Él, ese señor
Un par de zapatillas de paño desordenadas aparecen en mi campo visual, según avanzo por el pasillo con todos mis sentidos alerta. Él es estremecedor, mi mente me juega malas pasadas. Por el rabillo del ojo me parece atisbar a mi hermano. Yo sé que no es posible, él y su silla de ruedas están institucionalizados hace varios meses. Piso algo que hace que me tambalee, es un paraguas del viejo. Lo tomo en mis manos y un recuerdo me invade.
Un niño alegre jugando con su amigo, a esos amigos con los que en algún momento te peleas. Ese día fue así, nos peleamos, como tantas veces. La casualidad y el reloj quisieron que en ese momento nuestros padres hiciesen aparición. Mi amigo fue corriendo donde el suyo para darle su versión que no era otra que yo le había pegado. Mi padre con su mirada y un movimiento de cabeza indicó que volviese a casa con él. Al entrar en el portal sin mediar palabra alguna me estampó en la cabeza el paraguas que llevaba en la mano. A mí, más que un paraguas, me pareció un palo de hierro.
Sigo adelante depositando este recuerdo en el viejo paragüero. No me atrevo a encender la luz, a pesar de la penumbra, el miedo al grito de ese señor aún me paraliza a pesar de mis pasados cincuenta años.
—“Cómo se nota que no sudas el dinero. La factura de la luz la pago yo.”—Resuena en mi cabeza.
Abro despacio la puerta de una habitación, ahora sí, prendo la luz. Veo dos camas pequeñas abrigadas con colchas de ganchillo. Me acerco y paso mi mano por la foto apoyada en la cómoda. En ella estamos todos, mis cinco hermanos, mamá, ese señor al que llamo papá y yo. Sí, ya lo sé, le llama un papá porque es mi padre, pero se me estruja algo dentro al pensar en él como padre. Fijo la vista en la foto y nos veo a todos. Ahí estamos unidos como nunca más lo estuvimos. Actualmente, cada uno va a lo suyo. Nuestros progenitores se encargaron muy bien de ponernos unos contra otros. El “divide y vencerás” debía ser su lema.
Hugo es el único que nos une. Ese hermano que siempre tratamos diferente. Él es especial, nació con dificultad y eso produjo una serie de lesiones en su cerebro. Le costó mucho todo, pero más o menos se defendía. Iba a un colegio especial, jugaba con otros chicos y le gustaba correr. ¡Cómo corría! Una lágrima traicionera me lleva a aquel fatídico día. Mi esposa y yo íbamos de vacaciones con los niños y con la intención de que cambiase de aires nos llevamos a Hugo, que por entonces era todo un adolescente. Me dolía mucho escuchar la palabra subnormal en boca de mis padres y me propuse que él también tuviese vacaciones felices. Me costó lo mío convencer a mi madre, pero él “así descansas” que le soltó mi mujer le convenció del todo. Aquel horrible día me llevé a los chicos a la playa. Mientras Merche, mi, entonces, esposa, se quedó en casa para cuidar a Hugo, ya que el día anterior se había empachado. La noche la había pasado vomitando y por la mañana estaba agotado. Merche se quedó en casa y así el chaval dormía hasta tarde y de paso ella aprovechaba para hacer cosas en la casa. A media mañana Hugo se despertó, escuchaba unos ruidos raros. Su curiosidad le hizo ir a investigar. Los chirridos y jadeos eran mayores según se acercaba a la habitación donde dormíamos nosotros. Al asomarse reconoció al señor que nos alquiló la casa, estaba desnudo encima de Merche. Él pensó que le estaba agrediendo, así que ni corto ni perezoso se lanzó encima, golpeándolo como un poseso. Merche comenzó a gritar e intentar apartarlo, ya muy desesperada.
— ¡A ver subnormal de mierda, para quieto!—Esto paralizó a Hugo.
