¿Cómo se lo digo?

 Tengo que hablar con mi hijo. Esta vez es algo muy serio y no sé cómo se lo tomará. Es muy duro decir a un niño de apenas once años que su mejor amigo ha muerto. Desde que me he enterado no consigo mantener la compostura. Estaba cocinando y oía en sonido de la entrada de mensajes de wasaps. Entraban mensajes muy seguidos, hubo un momento en el que parece que habían parado, pero enseguida volvieron de nuevo. Estaba un poco mosqueada, tanto mensaje y tan seguido… Cuando leí el primero, no entendía nada, caras llorosas, y mensajes de pésame. Tuve que mirar dos veces para asegurarme de que era el grupo de wasap del colegio. Efectivamente, lo era. Intenté encontrar el primer mensaje entre tanto jaleo y ahí estaba. 

"Adrián ha tenido un accidente grave"

Y unas líneas más abajo.

"Adrián ha fallecido".

 No puedo reprimir la congoja y salgo del salón con el teléfono en la mano. No es posible que esto esté pasando. Ese niño es el mejor amigo de mi hijo. Es, bueno, era un niño con una energía impresionante. Su alegría era contagiosa. Mi hijo ha estado en su casa cientos de veces. No es posible, que ese pequeño esté muerto. 

Y ahora viene lo más difícil. Voy a hablar con Ander. 

Entro en la habitación de mi hijo. Al mirarle a la cara veo que ha llorado, aunque en este momento se está riendo a carcajadas. Se gira y me mira. 

_ Hola mamá. Pareces triste. Entra que nos vamos a reír. Me dice indicándome con la mano que entre. 

_ ¿Qué te pasa? Parece que te lo estás pasando bien. 

_ Sí, mamá. Antes en el salón escuché como sonaba tu móvil y lo miré. Me confiesa bajando la cabeza, y cambiando su alegre sonrisa a un gesto más serio. 

_ Entonces, ¿leíste la triste noticia?

_ Sí. Y vine a mi habitación a llorar para que tú no me vieras. Y aquí pasó algo raro. Cuando estaba llorando y pataleando en la cama, sentí un calor muy intenso aquí. Y se señaló el pecho. Al principio me asusté, pensé que me iba a morir yo también. Al poco tiempo oí algo en mi cabeza. No me mires así, no estoy imaginando nada. 

_ No es eso, Ander. El dolor a veces nos hace sentir cosas raras o ver cosas que en realidad son producto de nuestra imaginación. Aunque eso no es malo, si nos hace sentir menos mal. Intenté razonar lo que mi hijo me estaba contando.

_ Eso puede ser, pero en esta ocasión no es así. Como te decía escuché algo en mi cabeza. Era una risa, y enseguida la reconocí. Adrián se estaba riendo. Parecía que estuviese aquí mismo. Y al momento me entró a mí la risa también, además de sentir que algo calentito estaba dentro de mí. ¿Estaré loco, mamá?


Yo no sabía muy bien cómo lidiar con aquella situación, decidí que ser sincera era la mejor opción. 

_ Mira Ander, no estás loco. Estás roto por dentro, y eso es el calorcito que notas. Ahora lo ves muy difícil, pero con el tiempo ese calor se irá enfriando y el dolor se amortiguará. Es normal que quieras recordar su risa y sus juegos.  Por supuesto que es muy natural que llores. Y diciendo esto, abrazo a mi pequeño y con lágrimas que no puedo reprimir, le beso en la cabeza que tiene recostada en mi hombro. 


Cuando creo que ya está más tranquilo, salgo de la habitación, cierro la puerta y me recuesto en ella con la intención de reponer las fuerzas que me faltan para seguir ayudando a mi hijo. Sin querer oigo voces en el interior de la habitación. Con mucho cuidado entreabro la puerta y presto atención. 


_ Ya ves, Adrián, mi madre no piensa que pueda hablar contigo. 

_ Si, los mayores son así.


 Oigo que le contesta alguien que está con él. Me quedo quieta y me recorre un frío por la espalda que hace estremecerme.


_ Ander, los mayores siempre suponen que saben todo. Cuando te mueres ves otras cosas y sabes otras cosas. 

_ ¿Y qué sabes?

_ Yo sé que ese calorcito que sientes dentro, va a estar contigo siempre que te acuerdes de los buenos ratos que hemos pasado. También sé que mi madre va a llorar mucho; sin embargo, yo intentaré que sienta también ese fuego; que tú ya sientes. Aunque algunos días le tendrás que ayudar a entender. 

_ Haré lo que pueda. Será difícil, ya sabes que los mayores no se dejan ayudar fácilmente. 

_ Gracias Ander. Otra cosa, no sé si sabes que vas a tener un vecino nuevo. Es un chico algo callado, pero ya verás, te caerá bien. Sí, no me mires así, la semana que viene le conocerás. Se llama casi como tú.

_ ¿Y tú donde irás? 

_ Me tengo que marchar. Aunque siempre estaré cerca, acuérdate del calorcito. 

 Y por la rendija de la puerta veo como mi hijo sonríe y se lleva la mano al pecho. Cierro con mucho cuidado, me tiembla todo el cuerpo. ¿Qué es lo que he presenciado? ¿Quién estaba consolando a Ander? 


 Después de un mes de aquel terrible accidente, entro en la habitación de mi hijo para llamar para merendar a él y a su nuevo amigo Anher. 







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