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Mostrando entradas de abril, 2021

La ventana

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 Vivo en un cuarto piso, no es ni grande ni pequeño. Mi hija Nieves de dos años, es un terremoto con pañales. Corre por toda la casa, se sube a todo lo que está por encima de su barbilla. Ella es una niña espabilada, inquieta y muy lista. Estos días está algo más movida que de costumbre. Van a venir sus abuelos a visitarnos y cada noche al irse a dormir me hace la misma pregunta ¿mañana llegan los yayos? Y yo con mi sonrisa y paciencia infinita le digo que aún no. Ella con la frente arrugada y seria, levanta su manita con los dedos extendidos y me dice ¿faltan estos días? Y dándole un beso en la frente le respondo que no, que el día del dedo gordito ya pasó.  Ayer por fin se le gastaron los dedos y hoy es el gran día. Mis padres llegarán sobre las doce del mediodía. Nieves está entretenida con una muñeca, mientras yo ventilo la casa, abriendo todas las ventanas y voy a la terraza a tender la ropa que acabo de sacar de la lavadora.  Mientras tiendo la última de las camisetas de mi peque

Paredes de papel

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 En mi casa las paredes parecen de papel, como decía mi madre. Todo se oye desde la cisterna del váter del vecino de arriba, hasta las canciones que canta mi vecina cuando hace las labores de casa.  Pero hoy se me ha puesto la carne de gallina, he oído sin querer unos gritos, y parecen de una mujer. No sé qué hacer. Comenzaron a las dos de la mañana, en principio parecían jadeos y sonidos rítmicos. Yo con mi mente algo verdusca, pensé que mi vecina estaba dándole una alegría al cuerpo. La duda llegó cuando de pronto todo quedó en silencio y se escuchaban voces de hombre. Pero no una, sino varias. Ese fue el momento en el que empecé a prestar atención a lo que sucedía al otro lado de la pared.  Unas voces masculinas hablando atropelladamente, quitándose la palabra uno al otro. No entendía lo que decían, pero hablaban en tono agresivo. La mujer, ósea mi vecina, se nota que está llorando. Uno de los hombres alza aún más la voz y consigo distinguir un "No" seco y enérgico.  En es

La verbena inolvidable

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 Son las fiestas del pueblo y hoy vendrán mis amigos del instituto a la verbena. Estoy muy contenta, al fin verán que en los pueblos también nos sabemos divertir. Vienen cuatro Marta, Belén, Roberto y Asier. Son tan diferentes entre sí, que a veces no sé cómo salimos todos juntos. Por fin han llegado, que emoción tengo. Cuando llego donde ellos, nos damos los dos besos de rigor en las mejillas, pero falta Roberto. ¿Qué pasa no viene? Les pregunto extrañada. Si, pero ha dicho que viene en su coche, así si se agobia se puede ir cuando quiera. Me quedo conforme, Roberto es muy suyo, no es como los demás. Normalmente no habla mucho con la gente, pero con nosotros ha encajado perfectamente. _ Vamos a tomar algo, les digo a mis amigos, y les llevo hacia el bar donde están todos los jóvenes y no tan jóvenes del pueblo. Allí también están mis padres, me acerco y les presento a mis amigos. Son correctos, pero sin demasiadas muestras de cercanía; en fin ellos son así. Me fijo en la entrada del b

Últimos besos en la montaña final

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 Hoy los mayores susurran palabras que me hacen daño. Palabras como "abuela", "hospital", "ver" y algo que no entendía "última vez". A mí solo me gustaba la palabra "abuela". La abuela me daba cosas ricas que mi mamá no quería que comiese, porque decía que se me caían los dientes. Me abrazaba despacito y calentito, no me apretaba fuerte y me espachurraba, ella lo hacía con suavidad y me cantaba. Me han dicho que está malita y que quiere saludarme. Como soy pequeña, no me dejan ir a verla a la habitación del hospital, pero hoy me han prometido verla por la ventana. Así me mandará besos de viento. Ya hemos llegado, el hospital es un edificio enorme lleno de ventanas. Mi papá ha subido donde la abuela para decirle que se asome a la ventana y así nos veremos, pero yo sé que además nos mandaremos besos de viento. Esos besos mi abuela me explicó, que son besos que las personas que se quieren mucho les dan al viento y este los entrega, pero mu