo, lo quiero de lomo, ¿me oyes? Y diez euros—Grita el que ya considero acosador.  

—No puedo conseguir ese dinero.  

—Pues lo robas, si no ya sabes lo que le pasará a tu padre. Mi papá es policía y lleva un arma—Le amenaza.  

Suena el timbre del fin del recreo. Me quedo acurrucada sin poder contener las lágrimas. Aunque antes me fijo bien en la cara del abusón.  

Cuando voy a recoger a Hilario, intento localizar al niño en cuestión, antes de que salga el mío que, por cierto, siempre sale el último. Veo como este niño besa a un hombre atlético que supongo que es el policía. Me acerco con decisión y sin decirle nada deposito en su mano una nota sin dar ninguna explicación. Confío en que el corazón de padre esté de mi lado. 

Al día siguiente lo dejo en el colegio con la misma pena que el día anterior y con un bocadillo de lomo en la mochila. 

Unos minutos antes de la hora del recreo, veo a un policía en la puerta del colegio. Me acerco y me presento. Le explico por encima la situación de mi hijo, sin decirle que es el suyo el acosador. 

 —Perdona mi atrevimiento, pero creo que es mejor que lo escuches tú mismo—Le digo mientras nos dirigimos al rincón donde sé que irán los críos. 

 —No entiendo, esto se debería notificar al colegio. No sé qué tiene que ver la policía en esto. Si a mi hijo, le acosasen ...no sé lo que haría.—Me dice comprensiblemente extrañado. 

 —Agáchate aquí y escucha por favor, solo quiero que escuches, nada más, no quiero denunciar, ni criminalizar a ese niño. Aunque creo que alguien le tiene que parar los pies.—Le digo invitándole a sentarse en el suelo cuando veo venir a los chiquillos. 

 —¿Me has traído el bocata? A ver de qué es… Muy bien, así me gusta que me hagas caso… ¿Y el dinero?—Le pregunta arrebatándole la bolsa donde le pongo el bocadillo y la botella de agua todas las mañanas a mi pequeño—¡Oh! Veo que vamos entendiéndonos, estos diez euros impedirán que este mes tu padre no acabe en la cárcel o muerto—Grita guardándose un billete con una esquina marcada, que yo dejé allí esta mañana. Sabía que mi hijo no me iba a robar. 

 —Mi padre no puede ir a la cárcel porque solo detienen a los malos— escucho a mi hijo. 

 —Tu padre será detenido por el mío cuando yo se lo pida, y si no lo puede detener, le pegará un tiro, ¿entiendes? 

 El policía se revuelve cada vez que oye la voz de su hijo, tiene los puños apretados y los ojos llenos de lágrimas. 

 El timbre acaba con aquella función, pero empieza el calvario de un hombre que ama a su hijo. 

 —No lo entiendo, ¿cómo es posible que mi pequeño sea ese monstruo?—Me dice entre lágrimas—No te preocupes, tu hijo no volverá a sufrir este acoso. ¿Sabes? No entiendo por qué no me pones verde como padre y denuncias a mi hijo—Me confiesa. 

 —A veces los hijos no son los que creemos, pero en nuestra mano está que sean lo que deben ser. 

 

Al finalizar las clases cada uno recoge a su hijo, pero esta vez no vamos a casa, nos encontramos en una clase vacía. Los niños al verse frente a frente bajan la mirada, cada uno por causas diferentes. 

 —Licesio, ¿me puedes decir de dónde has sacado los diez euros que llevas en el bolsillo?—Al escuchar esa pregunta el chiquillo palidece y le dirige a mi hijo una mirada acusadora—No, Licesio, no me lo ha contado Hilario. Me gustaría que me lo contases tú.—El chico está callado jugueteando con un billete que tiene pintados dos corazones verdes en una de sus esquinas. 

 —Bien, como veo que mi hijo no me lo va a contar—dice volviéndose hacia el mío y poniéndose de rodillas delante de él—Hilario, te pido perdón por lo mal que te lo hace pasar Licesio. No sé si algún día le podrás perdonar. Te aseguro que él no te va a molestar más. En este colegio veo que no aprende lo más importante. Me voy a encargar que aprenda algo que he descuidado. Te agradezco que me lo hayas hecho ver — Esto último me lo dijo a mí, y de nuevo se dirigió al chico — Puedes estar tranquilo, ni yo ni nadie va a hacer daño a tu papá. Quizás cuando seáis mayores os encontréis, espero que os sentéis a tomar una cerveza y os contéis lo que supuso para vosotros todo esto, pero sin rencores. 

Hilario se abraza a su cuello llorando como el niño que es. 

—Señor, no lo meta en la cárcel. Yo le perdono—Le dice al oído, pensando que para separarle de él, lo encarcelaría. 

—No te preocupes, eso no sucederá—Le dice levantándose y revolviéndole el pelo con una sonrisa. 


Sus pasos ahora son más firmes que nunca, ya no le puedo llevar de la mano, aunque se gira y sus ojos siguen siendo los mismos que los de aquel niño asustado en su primer día de cole. Me emociono cuando dicen su nombre para darle el título que tanto le ha costado sacar. Hoy es un hombre feliz. Viene hacia mí, sonriente, y de su bolsillo saca un billete con dos corazones verdes en una esquina. 

—Hace poco me tomé una cerveza con un viejo amigo, todo salió bien.—Me dice levantando su pulgar y guiñándome un ojo. 



Comentarios

  1. Ojalá q acabara todo bien como en el relato xq hay muchos niños sufriendo
    Gracias x ponerlo x escrito nunca será demasiado

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  2. Me ha quedado la intriga de como el padre y nfova la situación para cambiar a su hijo.

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    1. Quizá prestándole más atención y viéndole como es y ayudándole a ser como debiera.

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Gracias y hasta pronto

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