El problema de Enith

 Mi hermana me ha pedido dar un paseo lejos de los oídos indiscretos del hogar. Alguna magnífica noticia me tendrá que dar. Está tan enamorada. Su novio es el joven más codiciado del pueblo. Es verdad que aún no han hecho pública su relación. Arsilio un día por otro no habla con nuestro padre y así llevan casi un año. Enith, mi hermana está loquita por él, pero le preocupa bastante no contar con el beneplácito de las dos familias. Yo ando también enamorada, aunque mi novio, sí es oficial. Hacía poco tiempo que Justo había pedido permiso a mi padre para cortejarme. 

La tarde era calurosa, aunque el río nos proporcionaba una frescura que las dos agradecíamos. Transcurridos pocos minutos, Enith estalló en un llanto incontrolable. Mi asombro no fue menor a su congoja. 

—No me lo puedo creer— le conseguí entender entre los sollozos. — Yo le quiero y pensé que él me amaba.

— ¿Qué te pasa Enith? ¿Has discutido con Arsilio? Eso son cosas que pasan, los novios alguna vez discuten, pero no hay que darle mayor importancia. Hablando se arreglan las cosas. — Le dije pensando que era una de esas riñas de enamorados. ¡Anda que yo no las había tenido con Justo!

—No lo entiendes. — Me gritó. — Me ha dejado y se va a casar con una moza del barrio de arriba. Y eso no es lo peor. 

—Pero, ¿qué estás diciendo? Si ese hombre te adora. Siempre me lo has dicho. 

—Ese desgraciado se ha estado riendo de mí y de mis sentimientos, y todo para conseguir una cosa—Suelta girándose bruscamente y con la cara compungida.

Yo no salía de mi asombro. Una alarma se encendió en mi interior al escuchar sus últimas palabras. 

—Enith, ¿qué es lo que ha conseguido? — le pregunté con miedo a la respuesta.

—Llevaba mucho tiempo diciéndome que si le quería tendría que demostrárselo, que todos los novios se entregan, el amor hay que demostrarlo. Y claro, yo le amo y, como una tonta, se lo demostré. Me entregué a él sin dudarlo. Total, nos casaríamos pronto, en cuanto padre nos diera su bendición. — Me contaba con la cabeza gacha.

Yo no lo podía creer, mi inocente hermana había caído en el truco más viejo del mundo. De pronto caí en algo que me heló la sangre.

—Enith, no estarás… — Ni siquiera me atrevía a pronunciar lo que sería su sentencia. 

—Sí, he tenido dos faltas. Cuando se lo he dicho, ha soltado la frase que nunca hubiese esperado de él. “A saber de quién será, si te has acostado conmigo, ¿con cuántos más lo habrás hecho? No pensarás que me iba a casar contigo. Yo tengo novia formal hace seis meses y me caso en verano.” —Me dijo tapándose la cara con las manos y sin parar de llorar. 

Mi sangre hervía de rabia, ese desgraciado se había aprovechado de su ingenuidad. A mis padres les iba a dar algo cuando lo supiesen, además de echarla de casa a Enith si no la “mataba” mi padre antes. 

Muy cerca escuchamos un murmullo, eran dos jóvenes paseando. Cuál no sería nuestra sorpresa al ver que eran Arsilio y su hermano, los Bergantes, así se apellidan los dos pelirrojos más atractivos de la comarca. No me lo pensé dos veces y me planté delante del miserable que le había hecho un hijo a mi hermana. 

—Tú, cenutrio — le dije apuntándole con un dedo muy cerca de su cara. — No tienes vergüenza. Te has reído de mi hermana. Además de dejarla embarazada, la insultas. ¡Que! ¿No dices nada? O ¿es que no se lo habías contado a tu querido hermano? —Le grité totalmente fuera de mí.

—¿Qué dices loca? Yo no he dejado embarazada a nadie, si tu hermana es un chocho caliente y se va acostando con todo el que pilla, que no me cargue a mí con las consecuencias. Además, yo ya estoy comprometido.  —Me respondió en el mismo todo crispado. 

—Arsilio, tú ¿te has acostado con esta muchacha? — Le preguntó asombrado su hermano. —Si es así y hay consecuencias, te tendrás que responsabilizar. 

—Pero, ¿Qué te crees que seré yo el único? Esa se ha acostado con todos los mozos del pueblo y pretende que yo cargue con el bastardo.

Enith, sin que apenas terminase la frase, se acercó a él con decisión, propinándole tal bofetada que le obligó a girar la cabeza y trastabilló un par de pasos hacia atrás. Este, por instinto, levantó la mano para abofetearla, cosa que su hermano con buenos reflejos impidió. Arsilio le miró con rencor. 

—Siempre te ha gustado, ¿verdad? Pues, ahí la tienes toda para ti, eso sí, ya usada, a saber, por cuantos. —Le dijo a Andrés, su hermano. Y erguido cual pavo real se alejó del lugar dejando un tenso silencio.

Andrés nos miró a las dos con el rostro avergonzado, y se fue en dirección contraria a la de su hermano. 

Tardamos bastante en reponernos del vergonzoso encuentro. 

—Hay que hablar con padre, al fin y al cabo, esto no lo puedes ocultar mucho tiempo. —Le sugerí mientras volvíamos.

—Me matará o le matará a él.

