Fe sin Amor

 Mi hijo se hace mayor. Ayer fui plenamente consciente de ello. Siempre ha sido un chico sano, gracias a Dios. Desde que nació fue bendecido con un buen carácter y un don para ver la parte buena de todas las personas. Tiene infinidad de amigos. Últimamente, me habla con mucha ilusión de una amiga especial. Es maravilloso, mi pequeño se ha enamorado. Y por fin, ayer fue el gran día, su novia vino a casa para conocernos, al tiempo que José María nos la presentaba a su padre y a mí. La chica es guapa, amable y educada, aunque hubo algunas cosillas que me dejaron intranquila. Lo primero fue lo del nombre, José María nos la presentó como “Ro”. Ante mi cara de extrañeza me explicó que su nombre es María Rodelga, pero que no le gusta nada. No me explico cómo alguien puede despreciar el nombre que le pusieron en la pila bautismal. Otra cosa que me chirrió fue cuando justo antes de comer nos disponíamos a bendecir la mesa, la noté como perdida, no sabía qué hacer. ¡En fin! Tendré que tener paciencia, no todo el mundo bendice la mesa antes de comer.

Tras varios meses de relación con mi hijo definitivamente María Rodelga, no es la mujer que deseo para mi pequeño. Está muy claro que es atea, bueno, ella dice agnóstica, que para mí es igual. Una persona que no cree en el único Dios verdadero está condenada. Me queda la esperanza de que el Señor abra los ojos a mi hijo y se aleje de ella.

 Ya está aquí el peor escenario posible. Este domingo en la comida, mi hijo y María Rodelga nos han anunciado lo que en otras circunstancias sería una maravillosa noticia. Vamos a ser abuelos. Ellos están felices y mi marido no cabía de gozo, pero al preguntar por la fecha de la boda, la alegría se esfumó.

—Mamá, no nos vamos a casar–Me aclaró mi hijo. Ese niño que yo crie siempre cerca de la Iglesia.

—Yo no tendré un nieto sin que esté bendecido por Nuestro Señor—Grité levantándome de la mesa.

—Si quiere usted, señora, aborto el fruto del amor que su hijo y yo nos profesamos—Así me respondió la arpía, sabiendo que ese sería un pecado mayor.

 Pasaron varios meses sin que mi hijo y su novia volviesen a comer los domingos. José María nos visita todas las semanas, pero sin María Rodelga. Se sienta a ver el fútbol con su padre. Alguna vez intenta que entendamos que el amor no tiene que tener papeles, que lo más importante es amarse. Yo sigo en mis trece. Ya veremos cuando nazca Garazi. Sí, ese nombre han elegido para la niña. Y ni siquiera un “María” delante o detrás.

Al fin la he tenido en brazos, es tan bonita. Bueno, he puesto algo de paz entre la madre de mi nieta y yo. Al fin y al cabo tengo un plan.

La niña está creciendo sana y preciosa. Su madre ya ha comenzado a trabajar y aunque su idea inicial era llevarla a una guardería, con la ayuda de Dios he conseguido que me la dejen cuidar a mí mientras ellos trabajan.

Está todo preparado, José María se ha pedido el día en el trabajo. Es viernes, no ha podido ser en domingo, pero al menos su alma estará salvada.

 Nos dirigimos hacia la iglesia. Mi hijo está nervioso, mira continuamente a su alrededor. Mi marido nos acompaña, aunque no con la alegría que el sacramento merece. Entramos en la iglesia, el sacerdote ya está preparado. Mi hijo se para en la puerta.

—Creo que he visto a Ro—Me dice bajito y con la voz temblorosa.

—Son imaginaciones tuyas. Estás con tanto miedo porque se entere, que ya ves fantasmas donde no los hay.

 Comienza la celebración, es muy triste hacerlo a escondidas. Con solo cuatro parroquianos como testigos, aunque lo más importante es que María Garazi reciba el sacramento del bautismo.

El sacerdote eleva la mano con la concha llena de agua bendita y se dispone a derramarla sobre la cabeza de la niña. Un grito y un empujón evitan que el agua llegue a rozar siquiera a la pequeña. La mujer histérica que me arrebata de los brazos a la bebé, está fuera de sí. Sus ojos inyectados en rabia atraviesan a José María. Ella no dice nada, se lleva a su hija que ha comenzado a llorar. José María corre tras ellas llorando tanto o más que la niña.

Llevo 2 años sin ver a mi perdido hijo y a mi nieta. La Fe me los ha robado. No lo entiendo, el bautismo es bueno. Ya no sé qué hacer. Solo me queda rezar. Es lo único que hago desde aquel día. José María no me ha vuelto a visitar. Esa fue la condición que aquella hereje puso para que pudiese ver a su hija. Al menos ya no está con ella. No engendrará más vástagos infieles.

Mi marido, que si suele estar con José María, me dice que ha adelgazado mucho, parece un esqueleto andante. Ese, mi marido, al que un día Dios me unió en Santo sacramento; me echa la culpa de la infelicidad de nuestro hijo. Solo él es el culpable cuando se unió carnalmente con el diablo. Solo la oración podrá salvarlo.

Después de estas palabras, ya no hay más anotaciones en el diario de mi abuela. Me han contado que se encerró en sí misma y se volcó en la iglesia. Lo que terminó de afectarle fue la separación de su marido. Ella nunca aceptó el divorcio. Se obsesionó con el pecado. Los sacerdotes la intentaron hacer ver que la iglesia ha evolucionado. Ahora lo más importante es el amor. Ella despotricaba y les llamaba herejes.

La encontraron en la cama, con un rosario entre las manos; rodeada de crucifijos y varias imágenes de la Virgen.

Me llamo Garazi, tengo 15 años y jamás me ha faltado el amor de mis padres, ni de mi abuelo. Lástima que me haya faltado el de mi abuela por su obsesión.




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