Fuegos artificiales

 En mi paseo matutino, me suelo parar a descansar en un banco que hay pegado al patio de un colegio. Está tan cerca que el parloteo de los pequeños llega con claridad a mis oídos. Es muy interesante, y en ocasiones divertido, escuchar las conversaciones de los escolares. Hablan de sus cosas, de profesores o de otros niños, otras veces comentan alguna película o programa de televisión y alguna vez comentan sus cosillas como el martes pasado. 

Al poco de sentarme oigo las vocecillas de dos críos.

—¿Por qué no te gustan los aviones? —Le dice al que se había agachado tapándose los oídos al paso de un avión.

—Son malos.  Muchas veces hacen fuegos artificiales. —Responde el segundo.

—Pero los fuegos artificiales son chulísimos. ¿A ti no te gustan?

—No, no, son horribles. Los fuegos artificiales de los aviones en mi país hacían mucho ruido y temblaba el suelo. Mi mamá y mis hermanos nos agachábamos y nos escondíamos debajo de la mesa o de la cama hasta que acababan. —Explica el crío con un acento que no termino de identificar.

—A mí en fiestas siempre me llevan a ver los fuegos. Lo malo es que son de noche y enseguida tenemos que ir a casa.

—¿Aquí son siempre de noche? Allí a veces primero sonaba una sirena como la del patio, para que la gente se escondiese. Al terminar volvía a sonar de nuevo y la gente salía del refugio. ¿Pero de verdad tú no tienes miedo?

—No, qué raros sois en tu país. Lo mejor de los fuegos es lo que llaman la traca final. Esto consiste en tirar unos petardos muy gordos que meten mucho ruido y todo tiembla.  Después de esto los oídos se me quedan como tapados y casi no oigo nada.

—No comprendo cómo te puede gustar que todo tiemble. A veces la gente corre al refugio, pero no le da tiempo.  Todo el mundo pasa mucho miedo.

—Eso es en tu país.  Aquí toda la gente lo disfruta. —Responde el niño, que supongo, es nacido en esta ciudad.

—Bueno. —Dice pensativo el otro niño. —Esto será como ir al zoo. Tengo una prima que cuando íbamos de excursión al zoo le daban mucho miedo los animales, en cambio, a mí me gustaban mucho.


Una fuerte sirena suena haciendo saltar al niño del acento extranjero.


—No me acostumbro a no tener que esconderme después de este sonido. —Le dice a su amigo.

 Unos brazos infantiles le rodean con el propósito de que deje de temblar. Y al momento salen corriendo, agachados y tomados de la mano.


 Ese día me fui a casa con el corazón encogido. Esa conversación traía a mi memoria otros aviones de cuando yo tenía la edad de estos chavales. A mí tampoco me gustaban aquellos fuegos. Los niños no deberían conocer ninguna otra pirotecnia que la que hacen palmeras de colores y luminosas en el cielo.





Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Desilusión

Año nuevo

La aventura