—Enith, estamos en 1961, las cosas ya no se arreglan a tiros. —Le contesté, aunque con la boca pequeña, mi padre era un buen hombre, pero también muy recto. 

Los gritos retumbaron en toda la casa. El padre estaba fuera de sí, quería saber a toda costa quién había sido el desgraciado que había mancillado a su hija. Enith no soltaba prenda, no se atrevía. En realidad, tenía miedo que matase a Arsilio. Un portazo y la promesa del padre de encontrar al culpable es lo último que escuchó la familia. Los chicos no entendían lo que pasaba, la madre no dejaba de mirar con cara de disgusto a su hija y esta lo único que hacía era llorar. 

Al cabo de unas horas unas voces se acercaron a la puerta de la casa. Voces masculinas. 

—Entra, ya verás la sorpresa que se va a llevar mi hija. Si ya decía yo que, aunque las cosas se hagan mal al principio, luego todo tiene solución. — decía el padre según entraba en casa. 

—Enith, tu padre viene con el Bergantes, al parecer si te quiere y quiere hacerse cargo de lo que venga. —Le decía la madre, según subía las escaleras, para avisar a la chica de la llegada de su novio. 

Ella muy extrañada, aunque a la vez esperanzada, bajó despacio. Escuchó parte de la conversación que tenían. 

—La boda cuanto antes, y cuando usted quiera. No quiero que nadie dude de la honra de Enith. — Oyó al más joven. 

—Por supuesto, si en realidad estas cosas han pasado desde que el mundo es mundo. Tienes que entender que uno se altere, es el futuro de una hija. Ya te darás cuenta cuando tengas hijas. — Decía su padre.

Enith entró en la sala sonriente, esperando una explicación de su novio y se quedó petrificada. Su padre y Andrés se volvieron a la vez con una copa en la mano. 

—Acércate, hija, como ves tu padre sabe buscar. No ha sido muy difícil, me lo he encontrado por el camino. Está muy arrepentido de dejarte en la estacada. Venía a hablar con nosotros para pedir tu mano y así casaros cuanto antes. Pero no pongas esa cara mujer, que parece que has visto un fantasma. — Se dirigía a su hija haciéndole un ademán con la mano para que se acercase.

—Pero… yo… Andrés…— no terminaba ninguna de las frases que empezaba. Eso no era posible, ¿ella y Andrés?

—Enith te pido perdón por las tonterías que te dije antes. Yo te quiero y sería el hombre más feliz del mundo si aceptases casarte conmigo— le dijo poniendo una rodilla en el suelo y mostrando un pequeño anillo que sacó del bolsillo. A la vez que le miraba con la súplica de que le siguiera el juego. 

La chica no se movía, no sabía qué decir ni hacer. Mil ideas se le pasaron por la cabeza, pero la que pudo con todo ello fueron las palabras de Arsilio “Siempre te ha gustado, ¿verdad?” ¿Sería cierto? 

 —Señor, ¿nos puede dejar unos minutos a solas? —Pidió tras deslizarle el aro dorado en el dedo. Y dirigiéndose a ella en la intimidad del salón— Enith, es verdad que siempre me has gustado. Me gustaría que fueses mi mujer. Ese hijo será mío si tú quieres. Es importante que estés segura de querer compartir tu vida conmigo. Venía a proponértelo, cuando me crucé con tu padre. Iba fuera de sí, y solo se me ocurrió contarle mis intenciones. Él cree que soy yo tu novio secreto, y si así lo deseas seguiremos dejando que lo crea. ¿Qué te parece? Si no quieres, no pasa nada. Te ayudaré de todas formas. Siempre te he amado. Quiero lo mejor para ti. 

Un mes más tarde se celebró una sencilla boda con los familiares de Enith y los Bergantes, aunque de esta familia faltaba uno, un negocio urgente le había surgido un par de semanas antes. Por consejo de Andrés, Arsilio reharía su vida en la capital, apareciendo lo mínimo por el pueblo. Así quizá su padre le tendría en cuenta en el testamento. 

Enith e Inés, su hermana, estaban felices cada una por un motivo diferente. Inés llevaba tiempo con su novio y este no hacía mucho, le pidió una prueba de amor. La chica estaba de vuelta con el asunto de su hermana y le pidió lo mismo a él. Al principio el joven no entendía, ya que él estaba dispuesto a acostarse con ella, ¿qué más prueba de amor que esa? 

—yo te voy a entregar algo que no podré nunca recuperar. Yo quiero lo mismo por tu parte, pero yo elegiré que me vas a entregar como prueba.  Quiero tu colección de sellos, sí, esa que heredaste de tu abuelo. — le dijo el día que su chico se puso pesado con lo de entregarse a él.

—¿Qué dices? Esa colección es única y valiosísima— respondió casi ofendido.

—Mi virtud también, además, no tienes de que preocuparte. Yo cuidaré de tu colección y si nos casamos siempre la tendrás, ya que lo tuyo es mío y lo mío será tuyo. En cambio, si me dejas, tú te habrás llevado mi virtud y yo tu colección. — Se lo dijo con semblante serio y seguro. 

Justo decidió que el amor tendría que esperar unos meses, cuando al fin pasasen por el altar ellos también.



Comentarios

  1. Que tiempos aquellos Genial Este relato es espectacular

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