Agüita amarilla
Había que darle un buen repaso al vehículo. Todos hemos visto esos coches en las ciudades. Tiene luces en el techo y unos distintivos en las puertas donde pone la palabra “policía”. Le ha tocado la revisión en el taller, después ha ido a ponerse guapo. Buena falta le hacía esa limpieza integral.
Volviendo Onofre al parking de la comisaría, recibe una llamada de su mujer. Al ver el nombre en la pantalla, se preocupa. Ursicina acude al hospital para hacerse una prueba. Descuelga conectando el “manos libres”.
—Ursicina ¿va todo bien? —Es lo primero que sale por su boca.
—Onofre, he tenido un pequeño percance. ¿Puedes venir a recogerme?—le dice con voz apagada.
—¿Qué ha pasado? ¿Ha ido mal la prueba?—pregunta dando la vuelta en la rotonda—. ¿Algo grave?
—Me he meado encima ——le dicen conteniendo las ganas de llorar—. Estoy chorreando.
—¿Te has meado encima?—responde sin salir de su asombro —. Pero la prueba, ¿qué tal ha ido?
—¡Onofre! No me han hecho la prueba. Ven, por favor. —grita.
Al llegar, encuentra a Ursicina con cara de desesperación. La mujer se acerca al coche, abre la puerta y mira alternativamente a su marido y al asiento. Onofre, al recibir la llamada, estacionó un momento en doble fila para entrar en una tienda de esas que tienen de todo. Compró un paquete de bolsas de basura que con cuidado y meticulosidad colocó en el asiento del acompañante.
—No me mires así, acaban de limpiar la tapicería. No me gustaría tenerlo que llevar de nuevo al lavadero —le suelta al ver la expresión en la cara de su mujer.
—Vale, no digo nada —responde sentándose.
Inician la marcha en un silencio espeso.
—¿Me vas a contar qué ha pasado?—rompe el mutismo Onofre.
—¿De veras quieres saberlo?—responde con un hilo de voz.
Al notar la agobiada, el marido suelta una mano del volante y la posa con suavidad en su brazo a la vez que le da un ligero apretón.
—Como sabes—Comienza—Hoy tenían que hacerme una ecografía. La enfermera me avisó de que tenía que beber por lo menos litro y medio de agua y venir sin orinar. Esta mañana me he levantado a las 8, después del café con leche de siempre he ido tomando un vaso de agua cada cierto tiempo, a las 10:00 h de la mañana no podía aguantar más y he orinado. La prueba la tenía a las 12:30 h. Así que he seguido bebiendo. He venido en autobús y ya notaba las ganas de orinar, pero he aguantado bien. A la consulta he llegado un poco pronto, les he comentado que no me aguantaba. Ha salido un médico estirado y con cara de vinagre y me ha dicho que me sentara a esperar mi turno. Al ratito he vuelto a llamar y con una voz de barítono me han invitado a volver a mi sitio.—Contaba despacio y algo compungida.
—Ahora entiendo, no has aguantado y te has hecho encima —Intenta consolarla, Onofre.
—No, no entiendes nada; es algo más complicado de explicar—Y sigue su relato—Al ver que la urgencia ya era más que evidente, he buscado un baño. Este hospital es muy moderno. Tiene de esos aseos que por dentro son de acero inoxidable y están inmaculados. El caso es que al entrar he leído un cartel que pone que a los 10 minutos se realiza una auto limpieza. Me ha parecido raro, pero yo tenía demasiada prisa como para detenerme a analizar el cartel. Entro, pulso el botón para cerrar la puerta, miro alrededor y pienso que es todo muy futurista. Bajándome el pantalón y casi saliendo el pis, la tapa del inodoro comienza a bajarse. Yo no puedo parar de orinar, me puse de pie para que la tapa no me pegase. Aquello fue tremendo. No podía ni sentarme ni parar de orinar. Cuando acabé intenté secar el pantalón con papel higiénico, pero aquello ya no tenía remedio. De pronto me acordé de que a los 10 minutos aquello se autolimpiaba, así que sin pensarlo me subí el pantalón mojado y pulsé de nuevo el botón de abrir la puerta. Tiraba y tiraba, pero aquel cubículo del demonio no se abría. Ya me veía medio ahogada con la autolimpieza de un váter. Encontré un botón que ponía “Emergencia”, lo apreté con todas mis ganas. Nada, la puerta seguía cerrada. Al poquito escuché que, del otro lado de la puerta, me hablaban.
—¿Hay alguien ahí?—preguntaron.
—No, soy el espíritu vengador —pensé, aunque en realidad les contesté—Sí, me he quedado encerrada.
—Señora, pulse el botón—Me indicaba el Lumbreras del otro lado.
—Ya lo he hecho y no se abre.
—Hay un botón al lado de la puerta, tiene que presionar.
—Ya he pulsado, presionado y apretado el dichoso botón—Le grité desesperada.
Escuché varias voces. Hablaban entre ellos. Una voz más grave que la anterior me habló.
—Señora soy el Guardia de seguridad. Tranquila. Se acerque a la puerta. Justo encima del tirador, pero en la pared, hay un botón de color verde. Apriete con fuerza y empuje la puerta —me indicó con paciencia y calma.
—Me voy a quedar sin dedo de tanto pulsar el botoncito de las narices. ¡Que no se abre! —Grité perdiendo el control.
De pronto la puerta se abrió con dos mastodontes tirando del otro lado.
—¿Está usted bien?—Me preguntó uno de ellos mirándome de arriba abajo. Esta puerta se atasca bastante.
—¿Se atasca?—bramé —Y ¿a nadie se le ha ocurrido poner un cartel o mejor aún arreglarla?—Solté con toda mi mala leche.
Me dirigí al mostrador de admisión cuando el estirado con cara de vinagre me dice que ya puedo pasar a la consulta.
—No, doctor, la ecografía me la haré otro día. Como ve —le dije señalando mi pantalón—mi vejiga ya está vacía.
Sin esperar nada más, le di la espalda. Luego te he llamado, y mientras se esperaba he leído el dichoso cartel de autolimpieza.—Aquí hizo una pausa casi dramática—En el cartel decía que el autolavado tardaba 10 minutos tras accionarlo el personal de limpieza.
Onofre intentó con todas sus fuerzas no reírse, pero su activa imaginación le ponía en situación y no pudo aguantar la carcajada. Ursicina le mira muy seria y, para su propia sorpresa, se une a las carcajadas de su marido.
Un relato gracioso y simpático que nos puede pasar a cualquiera Gracias
ResponderEliminarMuy muy bueno Ángela como siempre😄😄🥰🥰
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