Garbanzo negro

 Hoy va a ser el último día. Esto ya no se puede aguantar. Mis ilusiones eran grandes, mis esfuerzos no se pueden poner en duda, pero lo que obtengo está muy lejos de lo que esperaba. Recuerdo mi primer día. La ilusión de un futuro por delante que me había hecho prepararme a conciencia. Mi vestido verde, los pendientes del mismo color y hasta me atreví a darme algo de color en las mejillas. Al llegar la mirada del que sería mi compañero de mesa, me pareció fuera de lugar. Un recorrido de sus ojos a mi cuerpo de arriba abajo, que no dejó centímetro sin escrutar. La verdad, no me gustó, aunque la ilusión con la que empezaba no me la podía empañar. La jornada pasó entre nervios y aprendizaje. Compañeros amables que me iban poniendo al día de mis tareas. A última hora mi compañero de mesa se acercó a mí y poniendo su mano sobre la mía, se presentó diciendo que su nombre era Evencio, que tendríamos tiempo de conocernos todo lo que yo quisiera. Con algo de rubor en la cara y con temor en el alma, retiré mi mano despacio y le dije mi nombre y un nos veremos por aquí. Los días se sucedían y las insinuaciones de Evencio también. El resto de compañeros me decían que no le hiciera caso, que se creía un Don Juan, pero que no presentaba peligro alguno. 

Miedo no tenía a que me hiciera nada, pero era muy incómodo trabajar y al levantar los ojos cruzarme con los suyos y sus labios húmedos, al pasarse la lengua por ellos, haciéndome gestos obscenos. 

Después de un mes, me armé de valor y entré en el despacho de mi jefe y le conté mi incomodidad con mi compañero. 

_¿Estás segura de que no son imaginaciones tuyas? ¿No será que es lo que deseas? _ Fue la respuesta que recibí del que esperaba apoyo. 

_ No, señor. Me gustaría si es posible cambiar mi ubicación. _ Le pedí con más vergüenza que valentía. 

_ Ahora mismo estás al lado del mejor, con él aprenderás de todo. _ Y con una sonrisa frívola me invitó a volver a mi sitio. 

Esto parece que envalentonó a Evencio, ya que al pasar a mi lado posó su mano en mi hombro y bajó como sin querer hasta la altura de mi pecho. Mi sobresalto fue tal que otro compañero vino con la excusa de pedirme unos folios, haciendo así, que Evencio se volviera a su lugar. 

Cuando ya hacía dos meses de mi primer día, Evencio se puso a mi espalda, aprovechando que todos habían salido a tomar un café, simuló un masaje en el cuello y espalda, bajó hasta tocarme los pechos. La impotencia y la rabia que en ese momento sentía me dejó inmóvil. Bajó su cabeza hasta ponerla a la altura de la mía, y en un susurro afirmó que sabía lo que me gustaba. 

Cada día me costaba más conciliar el sueño. Y la ilusión del principio se había transformado en hastío. Mi rendimiento también se veía afectado, por lo que mi jefe me llamó a su despacho.

_ María, he observado que coqueteas a menudo con Evencio, el cual se ha quejado de que le distraes. Además, tu rendimiento ha bajado tanto, que si sigues así me veré obligado a prescindir de tus servicios. 

Mi cabeza agachada, mirándome los zapatos sin brillo, se fue levantando poco a poco para clavar mis ojos en los del hombre que tenía en frente. Mis manos cobraron vida posándose en la mesa que tenía delante y me impulsaron a ponerme de pie. Como si todo estuviese pensado, una de mis manos asió la jarra de cristal que siempre había en aquella estancia, y sin pensar arrojé su contenido a la cara de mi, ya, exjefe. 

Sí, esa mañana me dije que iba a ser el último, iba a serlo de verdad. No voy a permitir que hombres que se creen más poderosos, por el mero hecho de ser machos, me humillen. No sé dónde encontraré otro empleo, pero mi dignidad está por encima del dinero. 

Al salir del despacho, todos mis compañeros, excepto Evencio, comenzaron a aplaudir y al poco se escuchaba un rumor de papeles, cajones abriéndose y cerrándose. En los diez minutos que tardé en recoger mis cosas, mis compañeros habían hecho lo mismo con las suyas y uno por uno entraron en el despacho del director con su carta de renuncia. 

Este no salía de su asombro, con la camisa totalmente calada y la mesa llena de renuncias. 

Dos días, es lo que tardó el director en conseguir mi teléfono.


_ Amalia, me gustaría que retomase su actividad en la empresa, nos hemos dado cuenta de su valía. Hemos puesto remedio a su incomodidad con su compañero y le hemos cambiado de lugar. _ Fueron sus palabras cuando se identificó.

_ Estaré encantada señor de volver a ese despacho, pero no quiero que cambien de sitio a mi compañero Evencio. Por muy lejos que esté de mi mesa, estaré respirando su mismo aire. Si él está en el despacho, lo siento, pero no deseo trabajar en el mismo. _ No sé de dónde saqué las fuerzas para contestar así. 

_ ¿Me está pidiendo que despida a Evencio? 

_ No, señor, solamente le pido que no estemos en la misma estancia, a poder ser que no estemos ni siquiera en el mismo edificio. Usted sabrá cómo solucionar eso. 


Tras un silencio que yo consideré definitivo.


_ Está bien. No volverá a coincidir con Evencio. ¿Vendrá usted a trabajar mañana? 

_ Si, por supuesto. Mañana estaré ahí a primera hora. 

_ ¿Le puedo pedir un favor?

_ Diga ¿qué puedo hacer?

_ Puede llamar a sus compañeros y decir que vuelve a trabajar con nosotros. No sé cómo lo ha hecho, pero se niegan a volver si usted no es readmitida. 

Se me escapa una sonrisa y vuelvo a creer en las personas. Que haya un garbanzo negro no tiene que arruinar todo el cocido. 

_ Sí, llamaré a mis compañeros y mañana estaremos todos allí. 



Comentarios

  1. Genial 👍 Un relato redondo Por lo bien escrito y por su mensaje Gracias

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