Una idea loca
Una nueva nota vuelve a golpearme. Esta vez la encontré en el cuaderno de matemáticas. ¿Quién o quiénes me odian tanto? Son tantos días recibiendo mensajes… las notas en papel no son lo peor, esas las quemo en el cenicero lleno de colillas que reposa en mi escritorio. Las otras son las que más daño hacen. El grupo de WhatsApp del instituto se llena de insinuaciones que nadie para. Somos dos dianas andantes y con corazón donde muchos tiran su dardo. La otra diana es un chico, algo pusilánime. Él es varón y puede con esto, no sufre como yo.
Si me asomo a la ventana, me estremezco al ver los restos de pintura en el muro. Mi esfuerzo solo consiguió retirar parte del mensaje. "Las zorras no estudian, ya tienen el futuro asegurado", Esa frase me dio fuerzas para seguir adelante. Ellos pretendían hundirme, pero consiguieron que me esforzara cada vez más. Eso no significa que el puñetazo a la autoestima quedase sin herida. Les molesta mi delgadez, les molesta mi ligero maquillaje, les molesta mi presencia; es decir, les molesto yo. Recuerdo un día que una chica se acercó a mí en el descanso de las clases con una caja de cartón. Me dijo que era un regalo, que habían hecho una colecta para obsequiarme con aquello. Yo con desconfianza abrí la caja y me encontré resto de bocadillos, frutas mordidas, chicles usados y una lata de coca cola vacía. ¡Para que comas algo que estás demasiado delgada!, me gritaron entre risas estridentes. No sé cómo voy a aguantar, pero me voy consolando con mi plan oculto.
Una nueva pintada, esta vez en el suelo. Maricón de mierda. Ya son tantas que el dolor se ha vuelto costumbre. En el chat del grupo siguen los insultos y a veces incluso llegan a amenazarme. Eso sí, da miedo de verdad. Si bajo un seudónimo son capaces de insultar y profesar amenazas, quién me dice que con una careta en una calle no me darían una paliza. No entiendo qué mal les he hecho. ¿Les molestará mi sobrepeso? ¿Y llamarme maricón? ¿De dónde habrán sacado que me van los tíos? Y aunque así fuese, ¿a ellos que más les da?
Ya es demasiado tiempo aguantando los desprecios, las notas anónimas, las burlas online e incluso las pintadas en la calle. No quiero encontrarme con esa jauría, pero tengo un objetivo en la vida y cueste lo que cueste lo conseguiré. No flaquearé, no cederé a la tentación de acabar con todo. Les haría fuertes. Y si alguien es fuerte, ese soy yo.
Una mañana Sara es convocada a una reunión con el director. La chica siente cierto alivio, por fin tomarán medidas para detener el injusto acoso al que se somete.
Al llegar ve el pasillo a Ignacio, Ese chico del que todos se ríen. Algo que a ella no le llama la atención, con esos ademanes y toda esa grasa en el cuerpo.
—Buenos días. Pasar al despacho— Les dice el director al verlos en el pasillo.
Los dos entran sin entender por qué van los dos juntos. ¿Así es cómo trata del colegio los casos de acoso?
—Sentaos. Os imaginaréis el motivo de reunirme con vosotros. Me han llegado rumores preocupantes, pero hoy he recibido una llamada por la que me he decidido a afrontar el problema. — Comenzó el director con semblante serio. — No sé si queréis comentar algo.
Ignacio y Sara estaban confundidos. Aunque cada uno pensaba que esas palabras iban dirigidas al otro. El director obligaría a pedir perdón al otro.
—¿No decís nada? Bien, pues, tendré que poner remedio a todo lo que estáis provocando.
—Sara, creo que te sientes acosada de múltiples maneras. A mí me han llegado noticias de que desde las redes sociales a la pared de tu casa se extienden los insultos y degradaciones sobre tu persona. ¿Eso es así? _ le pregunta mirando con algo parecido a la compasión.
—Sí, señor. Es horrible despertarme cada mañana pensando en lo que me encontraré ese día— le dijo con la cabeza baja, pero a la vez aliviada porque alguien se diera cuenta y tomara cartas en el asunto.
— Ignacio, creo que tú vives algo muy parecido. Cada día tiene que ser un infierno para ti también.
—Sí, pero esa gentuza no va a poder conmigo. Soy fuerte. — dijo con más valentía de la que realmente sentía.
—Y bien, chicos, ¿Quién va a comenzar? —dijo el director, levantándose muy despacio, y se acercó a la ventana, inspiró profundamente antes de seguir. —Sois dos víctimas, en eso estamos de acuerdo, además de dos verdugos.
Los adolescentes levantaron la cabeza con brusquedad, no entendían bien lo que el director decía. Ellos eran las víctimas, eso era cierto. ¿De dónde había sacado que eran verdugos? Volviendo sus caras, cruzaron las miradas y ahí comprendieron todo.
—¿En serio tú has sido mi acosador-a? —dijeron a la vez.
—Efectivamente, cada uno sois la víctima del otro. Y esto se tiene que acabar aquí y ahora. Estáis dando un ejemplo patético. Os voy a dejar solos media hora, cuando vuelva quiero que hayáis hablado y pensado un proyecto o al menos una idea de proyecto contra el acoso escolar. Vosotros habéis provocado esto, vosotros tenéis que contribuir a apaciguarlo.
Sara e Ignacio se quedaron solos. No se atrevían a volver a mirarse, la vergüenza unida al sufrimiento pasado les restaba el valor para iniciar la conversación más que necesaria.
No importa quién empezó, pero una vez comenzaron fue un no parar entre llantos. Se pidieron perdón mil y una veces. Cuando el director entró los encontró enfrascados en lo que sería un gran proyecto, aunque en ese momento solo fuese una idea loca.
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