Los secretos

 Paso por delante de la que un día fue mi casa. Esta fachada ha sido testigo de mis infantiles juegos. Me encantaba salir a jugar aquí, especialmente los veranos en la hora de la siesta, cuando todo el mundo descansaba; tenía toda la calle para mí. Era el momento idóneo para poner mis muñecas al sol, mientras les daba de comer filetes de hierba y sopa de barro. Aquí parada delante de aquella fachada me fijo en las ventanas, ya no tienen las mismas cortinas. Mi memoria retrocede unos cuantos años a aquel día qué cambió la vida de todos. Mis padres, Argimiro y Dolores, tenían arrendado el primero, derecha. En la puerta de enfrente vivían sus mejores amigos que curiosamente se llamaban María y Mario. A mí aquello me hacía gracia. Era tal la relación que yo les llamaba tíos. 

 Uno de esos días de verano salí de casa acompañada de mi padre, sin cerrar la puerta por si tenía que subir a beber agua. Con un beso en la mejilla, cada uno fue a lo suyo. Él a trabajar y yo a organizar la comida de Pepita, mi muñeca.

 Tras un rato de idas y venidas del mercado imaginario, mi juego se interrumpió por unos ladridos que me asustaron. Me refugié en el portal a toda prisa, abandonando a la pobre Pepita encima de una piedra, dándose un atracón de flores en salsa de barro. El perro al llegar a mi altura miró a través del cristal de la puerta, yo cada vez más asustada, cerré con fuerza y apoyé mi cuerpo contra la puerta del portal, para que no pudiese entrar. Él, ante la imposibilidad de llevarse un trocito de niña, se fijó en Pepita y sin gran ceremonia clavó sus dientes en la cabeza rubia y salió corriendo calle abajo. Ante tal escena me quedé paralizada. Cuando al fin reaccioné di media vuelta y subí las escaleras corriendo, entré en casa buscando a mi madre. Me dirigí directamente a la habitación, ya que calculé que aún estaría en la siesta. Al abrir la puerta la escena me desorientó y paralizó por segunda vez en esa tarde.

Mi madre estaba riendo, desnuda en la cama con el tío Mario. Ellos al percatarse de mi presencia se quedaron serios.  Mario se levantó con prisa, se puso el pantalón y salió de casa sin camiseta. Mi madre, en cambio, con movimientos lentos, como para no espantar a un perrillo asustado, se vistió hablándome con voz suave.

—Ana, ven vamos a hablar. —Me dijo señalándome un lado de la cama para que me acercase. —Ya sabes que los mayores a veces nos gusta jugar y reír igual que a ti. — Me miró para cerciorarse de que sus palabras me llegaban con claridad. — A Mario y a mí también nos gusta jugar y hoy estábamos aburridos. Lo que pasa que son juegos secretos. ¿Tú sabes lo que son los secretos?

Yo mirándola con interés afirmé con la cabeza.

—Bien, pues, tú y yo vamos a tener un secreto de chicas. No puedes decirle a nadie que Mario y yo jugamos. Así siempre será divertido.

—Un secreto de chicas que no pueden saber los chicos—Le confirmé a mi madre, y ella mueve la cabeza arriba y abajo, dejando escapar un suspiro de alivio. —Ya tengo otro secreto. —Dije en mi ingenuidad lo que hizo que mi madre sonriera.

— ¿Sí? ¿Con quién tienes ese secreto? A mamá, le puedes contar todo, porque las chicas siempre estamos juntas y nos guardamos secretos. —Intentó crear una complicidad con su niña.

—Los secretos no se dicen—Le dije yo, pero con unas ganas inmensas de contar mi gran secreto.

—Ya, eso es verdad. Lo que pasa es que a las mamás se les puede contar todo. Con mamá no hay que tener secretos.

—Sí, pero papá me dijo que era solo de los dos. —En ese momento noté como la cara de mi madre cambiaba, aunque intentó que no se le notase.

— ¿Tienes un secreto con papá? A mí me lo puedes contar. Entre madre e hija nos podemos decir todo. —Me dijo esto intentando mantener la calma.

Mi vista se clavó en mis zapatillas sucias, lo que me hizo recordar la reciente escena del perro.

—Mamá, un perro horrible, se ha llevado en la boca a Pepita. —Casi llorando me abracé a mi preocupada madre.

Ella acariciándome la cabeza me consoló, si bien, no quería dejar pasar lo del secreto con mi padre.

—Cariño, ¿Tú juegas con papá como yo juego con el tío Mario? —Se atrevió al fin a preguntar directamente.

—No, yo juego con papá y Pepita, pero ya no podré jugar con ella, el perro malo se la llevó.

—Y, ¿Ese es el secreto que tienes con papá?—Me murmuró entre agobiada y aliviada.

—No—Y poniendo las manos en mi boca modo de embudo acercándome a su oreja le susurré—Papá juega con tía María como tú con tío Mario.



Comentarios

  1. Hay la vida y amor 😍 Que bien seguir leyendo bonitos relatos Gracias

    ResponderEliminar
  2. 🤪 la vida es un pañuelo 👌

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Desilusión

Año nuevo

La aventura