Un comentario sin más

 Dos amigas de la infancia coinciden por casualidad en su pueblo de origen. Cada una llegó por su lado, pero al encontrarse caminan juntas para ir recordando sus vivencias de infancia.

—Mira, la casa de Juana. ¿Te acuerdas de ella? Sí, mujer, la hija de Agapito, el del molino. Sí, aquel que además de Juana tenía cinco hijos más. El mayor, el pobre, enfermó de pequeño y se salvó por los pelos, bueno y porque Andrea, la mujer del cabrero, fue a buscar al médico.

—Sí, esta es la casa. —Le responde su amiga con la cara de no saber a quién se refiere.

—Pero, ¿te acuerdas de ella? La que su madre se casó con el molinero, ya embarazada. Juana, la que de pequeña jugaba con una muñeca, hasta que la bañó en el río y al ser de cartón se le deshizo. ¿Te acuerdas de lo que nos reímos? ¡Cómo lloraba la pobre!

—Sí, esta es la casa—Intentaba cortar la verborrea de la mujer y que fuera al grano.

—Es la casa de Juana, te tienes que acordar. Se casó con el hijo del panadero. Sí, aquel hombre feo que todos llamaban mendrugo y que luego le cambiaron el mote por mendrugo listo, ya que fue el único que estudió en la Universidad. 

—La casa de Juana—le cortó su amiga.

—Juana, la que tuvo tres hijos. Dos varones y una chica. El mayor le salió bien, el otro era un bala perdida. A la chica le perdí el rastro. Ya sabes que a mí no me gustan los chismes, pero se dice que se fugó con un cura. ¡A saber! Porque a la gente le gusta mucho hablar.

—Ya, qué sí, ¿qué le pasa a la casa? — Le gritó la mujer ya fuera de sí.

—Pues eso, que se vende. Y aún no me he enterado por cuánto dinero. Vamos a acercarnos a casa de Amparo, que ya sabes que le gusta enterarse de todo. ¡Pero, mujer, no te vayas! ¡Qué seca eres! Si ya me decía mi madre que eras una rara— Le gritaba a la mujer, mientras esta se alejaba con las manos en la cabeza. — Y todo por un comentario sin más. Bueno, voy a ver si me entero del precio y de algo de la familia, que luego, mi hermana me dice que no me entero de nada hasta que ella no me pone al día.