Buscando una vida
El triste adiós de aquellos que dejé atrás, me encogió el alma. Según se alejaba el barco, mi ánimo se hundía en este mar que me prometía una nueva vida. Al enfrentarme al gentío lloroso que poblaba la cubierta, me llamó la atención una mujer joven con una niña agarrada de su mano. La joven tenía más o menos mi edad y destacaba su sonrisa entre tanta tristeza.
Fuera de primera clase, la gente compartía camarote con diez personas, cuando no se colaba alguna más. Así que decidida a no quedarme sin mi camastro por muy humilde que fuese, salí de cubierta. Me acomodé en una litera en la parte de abajo sabiendo que la cama superior sería habitada por alguien, aunque mi miedo a caerme superó las posibles molestias que esa pasajera en cuestión me causaría. Enseguida comenzaron a llegar más mujeres, todas llorosas. Nos mirábamos de reojo al principio, luego nos fuimos presentando. Algunas eran hijas de algún empresario que las reclamaban, aunque no se podían permitir los pasajes en primera; otras eran esposas que iban a reunirse con sus maridos. Luego estaba Bartolomea, esa chica alegre con una niña que había visto en cubierta. Ella se presentó con su nombre y presentó a su pequeña de cuatro años. No nos contó nada de su situación y eso fue respetado. Bartolomea y Rita, que así se llamaba su hija, se ubicaron en la litera que se encontraba encima de la mía. Poco a poco nos fuimos abriendo una a la otra. Cada una fue contando su situación y nos hicimos inseparables. Muchas veces Rita dormía en mi cama, ya que decía que así estaba más cerca del suelo para ir a jugar.
Bartolomea me contó que iba a trabajar con un señor que su tío conocía. El tío había fallecido hacía poco, pero don Emilio le comunicó que la oferta de trabajo seguía en pie. Llevaba a buen recaudo el nombre y la dirección de don Emilio. No me dijo, ni yo pregunté, por qué no viajaba el padre de la criatura con ellas.
También le conté mi situación, que no era otra que escapar de mi madre y su empeño en casarme con un hombre al que no amaba, y que de seguro me iba a dar una paliza tras otra y un montón de hijos desgraciados. Sin embargo, a mi madre le daría una muy buena cantidad de dinero. Una parte de ese dinero se lo dio por adelantado. Entre mi padre y el cura del pueblo conseguí un pasaje en este barco. En el nuevo mundo ya buscaría trabajo de lo que fuese. No quiero ni pensar en la cara de mi madre cuando vea que el adelanto ha desaparecido junto con su rebelde hija.
El viaje transcurría tranquilo, la relación entre las otras pasajeras y nosotras era cordial, pero con ninguna llegó esa íntima relación. Nos llamaban “las hermanas”, incluso a veces nos confundían. La verdad es que nos parecíamos un poco. Una noche, la mar estaba revuelta, la tripulación estaba muy ajetreada y alterada. Nos habían advertido de que no saliésemos de nuestros camarotes. Faltaba muy poco para llegar a nuestro destino. El barco se movía como no lo había hecho en toda la travesía. Bartolomea me pidió que dejase a Rita dormir conmigo, ya que le daba miedo que la niña se cayese con tanto movimiento. Apenas había cerrado los ojos, cuando un grito y un golpe me despertaron. La oscuridad invadía el lugar, pero al momento pude oír como mi amiga gemía en el suelo. Tras asegurarnos de que no tenía ningún hueso roto, se metió en mi litera y apretujadas intentamos de nuevo conciliar el sueño.
Al despertar un bulto frío y duro ocupaba el sitio de mi querida amiga. Miré alrededor y vi que el camarote estaba vacío. Todas debían estar tomando el aire después de la noche tormentosa. Sacudí a Bartolomea y no hubo respuesta, la chica estaba muerta. Rita me miraba con cara de susto intuyendo la desgracia. Mi angustia fue tal que salí de la cama y tras coger en brazos a la niña me dirigí a cubierta. La pequeña lloraba desconsolada y me percaté de la situación. La niña estaba sola en el mundo. La abracé con fuerza. En ese momento, una de las compañeras de camarote se acercó a mí con los ojos llorosos y el semblante serio. Y me narró lo que yo ya sabía. Habían encontrado a mi amiga muerta, no convenía que bajase con mi hija de momento. La niña no debía ver a su amiga así. Ahí me di cuenta de la confusión, sin embargo, mi cabeza fue más rápida que mi corazón, así suplanté la identidad de Bartolomea. Y hablando con la niña le expliqué que su mamá se había ido al cielo y ahora yo sería su mamá. Los llantos de la niña se fueron apaciguando muy poco a poco.
De nuevo en el camarote recogí las cosas de mi amiga y releí la carta donde don Emilio le instaba a ir con él a trabajar para atender a su mujer. La guardé junto con su nombre y dirección. Metiendo todo en una bolsa me instalé en la litera inferior, diciendo a todas que la niña seguía queriendo dormir abajo. En realidad era mi miedo el que me impedía habitar la litera de arriba. Algo extrañadas, pero aceptando la situación ninguna puso objeciones.
Al día siguiente llegamos a puerto. Me vestí con un vestido de la madre de Rita, y a la niña la puse lo más elegante que pude.
Con la niña agarrada a mi falda y una maleta en cada mano me dirigí a la pasarela donde comenzaría mi nueva vida. Un nuevo nombre, una hija caída del cielo y un futuro que ahora se abría ante mí.
Gracias x este relato de optimismo hacia una nueva vida Gracias
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