Los sonidos de la naturaleza

 Al meter la mano en el bolso buscando mi teléfono, mi mano tropieza con una forma cuadrada y metálica que me retrotrae a un momento agobiante que viví no hace demasiado tiempo. 

Era martes, ese día no trabajaba, salí de casa con la ropa de monte puesta y mi mochila con lo necesario para pasar el día. Elegí un bonito paraje no muy alejado. Al apearme del coche noté ese silencio agradable que solo el bosque puede dar. El sonido del viento a través de los árboles, los pájaros y algún animalito que no reconocí. Adentrándome por el sendero marcado, muy cercano a un pequeño río cuyo sonido se unió al coro antes mencionado. Eran casi las doce y a esa hora me gusta escuchar el informativo, para ello me puse los auriculares y con mi teléfono móvil sintonicé la emisora. Seguí caminando ahora escuchando una voz que soltaba sólo negras palabras.  Cuando finalizó el noticiero retiré de mis oídos el infernal dispositivo que me llenó de malas noticias. 

La niebla, como si quisiera acompañar las noticias, se cerró a mi alrededor. A cada paso el camino era menos visible. Seguí adelante teniendo en cuenta que cerca estaría la borda de pastores que tantas veces me ha cobijado de algún chaparrón. Me volví al escuchar unos pasos, aunque no vi a nadie. Esos pasos sonaban al mismo ritmo que los míos, como si su dueño no quisiera alcanzarme, pero tampoco perderme.

 _ ¿Hay alguien ahí? Me atreví a preguntar. 

El silencio y el sonido de mi respiración fue la única respuesta. Seguí mi caminar con el oído más alerta que nunca. Ahí estaba ese sonido que me seguía. Enseguida encontré la borda y sin pensármelo dos veces entré hasta en fondo donde la oscuridad era un refugio. Con atención escuché los sonidos que el bosque me devolvía, y nada; parece que lo que fuera que me persiguiese se había perdido o mi acelerada imaginación me ha jugado una de sus bromas. 

En una piedra que recorría todo el contorno del edificio posé la mochila y me dispuse a descansar. Al meter la mano en la bolsa fui sacando primero el bocadillo, junto a una pequeña navaja. Al tener esta en la mano, mi mirada instintivamente se dirigió hacia el bosque. Sacudiendo la cabeza de lado a lado, proseguí con la preparación de mi pequeño banquete. En el fondo de la mochila palpé una caja cuadrada y metálica que al sacarla hizo un ruido que me paralizó. Volví a agitar la cajita en cuestión y una carcajada se escuchó tan estrepitosa que me asustó, hasta que me percaté que había sido yo la causante del jocoso alarido. Ese momento fue el que me di cuenta de que esos pasos que me parecía escuchar a mi espalda, no era otra cosa que los caramelos que traía en su caja metálica y que sonaban al ritmo de mis pasos.






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