Si me voy, si te vas

Un día lluvioso y fresco, aunque no frío, de esos días propicios para pensar, paseaba por la ciudad con mi cabeza en los últimos acontecimientos vividos. A mi alrededor han fallecido varias personas, unas más cercanas que otras. Es curioso que todas estas ausencias dejen algo en común; el dolor. El dolor de la ausencia, de los planes truncados, del futuro roto, de las experiencias por vivir…

¿Da miedo morir o es peor despedir a alguien? Con este interrogante en mi cabeza pasé todo ese día. Al día siguiente, en cuanto tenía ocasión, preguntaba a las personas con las que mi iba encontrando. Es muy llamativo que mucha gente decía tener miedo a morir, pero todas y cada una de las personas afirmaban que era mucho peor despedir a los seres queridos.

En mi cabeza comenzaron a dar vueltas algunas de las personas a las que yo quiero mucho. Efectivamente, era muy doloroso pensar en su ausencia. Mi pensamiento se fue de inmediato a tener en cuenta a esas personas. Yo también les importo. Y no era una pregunta, sino la afirmación de un amor reconocido. El corazón me dio un vuelco, al darme cuenta de que podrían sufrir si yo me iba. Mi ausencia les iba a doler. No quiero que sufran y mucho menos que se anclen en ese pesar. Por eso digo alto y claro.


Si un día no estoy:

Ese día te doy permiso para enfadarte, maldecirme, incluso odiarme. Llora, si eso te hace bien. Cuando ya no esté sigue tu vida. Ríe. Vive. Al recordarme no lo hagas desde la tristeza o el dolor, hazlo desde el cariño que compartimos. Ten presente la canción de Pedro Capó. “Cuando me vaya que no me lloren. Compren vino, no quiero flores…” Aunque suene arrogante, compra una botella de vino, unas croquetas y una tortilla de patata y… a disfrutar.

No soportaría saber que mi gente bonita está sufriendo. ¡No quiero! Te doy un pequeño permiso, luego ríe, baila, canta, sueña en resumen Vive.


Después de leer esta carta me planteé muchas cosas. ¿Qué haría yo si alguien querido se despidiera así? Buf, que difícil aceptar eso. Y como lo mío es escribir, allá que voy con los dedos en las teclas y escribo a quien se fue despidiéndose y al que no se despidió por falta de tiempo o por pereza o miedo.


Persona querida:


Sí, has leído bien, querida. Tal vez te dije alguna vez que te quería o tal vez no lo hice. Mi cobardía o esa obsesión mía de no desgastar algunas palabras son las culpables. Te quiero en presente, porque el amor es atemporal. Te echo de menos y duele muy adentro tu ausencia. En mi cabeza no deja de revolotear una pregunta. ¿Por qué? 

Me dices que siga mi vida, que celebre la tuya. ¡Qué estupidez! Tú ya no tienes esa vida. No quieres que me ancle en mi dolor, ¿en qué quieres que me ancle? ¿En la felicidad que vivimos y tal vez lo ignorábamos? Sí, lo entiendo. Sí, lo voy a intentar. ¡Qué difícil! Tu ausencia pesa, aunque mi dolor por ello me pesa aún más. ¿Eso será egoísta? Si al despertar eres lo primero que me viene a la cabeza, ¿cómo no derrumbarme?

Bueno, ya lo sé, tengo que seguir, acostumbrarme a tu ausencia. Vivir como si fuera un regalo. Un regalo que un día perderé, como te perdí a ti. De acuerdo, lo haré. Pero ahora déjame decirte que me has fastidiado, que me da rabia tu partida, que no tienes derecho a hacerme esto. Vale, vale, no me soples al oído. Ya lo he entendido, pero entiende que me enfade un poquito contigo por dejarme.

Mañana voy a reír sin sentirme culpable por ello, aunque hoy llore. Viajaré, bailaré y soñaré. Gracias por haber puesto tus colores en mi vida.




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