Cruzar los dedos
Dos pares de pequeños ojos buscan a través del sucio cristal a quien les da de comer, al que lleva el sueldo a casa. Ven pasar bultos arropados por el frío del invierno que se acerca; sin embargo, ninguno se parece al que esperan. Inguma y Longinos se toman de la mano ante la silueta conocida que se aproxima. El sonido de las llaves en la puerta hace que de inmediato corran a la cocina. Inguma se dedica a poner la mesa, ya le han inculcado que eso es cosa de mujeres. En cambio, Longinos se afana en alimentar el fuego que ya ha calentado la estancia. Las zapatillas calientes abrazarán los pies de quien cada día sale temprano y llega tarde. La madre está calentando la cena, tras atusarse los cabellos. Todos están atentos al modo en el que suenan sus pasos. Esta vez vuelven a ser tambaleantes y su grave voz resuena por el pasillo tras tropezarse de nuevo con el paragüero. Los moradores de la casa se miran y contienen la respiración. La brisa que entra al abrir la puerta de la cocina, hac