Añoranza

 


La salida de mi país no ha sido fácil. He tenido grandes dificultades. Solo quiero ganarme la vida con mi trabajo, no tener ese miedo constante a que me maten, poder caminar por la calle sin que me señalen solo por tener ideas propias.

El país que me acoge nada tiene que ver con el mío. Es muy diferente a cómo me lo imaginaba y a todo lo que me habían contado. La añoranza duele hasta el punto de que en ocasiones me falta el aire. La comida es diferente, aunque pueda cocinar, no son los mismos productos. Hasta lo más básico sabe distinto. A pesar de compartir idioma, me cuesta entender muchas conversaciones. Soy el diferente, el extranjero, el exótico por mi tono de piel y mi dicción tan diferente.

No niego que me han acogido, claro que sí, pero siempre soy el de fuera. Las vivencias infantiles que a veces compartimos nada tienen que ver con las de mis paisanos. Hasta la música es diferente. Ir al mercado es toda una aventura, nunca sé si volveré con algo que sepa cocinar. Siempre me propuse integrarme entre las personas del país que me recibió; sin embargo, extraño tanto mi tierra y mi gente que hago lo posible para estar con otros compatriotas. Compartimos vivencias, chanzas y recuerdos, todo regado con nuestra música y algún que otro manjar que alguien ha recibido de la familia.

Es curioso, allí vivía con miedo y hambre, aquí, en cambio, el cansancio no me deja pensar y la diferencia de sabores no me dejan disfrutar de la saciedad.

¡Qué ganas de volver a mi tierra! Ese dictador que manipula las vidas de los que quedaron me impide desde la distancia disfrutar de mi familia. Estoy deseando que ese mal engendro, el asesino de tantos compatriotas, desaparezca para siempre.

Ese día celebraré la libertad y volveré a España de donde nunca debí salir.

¡Qué duro es alejarte de tu tierra!



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