Lo que aprovechó el agredido para propinarle un empujón, que hizo reaccionar a Hugo. Salió corriendo. Merche y su amante salieron tras él, al llegar a la escalera no midió bien sus pasos y tropezó rodando desde el primer al último escalón. Aquello fue el fin de las carreras de Hugo, de mi matrimonio y de mi paz interior. Mis padres siempre me culparon de aquello. Como si yo le hubiese empujado por las escaleras.
Escucho un quejido que me hace volver al presente. ¿Qué ha sido eso? Con algo más deprisa de la que hasta ahora llevaba, me dirijo a la habitación de ese señor. Ya viudo hace unos años, sigue ocupando la misma cama. Empujó la puerta, esta tropieza con algo que impide abrirla del todo. Un alarido me confirma que él está en el suelo.
—Papá, ¿estás bien?—Le grito intentando abrir la puerta.
— ¿Quieres matarme o qué?—Me responde una voz ronca que reconozco de inmediato.
—Intenta apartarte un poco de la puerta—Le digo suspirando.
— ¿Cómo has entrado? ¿Te guardaste una llave para entrar a robar?—Le escucho decir, lo que activa en mi interior una rabia que tengo que controlar o no respondo de mis actos. Me siento en el suelo apoyando la espalda en la puerta. A mi memoria viene por qué y cómo he llegado aquí.
Hoy, a las ocho de la tarde, la mujer que viene para hacerle la cena y cerciorarse de que se toma la medicación, me ha llamado muy preocupada, ya que él no le abría la puerta. Después de tranquilizarla y decirle que venía a ver qué sucede, le he dicho que podía irse a casa, yo me encargaba. Tras una ducha y tomar una cena ligera me presento delante de la puerta cerrada. He llamado al timbre, nadie ha contestado. Un hormigueo en el estómago me hace presagiar que algo serio ha sucedido. Echo mano de mi recurso secreto. El señor que ahora está detrás de esta puerta mide la confianza que te tiene con sus llaves. Me explico. Si estás en el momento que te considera buen hijo, o le viene bien, te da las llaves de SU Casa. Sí, por el contrario, considera que no le conviene tu visita o te quita esa confianza que te alquiló, pide que le devuelvas las llaves. Eso me pasó a mí hace unos años, pero lo que él ni siquiera sospecha es que hice una copia de la dichosa llave. La guardé en el escondite que usaba de niño. Muevo con cuidado un ladrillo, el que yo sé que tirando encontraré un pequeño hueco. De niño escondía mis tesoros y nunca nadie lo descubrió. Saqué la llave, tras limpiar un poco el polvo acumulado abrí la puerta de la vivienda.
— ¿Qué te has llevado? Siempre supe que no eras de fiar. —Esa voz rompió mi intento de relajación.
Una rabia infinita me sube como la bilis amarga. La misma rabia con la que él pegaba a aquel pequeño niño indefenso. Un fuerte empujón a la puerta me ayuda a arrastrar el cuerpo que grita todo tipo de improperios.
— ¿Pretendes dejarme inválido como a tu hermano?—Grita con odio en los ojos.
Esa frase, lejos de alterarme más, hace el efecto contrario. Una paz inmensa inunda mi ser. Me siento en la cama y observo el despojo de hombre que se retuerce en el suelo.
— ¡Venga ayúdame! No puedo levantarme. Creo que me he roto la cadera. —Suelta con desprecio, aunque ya sin tanta rabia.
Le sigo mirando fijamente y con voz calmada le cuento el miedo que siempre le tuve, el dolor que me produjeron sus palizas y sobre todo le digo el inmenso daño que me han hecho sus palabras. “Por tu culpa tenemos un subnormal inválido”. Miro la mano donde aún guardo las llaves. Me levanto, me acerco a él, le pongo las llaves en su mano y sin pararme a pensar salgo de la casa. Aunque dejando la puerta abierta por si alguien, con más alma que yo, quiere echarle una mano.
Ayyyyyyy que dura la vida Conmovedor relato Gracias
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