La boda

 La elección del vestido no fue fácil, pero ha sido muy acertada. El marfil combina a la perfección con el lazo granate de la cintura. Las pequeñas florecillas que la peluquera con harta paciencia le ha colocado en el pelo son un detalle que realza la belleza y a la vez sencillez de la novia.

 El primer encuentro de los que en breve serán marido y mujer fue hace un lustro. Las amigas estábamos en aquel hotel de vacaciones y el flechazo fue instantáneo. Al principio creímos que era un turista más que solo pretendía pasar unos días divertidos con una chica, y, sin embargo, siguieron en contacto. Vinieron las visitas de los fines de semana y siempre que le permitía su absorbente trabajo. Así siguen con una relación en la que se juntan los fines de semana y un miércoles cada quince días. A ambos les gustaría que fuese diferente, ahora bien, el trabajo de ambos es incompatible con una compañía a tiempo completo. Al principio fue difícil, aunque poco a poco se fueron amoldando  a los horarios.


El novio se frota las manos, nervioso en el altar, cuando ve entrar a la novia del brazo del que será su suegro en pocos minutos. Él apenas tiene contacto con su familia, así que han acudido unos cuantos amigos, esto es compensado por la amplia familia de la chica.

El avanzar lento y rítmico de la novia por el camino franqueado por los bancos repletos de personas queridas, culmina al llegar al lado del hombre que se convertirá en su marido. 

 La emoción les embarga y llega el momento del “sí quiero”, del intercambio de anillos y de la frase que el sacerdote tiene que decir “os declaro marido y mujer “. Esta frase no llegará a pronunciarse. una voz potente desde el fondo lo impide. 

—¡Alto! Este matrimonio no puede celebrarse —la voz sale de la garganta de una mujer rubia.

 Todos se vuelven hacia ella. El novio, al verla palidece, le comienza a faltar el aire.

—¿Lo dices tú o aclaro yo a toda esta gente el motivo por el que hay que parar esta farsa? — Vuelve a gritar la mujer, y ahora dirigiéndose al novio.

—¿Conoces a esta mujer? —Pregunta la desconcertada novia.

—Claro que me conoce. A mí y a mis tres hijos. ¿Verdad? —Le responde la mujer.

—¿De qué conoces a esta señora? — Esta vez la pregunta se la hizo con un mal presentimiento.

—¿No vas a decir nada? —le increpa la mujer. —Bien, pues lo aclaro yo, que para eso he venido.

 Dirigiéndose a la novia con algo de conmiseración.

—Mira, reina, si quieres casarte con este sinvergüenza, lo tendrás que hacer en cuanto firme el divorcio. Sí, has oído perfectamente. Tu flamante novio está casado y tiene tres preciosos hijos que yo procuraré que no vuelva a ver. — Le contó despacio para que la chica fuese asumiendo la noticia. —Pues podrás casarte con él si quieres, aunque no por la iglesia.

La novia, con la cara tan pálida como su vestido, se vuelve hacia el hombre que tiene a su lado y sin pensarlo le regala una bofetada que resuena en el templo. Antes de asimilar ese golpe, recibe un puñetazo procedente del puño del que iba a ser su suegro. Si bien antes de llegar al suelo su corazón ya se había parado.

Un infarto, dirían los forenses. Una justicia divina, dirían todos los presentes.





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