¿Un mal día?
Mi marido entra en la habitación, me mira desde el quicio de la puerta. Su mirada solo transmite incredulidad. Le sonrío con la cara llena de lágrimas. Se acerca despacio. Antes de sentarse a mi lado me quita lo que llevo en mi mano izquierda y lo deposita en el suelo. Eso hace que mi llanto se intensifique. — ¿Qué ha pasado?—Me pregunta con cara de pasmo, más preocupado que otra cosa. Mi congoja no me deja hablar. Él con la paciencia que le caracteriza espera a que me tranquilice. Poco a poco me voy serenando. Rememoro mi “estupenda mañana”. Hoy el despertador no ha sonado a la hora acordada entre él y yo la noche anterior. Con ese inicio, el día no presagiaba nada bueno. Tras desayunar deprisa mientras los niños se vestían, les he puesto su desayuno metiéndoles toda la prisa que podía. Los chavales han desayunado y salido de casa a la carrera. ¡Menuda agilidad! Entretanto, he cerrado la bolsa de basura que ya empezaba a oler, y con el bolso, el paraguas, las llaves y por supuesto,