Story time

 Os voy a contar mi rutina cuando trabajo de mañana, o como los jóvenes lo llaman ahora, la story time de mi mañana.

Me despierto con la radio. Pego el brinco correspondiente al arrebatarte de los brazos de Morfeo con un “la temperatura actual es de 4º y se prevé no supere los 10º…” En fin, con ese panorama retiro con suavidad las mantas, como para no asustar al calorcito que me ha acompañado toda la noche. Es igual, el aguijón del frío me espabila de golpe. Voy corriendo al baño, no sin antes calcular la posición de los muebles de la habitación, para que el dedo meñique de mi pie no salga malogrado en el camino.

En el tiempo que tardo en expulsar de mi cuerpo la orina acumulada durante la noche, un calefactor templa el habitáculo. Eso permite darme una ducha sin que me castañeteen los dientes. Meto una mano para comprobar la temperatura del agua y tras verificar qué es la adecuada, entro en la ducha. Me enjabono las axilas a conciencia y los bajos, por delante y por detrás. Ahí insisto, paso la esponja entre las dos piedras feroces. Una jabonada al pelo y ya estoy limpia del todo. Al cerrar el grifo, como es de esos modernos que si giras a la derecha sale el agua de la parte de arriba, en cambio, a la izquierda sale por la parte central; siempre le doy con tanto ímpetu que me paso y se activa la parte central con el consiguiente salpicón de agua helada. Envuelta en el albornoz me coloco en frente del calefactor. Poco a poco me seco, pero sin que en ningún momento mi cuerpo se exponga desnudo del todo al escupidor de aire caliente.

Salgo del baño totalmente vestida, con la ropa que el día anterior dejé colgada en la percha que hay detrás de la puerta. La misma ropa que me pega unos sustos de infarto cuando por la noche me levanto y no recuerdo que la había dejado ahí.

El desayuno es ligero, solo café con leche y galletas, eso sí tienen que ser catorce galletas; con quince queda muy espeso, en cambio, con trece resulta demasiado líquido. No agrego azúcar, ya que me estoy cuidando un poco.

Si has leído hasta aquí, te digo que esto es lo más emocionante de la mañana, el resto es tratar con personas. ¡Imagínate el aburrimiento! 

Cuándo han pasado dos horas, es mi hora del café. Parecerá algo pronto, pero es que una es precavida. En general a partir de esa hora es un no parar, lo que significa quedarme sin mi necesaria dosis de cafeína. Tengo que confesar que con ese café me zampo cuatro galletas, el paquete trae cinco, siempre queda una huerfanita, que a los pocos minutos alguien ya ha adoptado.

Sigo la mañana con mucho ánimo y buen humor, aunque el trabajo se va acumulando. El optimismo y la buena disposición no bajan en ningún momento.  Si esto último lo escribiese en un mensaje de WhatsApp ahora sería el momento de poner esas caritas inundadas de lágrimas.

Tras la agotadora jornada solo queda engullir la comida preparada del día anterior y… sofá y manta.

Esta es mi rutina mañanera contada al estilo de los famosos que presumen de masajista, piscina y gimnasio. Ellos se pierden las galletas, con tanta obsesión por la dieta.




Comentarios

  1. Estupendo relato Y muy actual Que imaginación para seguir todos los lunes Genial

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