La ventana
Vivo en un cuarto piso, no es ni grande ni pequeño. Mi hija Nieves de dos años, es un terremoto con pañales. Corre por toda la casa, se sube a todo lo que está por encima de su barbilla. Ella es una niña espabilada, inquieta y muy lista. Estos días está algo más movida que de costumbre. Van a venir sus abuelos a visitarnos y cada noche al irse a dormir me hace la misma pregunta ¿mañana llegan los yayos? Y yo con mi sonrisa y paciencia infinita le digo que aún no. Ella con la frente arrugada y seria, levanta su manita con los dedos extendidos y me dice ¿faltan estos días? Y dándole un beso en la frente le respondo que no, que el día del dedo gordito ya pasó. Ayer por fin se le gastaron los dedos y hoy es el gran día. Mis padres llegarán sobre las doce del mediodía. Nieves está entretenida con una muñeca, mientras yo ventilo la casa, abriendo todas las ventanas y voy a la terraza a tender la ropa que acabo de sacar de la lavadora. Mientras tiendo la última de las camisetas de mi peque