La ventana

 Vivo en un cuarto piso, no es ni grande ni pequeño. Mi hija Nieves de dos años, es un terremoto con pañales. Corre por toda la casa, se sube a todo lo que está por encima de su barbilla. Ella es una niña espabilada, inquieta y muy lista. Estos días está algo más movida que de costumbre. Van a venir sus abuelos a visitarnos y cada noche al irse a dormir me hace la misma pregunta ¿mañana llegan los yayos? Y yo con mi sonrisa y paciencia infinita le digo que aún no. Ella con la frente arrugada y seria, levanta su manita con los dedos extendidos y me dice ¿faltan estos días? Y dándole un beso en la frente le respondo que no, que el día del dedo gordito ya pasó. 

Ayer por fin se le gastaron los dedos y hoy es el gran día. Mis padres llegarán sobre las doce del mediodía. Nieves está entretenida con una muñeca, mientras yo ventilo la casa, abriendo todas las ventanas y voy a la terraza a tender la ropa que acabo de sacar de la lavadora.  Mientras tiendo la última de las camisetas de mi pequeña revoltosa, oigo un clic; al mirar hacia la puerta veo como me saluda, a través del cristal de la puerta, ahora cerrada. Se ha apoyado en la manilla a la que justo llega, dejándome cerrada en la terraza. 

En ese momento me da un vuelco el corazón y pienso en las ventanas abiertas. La llamo e intento decirle que abra la puerta, pero sus intentos son inútiles. De pronto sale corriendo con su risa cantarina. Mi cabeza visualiza la banqueta de la cocina acercándose a una ventana sin barreras. Miro a mi alrededor, pero en esa terraza no tengo nada que pueda usar para abrir la puerta, solo hay dos plantas y un tendedero. Veo de nuevo a Nieves venir hacia mí corriendo, pero tropieza con la alfombra y cae al suelo golpeándose la cara contra el parqué. Ella comienza a llorar desconsoladamente y se va de nuevo. Yo ya estoy desesperada, en ese momento cojo la maceta que contiene uno de mis geranios y la tiro contra en cristal de la puerta. Introduzco mi mano por el agujero y tomando la manilla con cuidado, para no cortarme, consigo abrir la puerta. Entro en la habitación corriendo y me dirijo hacia donde oigo el llanto. Al llegar a la puerta del salón me quedo paralizada. Mi hija está llorando encima de un taburete mirando por la ventana haciendo gestos a la vecina. No la quiero asustar, comienzo a hablarle despacio y sin gritar, pero con sus gritos no me oye. Me voy acercando poco a poco, cuando estoy a dos pasos de ella se vuelve y da tal respingo que el taburete se resbala y ella … Ella acaba en mis brazos. Mi agilidad y rapidez han privado a mi niña de un vuelo fatal. 



Comentarios

  1. Mamma mia q asustada me has tenido en todo el Relato Asi me gusta poder sentir con lo q escribes Un aplauso

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  2. Que tensión, hasta el final. Gracias por ello.

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