Al final del día


El sonido del tractor es el anuncio de su llegada. Valdovina se lava las manos y, sin ser consciente de ello, las seca en el trapo de la cocina. Los niños están tranquilos. Después de hacer los deberes, les ha dejado ver la televisión, algo que para ellos es un sedante. 

Al asomarse por la ventana, ve el remolque con restos de barro del camino. Está vacío, lo que indica que hoy llegará cansado. Eso le da pena, aunque se le escapa una sonrisa traviesa. 

— ¡Niños a cenar! Ha llegado papá. —Grita desde la cocina, con la esperanza de que la televisión deje de hipnotizar a sus pequeños. 

El ruido de la puerta al abrirse es lo que hace que la "caja tonta" pierda el influjo sobre ellos.

Los niños saltan del viejo sofá para abrazar a su padre. Risas, parloteo y carreras es lo que Valdovina escucha desde la cocina mientras pone la mesa. 

Estevao se asoma por la puerta de la cocina con uno de los niños en un brazo y el otro agarrado a su pierna. 

—Valdovina, ¿está ya la cena?—Le pregunta, con una mirada que ella reconoce de inmediato. 

—Ya está. Lavaros las manos y venir ya —le dice mientras se escucha la protesta de los niños, que quieren seguir jugando con su padre. 

Un beso fugaz antes de sentarse y unas miradas con un significado claro, es lo que comparte el matrimonio; entre, el ponte bien y estate quieto de los chicos. 

Cuando Estevao se lleva a los agotados niños a la cama, a ella le recorre el cuerpo un sentimiento conocido, que por eso, no menos intenso. Sus manos de gelatina recogen los cacharros con premura. 

Escucha acercarse al rudo agricultor, aunque no se vuelve. Se estremece solo de sentirlo tan cerca. 

— ¿Te falta mucho?—Pregunta con voz ronca. 

—No, ya casi he terminado. Cuando salgas de la ducha, ya estaré lista —contesta con la voz temblorosa, que él reconoce. 

Se acerca por la espalda; le toma de la cintura, subiendo poco a poco las manos para rozar sus pechos. 

—Estevao, déjame terminar. —Le dice cerrando los ojos. 

El hombre se aleja sin ganas. Él tiene otras ganas. 

Valdovina termina de recoger, y pasa por la habitación de sus hijos para darles un beso. Ve como el mayor se ha dormido con su libro preferido y el pequeño está totalmente destapado. Al uno le cierra el libro colocándolo en la mesilla y al otro le arropa con las mantas de alegres dibujos. Cierra la puerta al salir.

Ya en la habitación, oye el agua de la ducha. De nuevo esa sensación en el cuerpo. El silencio invade el cuarto de baño, lo que indica que su marido se acercará en breve. La ropa abandona su cuerpo con presura. Así la encuentra a su marido al salir del baño. Él, con la toalla atada a la cadera, se le acerca con los ojos entrecerrados. 

La mano derecha se desliza por su espalda y la izquierda la posa en su pelo. Enreda sus dedos poco a poco en sus rizos. Cada vez más cerca de su cara, la mira con la pasión de la primera vez. 

Ella lo rodea con sus brazos acercando sus cuerpos; así nota la dureza de su miembro. La toalla estorba, por lo que con mano experta la desata para pasar sus manos por sus firmes nalgas. Las bocas se unen sin poderlo evitar. Las manos recorren los cuerpos aprendidos hace tiempo. Sus sexos emulsionan para explosionar a la vez. Juegos que van cambiando y que a los dos les apasionan. 

— ¿Alguna vez se nos acabará la pasión?—Pregunta con la voz aún ronca Valdovina. 

—Nunca, mientras nos amemos— le comenta guiñando un ojo con picardía. —Y tengamos imaginación —responde levantando un pingüino cuyo pico es un succionador de clítoris.

—Y no cierren el sex shop —le susurra enseñando un gel excitante comprado esa misma mañana.

 




Comentarios

  1. Que bonita es la pasión y el AMOR GRACIAS POR RECORDARLO

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