La niña de las trenzas
Aún lo recuerdo como si hubiese pasado ayer mismo. La vi en el patio de la escuela, iba con una falda plisada que le llegaba por debajo de sus bonitas rodillas. Saltaba a la comba cantando una cancioncilla que hablaba de unas niñas bonitas. Sus calcetines blancos de perlé le llegaban justo unos centímetros por debajo de la falda, se le había bajado uno y le daba un aire de niña mala. Al acercarme me quedé embobado mirando, y al verme pararon de dar a la comba. La cuerda calló, como sin ganas, a sus pies. Me miró fijamente y me preguntó si quería algo. Yo a esas alturas ya me había puesto como un tomate. Negué con la cabeza, pero seguí mirando como hipnotizado. Me acerqué con la decisión de un chiquillo obnubilado; clavé la rodilla en el cemento y mis manos temblorosas tomaron el borde del calcetín y con un leve tirón lo coloqué a la misma altura que su gemelo. Al ponerme de pie observé su cara de desconcierto. En ese momento un murmullo y unas risas a mi espalda me recordaron el absu