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Mostrando entradas de noviembre, 2024

Al fin la fortuna me visita

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  Como cada mañana, me visto con prisa, ya que el frío se me mete en los huesos. Corro al baño más cercano a mi cama para asearme. Me calzo los zapatos rojos, que tanto revuelo han armado en el trabajo y salgo apresurado, para no perder el tranvía que me llevará al otro lado de la ciudad. Allí me espera un día lleno de quehaceres, las horas suelen pasar rápido. He congeniado con los compañeros, que son un encanto, no faltan risas entre tarea y café. Soy el nuevo, y eso siempre suscita curiosidad. Mi vida, por fin, ha girado en la rotonda de la fortuna. Después de los varapalos con los que me ha tratado, al fin me da un respiro. Trabajo ganándome el sustento, sin tener que depender de terceros. Estoy muy ilusionado, he encontrado un nuevo alojamiento. Es un piso compartido, pero seguro que mejor que mi actual morada. Me mudo el sábado, y teniendo en cuenta que hoy es jueves, ya queda un suspiro. Esta noche será la última que duerma allí. Ya tengo mis cosas preparadas para la mudanza

Algo que esconder

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   Ella, con la sonrisa en la boca, estilosa como nadie; con falda o pantalón siempre elegante. Maquillaje sutil. Perfumada con ligeros toques de sándalo. Sencilla, pequeños pendientes, una minúscula gargantilla, y unos dedos largos sin adornos. En su muñeca izquierda lleva lo que rompe ese tono discreto y elegante; una pulsera de cuero, más bien ancha, sin marcas, anudada con dos correas. Ha quedado con quien hace que su corazón revolotee en su pecho. Llevan tiempo tonteando, conociéndose y compartiendo muchas charlas. Aún falta mucho por compartir. Él, alto, con menos pelo del que le gustaría, de complexión fuerte. Viste con elegancia, pero sin ostentación. Dos besos sin ruido en las mejillas, es todo su saludo. Ambos, nerviosos, se sientan tras pedir dos cafés y un pincho de tortilla, que pretenden compartir. Ubaldo, algo más lanzado, al fin rompe el hielo y posa su mano sobre la de ella, rozando sin querer la ancha pulsera. Elara retira la mano por instinto. Hay algo que su eleganc

Si me voy, si te vas

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Un día lluvioso y fresco, aunque no frío, de esos días propicios para pensar, paseaba por la ciudad con mi cabeza en los últimos acontecimientos vividos. A mi alrededor han fallecido varias personas, unas más cercanas que otras. Es curioso que todas estas ausencias dejen algo en común; el dolor. El dolor de la ausencia, de los planes truncados, del futuro roto, de las experiencias por vivir… ¿Da miedo morir o es peor despedir a alguien? Con este interrogante en mi cabeza pasé todo ese día. Al día siguiente, en cuanto tenía ocasión, preguntaba a las personas con las que mi iba encontrando. Es muy llamativo que mucha gente decía tener miedo a morir, pero todas y cada una de las personas afirmaban que era mucho peor despedir a los seres queridos. En mi cabeza comenzaron a dar vueltas algunas de las personas a las que yo quiero mucho. Efectivamente, era muy doloroso pensar en su ausencia. Mi pensamiento se fue de inmediato a tener en cuenta a esas personas. Yo también les importo. Y no era