A los quince años

 Con 15 años ya tiene el corazón roto. La ilusión, la novedad, la inexperiencia; en definitiva, el primer amor.  

 Sonrisas regaladas, besos compartidos y promesas de amor eterno han sido el germen de su desdicha.  

—Lo mío es tuyo, incluso mi voluntad. Y lo tuyo, ¿me pertenece? —Piensa su inexperto intelecto.  

—¿Me dejas tu móvil? —Es lo que le pide tras un beso rápido—. Desbloquéalo, ¿acaso ocultas algo? ¿Quién es esta Rocío?  

—¿Rocío? Mi compañera de clase. Me escribió para pedirme unos apuntes. —Explica sin dar más importancia.  

—¿Sí? —Pulsa en la conversación— Bueno, parece que también habéis quedado.  

—Sí, claro. Le llevaré los apuntes, nada más.  

—Esta Iratxe, ¿quién es? —le dice a la vez que pulsa en el nombre—. Bueno, bueno, o sea que tienes una cita mañana.  

—Sí, es mi amiga; además, es su cumpleaños, y he quedado con ella para celebrarlo.  

—¿Mañana? ¿Y cuándo me lo ibas a decir?  

—Ahora, te iba a preguntar si no te importa que quede mañana.  

—¿Importarme? No, claro que no. Aunque mañana había pensado hacer algo especial, pero si prefieres irte con... ¿Cómo se llamaba?  

—Iratxe. No es que prefiera, pero es su cumpleaños. Aunque prefiero ir contigo —le dijo bajando la voz mientras levantaba la cabeza.  

—¡Perfecto! Tengo un plan maravilloso —le dijo con alegría, pasándole un brazo por los hombros.  

—Cuéntamelo, estoy deseando saberlo —respondió extendiendo la mano para recuperar su teléfono.  

—Esto lo guardo yo —murmuró guardando en su bolsillo el móvil.  

Pasaron la tarde entre paseos, arrumacos y planes para el día siguiente.  

 Al despedirse le devolvió el teléfono, no sin antes recordarle que al día siguiente tenían una cita especial.  

 Cuando llegó a casa, le pidió a su hermano que avisase a Iratxe. No se atrevía a usar su dispositivo, ya que sabía que miraba cuando estaba conectada.  

—¿Por qué no dejas a ese imbécil? —Le dijo por enésima vez su hermano.  

—No puedo, le quiero. Todo esto lo hace porque me ama y no soporta compartirme con nadie —respondió, aunque hasta a ella le chirriaba la excusa.  


Al día siguiente la recogió en su casa una hora más tarde de lo acordado. Él ya había comentado que se iba al monte.  

—Sí, voy a despejarme. —Subiré y por la tarde quedaré con mi novia. —Le dijo a todo el que le preguntaba al verle ataviado con ropa de monte.  


 La joven, al verlo, quiso cambiarse de ropa, pero él no se lo permitió.  

—Me gusta tal cual vas, esa falda que te regalé te queda perfecta.  

 A medida que subían, la cuesta se volvía más ligera.  

—Ya verás, las vistas desde arriba son magníficas. —Le animaba cuando la notaba flaquear.  

—Seguro que merece la pena el esfuerzo. —Comentó ella entre jadeos.  


 Al llegar, pudieron contemplar el magnífico paisaje. El acantilado a sus pies, el mar rompiendo con suavidad unos metros más abajo.  

—Cariño, ¿avisaste a tu amiga de que hoy no ibas a su cumpleaños? —Le preguntó con disimulado interés.  

—No, no le he escrito, ya le diré mañana cuando la vea. —Mintió.  

—¿Y a la de los apuntes tampoco le has dicho que hoy no ibas a clase?  

—Sí, a Rocío, sí le he avisado. —Se le escapó.  

—¿Y cómo se lo has dicho? —Le preguntó agarrándole con fuerza del pelo—. Tu teléfono no se ha conectado desde que te dejé ayer.  

—Me llamó al teléfono de casa —respondió sujetándose la coleta para impedir que le hiciera daño.  

—¿No tendrás otro móvil? ¿O te crees que soy tonto? —Le gritó mientras un fuerte tirón la llevó al suelo. —¿Con cuántos hablas a mis espaldas?  

—Te juro que no tengo más teléfonos. Solo hablo contigo —respondía entre llantos de dolor y miedo.  

—¡No mientas! —vociferó mientras le propinaba una patada que le acercó peligrosamente al precipicio.  

—¡Te quiero! Mi vida solo eres tú…—Gritaba muerta de miedo.  

—El otro día vi cómo mirabas al profesor de Ciencias. Ese repipi te sonrió. —Le dijo al oído, agachado junto a ella.  

—Ese profesor sonríe a todos los alumnos. Además, es feo, a mí no me gusta. —Le respondió calculando la distancia al vacío.  

 Él tomó impulso para regalarle la patada definitiva, cuando su bota iba a tocar el cuerpo de ella, la joven hizo un movimiento instintivo. Esto provocó que el puntapié no encontrase su destino, lo que hizo que perdiese el equilibrio.  

 La joven vio cómo su novio se precipitaba al vacío. Se asomó y allí, agarrado a una rama, colgaba el que ella creía amar.  


—¡Ayúdame! No aguantaré mucho. —Le suplicaba. 

—No llego…—Le dijo estirando el brazo todo lo que le era posible.  

—Pide ayuda, ¡maldita inútil! Ya ves, sin mí, no eres nada. No sirves para nada. Ni para abono servirás cuando mueras.  

 Ella se puso en pie despacio y no dejó de mirarle a los ojos, no se movió, estaba como hipnotizada. Pudo ver cómo le iban abandonando las fuerzas, cómo caía mientras gritaba. 

Miró alrededor, recogió su móvil y su chaqueta y se dispuso a descender del monte donde se quedaba su inocencia. 






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Gracias y hasta pronto

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