El reencuentro
Su sorpresa no fue mayor que la mía, al abrir la puerta y encontrarme cara a cara con el pasado. Mi corazón se saltó un latido al verle ahí. Estaba igual, su semblante duro hizo que me estremeciera.
— ¡Vaya, vaya! ¿A quién tenemos aquí? —Su voz no había cambiado y el tono duro con que pronunció estas palabras me sacudieron por dentro.
— ¿Qué haces aquí?—Es lo único que se me ocurrió contestar.
— ¿Dónde están mi mujer y mi hija? Me he enterado de que trabajaban aquí. Lo que no esperaba era encontrarte a ti. —Me lo dijo con una socarrona sonrisa, aquella que siempre me paralizó.
—Te has equivocado, aquí no trabaja Adela. Le perdí el rastro hace semanas.
— ¡Adela! ¿Quién llama?—La voz de mi señora interrumpe todas mis excusas.
—Con que Adela. ¿Dónde está ella? Si tú tienes su nombre, ella, ¿cómo se hace llamar?—Pronuncia dando un paso al frente— ¿O quizás te has deshecho de ella?
—No, por supuesto que no. La verdad es que tu mujer falleció al llegar aquí. Yo tomé su nombre para poder trabajar. —Explico apresuradamente.
—Adela, ¿quién es este apuesto hombre?—Me pregunta mi señora asomada al quicio de la puerta.
—Buenos días, señora. Soy el marido de Adela. Me ha costado encontrar la dirección que me envió para podernos juntar de nuevo. —Estas palabras dichas con improvisación se me clavan en lo más hondo.
— ¡Oh! ¡Qué maravilloso reencuentro! No sabía que tu marido vivía, todos pensamos que eras viuda. Hazle pasar mujer, no le dejes en la puerta. —Y apartándome, invitó al demonio a entrar en mi vida.
—Adela, estarás deseando estar con él. —Esto lo dijo guiñándome un ojo—Tómate el día libre. Le puedes enseñar tu habitación, aunque lamentándolo mucho no se podrá quedar a vivir aquí. Solo alojamos a los empleados.
—No se preocupe, señora, tengo alojamiento. Ahora busco trabajo—Contesta con voz melosa. —De momento no me puedo llevar a Adela y a la niña, pero en cuanto tenga un sueldo vendrán conmigo.
Muy sorprendida la señora Grabies, me mira apesadumbrada.
—Veo que tenéis mucho de lo que hablar—Y diciendo esto nos deja solos.
—Sí, amor, llévame a tu cuarto y nos ponemos al día—Dicho esto me toma de la cintura y me aprieta contra su cuerpo, a la vez que me indica con un gesto que le lleve a la habitación.
Una vez dentro, sus manos rodearon mi cuello con fuerza y su boca se pegó a la mía. Soltó una de sus garras de mi cuello, para subirme la falda, e introducirla entre mis bragas.
—Ya veo que me estabas esperando. No llevas enaguas bajo tu falda. Me gustan las atrevidas. La verdadera Adela era una estrecha. —Decía esto mientras me arrancaba el resto de la ropa—Si gritas putita, le explico a todo el mundo que tú eres una impostora. Que te llamas Gliceria. Y quizá también has asesinado a mi mujer.
Yo estaba paralizada, su penetrante olor a sudor y tabaco me inundaba las fosas nasales. No podía gritar debido al miedo. Cuando hizo conmigo lo que quiso, arrancó la sábana de la cama, la tiró al suelo formando una especie de ovillo y lo usó a modo de un orinal, a la vez que me clavaba la mirada.
—Por cierto, ¿dónde está Margarita? Quiero ver a mi hija.
—Margarita está junto a su madre. —Contesté con la boca pastosa.
El chorro de orina se cortó, pero dejó su flácido pene fuera del pantalón.
— ¿Me dices que has matado a mi hija también?—Me grita al oído, alzando con gran ligereza una mano, me dio tal golpe en la cara tirándome contra el armario y armando un gran alboroto.
Alguien golpeó en la puerta. Él, lejos de asustarse, se tiró encima de mí y al oído me pidió que dijera que todo iba bien.
— ¿Va todo bien, Adela?—Escuché al otro lado de la puerta.
—Sí, señor. Todo está bien. —Contesté con la voz temblorosa.
—Bueno, esposa querida, te dejo por ahora, pero necesito algo de dinero para pagar la pensión mientras encuentro trabajo. Estoy seguro de que has ahorrado. Así que si no quieres que en esta casa se arme un escándalo, dame el dinero. —Me escupió al oído.
No sé el tiempo que pasó hasta que me atreví a salir de mi habitación. Me dirigía a la cocina cuando me salieron al paso la señora Grabies y su hijo. Este me tendió un saquito igual al que le había dado al demonio con todo mi dinero.
—Creo que esto es tuyo. Parece que tu “marido” se lo llevó sin querer. No creo que lo necesite. Es más, siento comunicarte que tardarás en volver a verlo. Ha decidido irse del país. —El hijo de mi señora me decía esto dándome el saquito.
Levanté la vista de mis zapatos y muy sorprendida cogí la bolsa de mis ahorros y mirando alternativamente a uno y a otro preguntaba con la mirada qué había pasado. Fue la señora la que me contó lo sucedido.
—Algo me sonó extraño cuando preguntó por su hija. En mi interior un no sé qué me decía que algo no iba bien. Llamé a mi hijo y, perdona, pero escuchamos tras la puerta. En ese momento no podíamos hacer nada, pero mi chico tiene amigos. Cuando ese hombre abandonó esta casa tuvo un encuentro desagradable con ellos. Dijo cosas horribles, que ya sabemos que no son verdad. Le quitaron tu dinero y le invitaron a alejarse de aquí lo antes posible. Así seguiría con vida.
Que desconcierto Gracias
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