El jarrón

 Entro en casa con bolsas en las manos, el bolso en el hombro y el paraguas enganchado en el brazo. Llueve a mares y yo con la nevera vacía. Bueno a eso, lo de la nevera, ya le he puesto remedio. Lo otro no está en mis manos. Con toda esa carga me giro con la idea de meterme en la cocina para vaciar las bolsas, con tan mala suerte que el paraguas pega en el mueble de la entrada. El jarrón que hay encima cae al suelo haciéndose añicos. Suelto bruscamente todas las bolsas, como si así pudiese volver atrás el tiempo y evitar el gran desastre. 

 Ese jarrón tenía más de 150 años. Lo hizo el abuelo de mi abuelo, con sus manos de alfarero. Me han contado muchas veces la historia.  

Recojo llorando cada pedazo de barro. Intento que no quede ningún pequeño trozo, aunque hay algunos que me es imposible recoger. Los meto con mucho cuidado en una caja. No sé cómo lo voy a hacer, pero mi intención es pegar cada fragmento. El disgusto que tengo me lo nota de inmediato mi madre al descolgar el teléfono cuando suena. 

—Hija, ¿qué te pasa? —Me dice en respuesta a mi “¿quién?” 

—Nada mamá, ¿por qué crees que me pasa algo? —Intento controlar el tono de mi voz. 

—Oye, que soy tu madre, y yo sé que algo te pasa. 

Rompo a llorar sin poder contenerme, lo que hace que mi madre se preocupe todavía más. 

—Mamá, tranquila. Es el jarrón del abuelo. Lo he roto sin querer. —Le cuento por fin para que no se imagine cualquier drama. 

—¿El jarrón? Ese jarrón lo hizo el abuelo de mi padre. Siempre me contaron que fue alfarero. Al enterarse de que iba a tener un hijo, recorrió más de cincuenta kilómetros a pie, para recoger la mejor arcilla, con la que modelar ese jarrón. Era muy especial. 

Mi llanto se incrementó al escuchar de nuevo la historia. 

—Bueno, hija, ya no tiene remedio. No te agobies, ha sido un accidente. Tu abuelo siempre decía que no sabía cómo había durado tanto, era muy frágil. 

—Sí, mamá, pero me siento tan mal… 

—Mira, se me ocurre que podríamos ir a clases de cerámica e intentar hacer algo parecido. —Dijo mi madre para animarme. 

—Vale mamá, ya hablaremos. 

 En mi empeño de reconstruirlo, bajo a la tienda para comprar pegamento especial. Después de hacer la comida, comer y recoger la cocina, me pongo a ello. Primero voy uniendo los pedazos más grandes. Me cuesta encajarlos. Pego algunos y los dejo secar. Más tarde coloco otros de tamaño algo más pequeño. Ya parece un jarrón, aunque con tantas cicatrices que me cuesta reconocer el valioso búcaro. Lo introduzco con mucho cuidado de nuevo en la caja y dejo los últimos trocitos para el día siguiente. 

 Me cuesta dormir. He soñado con un viejo alfarero que rompía toda una colección de floreros. Señalándome me decía que yo era la responsable. Ahora, me tocaba a mí hacer algo. Me he despertado con una sensación de agobio increíble. 

 Con delicadeza pongo el jarrón encima de la mesa, lo miro y lo remiro. Me recuerda a algo, pero no consigo rescatar el recuerdo. Voy pegando los pedacitos más pequeños con mucha paciencia, son los más costosos de fijar. Ahora se parece más al original, aunque sé que nunca va a volver a ser el mismo. Sus grietas me recuerdan que no hace mucho estaba destrozado. Sigue recordándome algo, ya me vendrá a qué. 

 Consulto cómo disimular las grietas y sigo las instrucciones paso a paso. Comprando un polvo de arcilla, lo mezclo con agua y lo aplico en las grietas más grandes con un pincel, hasta que quedan totalmente cubiertas. 

 Suena el teléfono, es mi madre. 

—¿Qué tal estás? ¿Se te ha pasado el disgusto? —Es lo primero que me pregunta. 

—Sí, mamá, estoy algo mejor. He pegado el jarrón, sin embargo, se le notan todas las grietas. Si bien es cierto, que no demasiado y se parece bastante al de antes. —Al decir esto me emociono de nuevo. 

—¡Oh, qué buena noticia! Mándame una foto cuando puedas. 

—Sí, enseguida te la mando, en cuanto termine de cubrir las rendijas más pequeñas. —Le contesto algo más animada. 

 Termino el arreglo y muy orgullosa del resultado saco la foto para enviársela a mi madre, aunque no me quito la sensación del recuerdo. Le doy al botón de enviar y añado el texto: 

“Te parecerá raro, pero este jarrón me recuerda a algo que no tiene que ver con el jarrón, aunque no consigo saber a qué.” 

La respuesta de mi madre no se hace esperar. 

“Ha quedado precioso. Y claro que te recuerda, no obstante, no es a algo sino a alguien. A esa amiga que un golpe de la vida la rompió en pedazos e intentáis repararla con el mejor pegamento, el amor.” 

Al leer estas palabras mi corazón da un vuelco. Mi amiga, esa que está reconstruyéndose. Sí, es como este jarrón, nunca volverá a ser la misma. Tendrá las cicatrices de ese golpe brutal de la vida. Sin embargo, también volverá a verse bonita como este florero que ahora se ve tan bello, pero con una historia detrás.





Comentarios

  1. Como siempre, maravilloso relato...
    Y haces que...nos paremos, respiremos ,cerremos los ojos y pensemos en alguien,alguien que como a ese jarrón siempre le quedarán cicatrices. Gracias por traernos cada semana un nuevo relato y hacer que por unos minutos nuestro pensamiento se traslade a otro lugar.

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