En el caserio
La noche es fría en el caserío, aunque ya no siento esa penetrante puñalada que solo se calmaba con su cuerpo desnudo a mi lado. Han pasado tantas cosas que ignoras, aun no teniendo la culpa me siento sucia.
El día que te fuiste mi vida comenzó a arder en el infierno. El tándem que tu padre y tu hermano forman fue demoledor.
Regresaste, sí, pero tan ignorante de todo lo sucedido, tan inocente y tan escaso tiempo que no sé cómo explicarte mi cambio. No, no estoy enfadada por tu ausencia obligada por un gobierno empeñado en formar jóvenes para la guerra. Mi carácter agrio se debe al trato que me regalaron esos con los que reías en la mesa.
El padre que yo tomé como propio me sacó de su casa, si quería seguir aquí podía compartir cama con Pecas, la bonita y buena perrita que cuidaba el hogar. Si eso le parecía un sitio incómodo me propuso ir a dormir al establo, Bastante más caliente al compartirlo con un par de vacas y varias ovejas. No me lo podía creer, sin embargo, fue claro, en la casa solo entraría de día para hacer la limpieza y la comida. No podía permitir que una mujer compartiese techo con dos hombres, un soltero y un viudo. Así alejaba él las tentaciones.
Un día me enfrenté a ellos.
—¿Qué le diréis a mi marido cuando vuelva? —Me atreví a decirles.
—La verdad, solo diremos la verdad. Que, para evitar mancillar su honra, ante tu continua actitud de seducción, no nos quedó más remedio. —Me contestó con una socarrona sonrisa.
Me planteé huir, Pero ¿qué pasaría cuando regresases?
El día que apareciste en la puerta con tu uniforme kaki, tu sonrisa feliz y tu escuálido porte pensé que la pesadilla había terminado para los dos. ¡Qué decepción al descubrir que era una semana de permiso! Te noté tan abatido que no quise aumentar tu sufrimiento. Cuando volvieses definitivamente nos iríamos lejos.
Tras tu marcha volví a mi rincón en el establo. Una noche de calor tu hermano me visitó con un vaso de agua fresca para, según él, sofocar el bochorno. De forma inesperada y brusca se me echó encima derramando el agua entre la paja que usaba de colchón. Intenté luchar, gritando y mordiendo, pero todo fue en vano, su deseo se colmó y mi miedo aumentó. Me visitó varias veces más hasta que una noche alertado por mis gritos apareció tu padre. Al ver la escena tomó la vara que usaba para arrear a los animales, dio dos golpes justo al lado nuestro. Esto hizo que su hijo menor parara.
—Quita de ahí, cabrón. —Le dijo mirándole con los ojos achinados—Ahora me toca a mí.
A la mañana siguiente actué como si nada hubiese pasado. En mi cabeza hervían dos ideas. Una me llevaría a la cárcel y la otra me daría algo de tiempo para que regresases a casa. Así que me decidí por la segunda.
Esa noche después de cenar hice un hatillo con mis pocas cosas. Nunca venía dos noches seguidas, lo que me daba algo de tiempo. Con mis pertenencias y la perrita me puse en camino. No conocía muy bien el monte, ya me las arreglaría. Tenía la noche entera para alejarme todo lo que pudiese. Las piernas me dolían y el cansancio pesaba cada vez más. Mi pie trastabilló y mi cuerpo cayó por la ladera sin que pudiese hacer nada para detener la caída. Me desperté sintiendo algo húmedo en la cara. Al abrir los ojos vi que era Pecas. Su cola se movía con alegría al ver que daba señales de vida. Sus orejas se irguieron y yo me tensé al escuchar como unas voces se acercaban. Intenté levantarme, pero el dolor fue tan intenso que no pude reprimir un grito. Esto alertó a las voces que con premura se acercaron. Mis lágrimas no me dejaban distinguir nada. Pecas ladraba enloquecida, aunque me extrañó que no lo hiciera con enfado, más bien parecía contenta.
Me puse con dificultad en pie, pero el intenso dolor no me dejaba caminar. Unos fuertes brazos me sujetaron justo cuando caía de nuevo. Comencé a manotear con la intención de zafarme, cuando una voz áspera pronunció mi nombre. Al reconocerte mi llanto se intensificó. Me desahogué lo que pude en tus brazos. Tú, mi marido, que junto a tus compañeros estabais haciendo maniobras por la zona. El desahogo no solo fue en llanto, una cascada de palabras salió de mi boca relatando todo lo sufrido en tu ausencia.
Fundidos en un abrazo, lloramos como niños, uno por impotencia y la otra de alivio.
Pasé varios días en la enfermería del cuartel. Al cabo de esos días, cuando mi pie estaba en mejores condiciones, me recogiste con un carro para llevarme a casa de una tía que vivía cerca del caserío familiar. Este había sufrido un trágico incendio unas noches antes. La desgracia fue que los habitantes no pudieron salir, ya que cuando se percataron del suceso estaban rodeados por las llamas.
En cuanto mi marido acabe el servicio militar, intentará reconstruir la parte del caserío que se quemó. Curiosamente, solo fue la parte de las habitaciones.
Ayyyyyyy q emoción y que escalofríos Muy bien redactado Gracias 🫂
ResponderEliminar