Una vida nueva

 Una joven con rastros de cansancio en la cara llega a una tierra desconocida, con miedo en el corazón, muchas ilusiones y esperanzas, un par de maletas y una niña que le ha cambiado la vida.

Suelta la pequeña mano que le agarra con confianza para recolocar una de las maletas debajo de su brazo. Alza la mirada, respira hondo y extiende la mano hacia la pequeña. Así se queda hasta que nota un vacío. Baja la vista hacia donde Onelia debería estar. El corazón se le sube a la garganta. Mira a su alrededor sin poder creérselo.  La ha soltado solo un momento y ahora no está.

 La desesperación es tal que comienza a gritar, al tiempo que le parece ver su vestido amarillo entre la gente. Sale corriendo hacia donde supone que está. Cuando se está acercando comprueba que en efecto es ella. Va de la mano de un hombre vestido con un traje oscuro y con el cabello color zanahoria. Este, al notar que ella se acerca, toma a la niña en brazos y echa a correr. De su garganta salen gritos desesperados, pero la multitud de gente no le deja avanzar. Su pie tropieza con un bordillo y su cuerpo cae sobre la acera. Se escucha un golpe y varios gritos. A la joven le cuesta ponerse en pie de nuevo, nota un dolor intenso en el tobillo izquierdo. Una mujer que pasa a su lado le ofrece ayuda. Delante de ella ve un grupo de personas afectadas por algo que ha sucedido. Le pregunta con la mirada a la mujer en la que se apoya.

—Un hombre se ha lanzado a la carretera y al auto que pasaba no le ha dado tiempo a parar—Responde a su pregunta callada.

 Cojeando se hace sitio entre el corro de curiosos.  Asomando la cabeza entre la gente ve el cuerpo ensangrentado con una postura antinatural de un hombre pelirrojo. Busca con la mirada en los alrededores el pequeño cuerpo de Onelia.

—Este hombre iba con una niña—Interpela al hombre de la primera fila del macabro espectáculo.

—No he visto cómo ha sucedido, pero aquel señor es el conductor, quizá le pueda ayudar—Le dice señalando un hombre bajito que paseaba arriba y abajo con las manos en la cabeza.

 Sin hacer caso al intenso dolor que le sube por la pierna se acerca al angustiado personaje.

—Señor, ¿qué ha pasado Con la niña que iba con ese hombre?— Y señala al despojo que hay en el suelo.

— ¿Una niña? ¿También he matado a una niña? — Exclama mirando alrededor con tal cara de susto que no puede reprimir cogerle del brazo.

—Este señor llevaba una niña en brazos, pero no la veo por ningún sitio. Tal vez salió despedida en el impacto o quizá ya no la llevaba en sus brazos. ¿Usted se fijó en ello?

— ¿Una cría con un vestido amarillo? —Exclamó el hombre mirándole por primera vez.

El corazón de la mujer dio un vuelco y la esperanza se afincó en él.

—Justo antes de echarse corriendo a la carretera, dejó a la pequeña en el suelo. Creo que pretendía llevarla de la mano, pero… A mí no me dio tiempo a parar…— Gesticulaba mientras le relataba su versión.

Dejó al hombre con su angustia para ocuparse de la suya propia. Dando vueltas sobre sí misma por el rabillo del ojo vio Lo que parecía una falda amarilla. Una niña iba agarrada de varios chavales. Al fijarse bien vio sus trenzas inconfundibles.

— ¡Onelia! —El grito sale con tanta fuerza de su garganta que la gente allí congregada se vuelve hacia ella. — ¡Allí está!— Aprovecho para señalar.

El pequeño callejón por donde los niños se meten se le hace largo, su carrera es imposible con el intenso dolor que le hace caer varias veces. Tras varios minutos les pierde la pista y se queda sentada en el suelo con la cara inundada en lágrimas, la ropa sucia y la angustia a flor de piel.


 Ya han pasado varias semanas de todo eso. No sabe cómo se tiene en pie, pero es más fuerte de lo que ella cree. No puede hacerse la idea de no volver a ver a su pequeña niña de trenzas rubias.

 Casi todas sus compañeras le han ayudado infinito. Hasta los señores han intentado buscar a la pequeña, sin resultados.

 Hoy viene a la casa un hermano de don Emilio, está toda la familia alborotada. El señor Julián trae noticias y al parecer muy buenas. Fenidia, la cocinera, se alegra de que a alguien le sonría la suerte.

 Suena el timbre y su compañera Julia va a abrir la puerta. Está impecable con su falda recién planchada y los cuellos de la blusa almidonados.

 Desde la cocina escucha a los señores saludarse con alegría. Entre murmullos de contento van pasando al salón donde se les servirá unos licores para los caballeros y un té con pastas para las damas. La alegría que se huele en el ambiente llega hasta la cocina, donde Fenidia se afana en preparar una rica paella. Los señores son originarios de España y echan mucho de menos aquellos guisos. Esa es una de las razones por las que la chica se encuentra ahí.

 Las compañeras hablan entre ellas, aunque no está muy atenta con sus cotilleos, algo le llama la atención.

—Es preciosa. Esa niña les traerá mucha felicidad. — comenta María mientras se lava las manos.

—Sí, menuda suerte ha tenido esa huérfana, seguro que andaba muerta de hambre en algún hospicio. — Brama la regordeta Inés, en su enfado perpetuo.

La cocinera les mira con curiosidad.

— ¿De qué habláis?

— ¡Claro! Como no sales de esta asfixiante cocina, no te enteras de nada. — Masculla Inés— yo te cuento. Resulta que el hermano del señor ha acogido a una huérfana y pretende alquilarla definitivamente.

— ¿Alquilarla? ¡Mira que eres bruta! Lo que pretende es adoptarla, ya que la cría no tiene a nadie. —Le corrige María con prontitud.

—Eso he dicho yo. Eres una sabionda. Esa muerta de hambre tiene una suerte que ya la quisieran muchos. — Prosigue con su cháchara.

— ¿Suerte es no tener a nadie? — masculla la cocinera entre dientes.

—Sí, mujer. Esta cría ya tiene la vida resuelta. Nunca le faltará de nada. Vestirá bonitos vestidos, comerá hasta ponerse gorda como una vaca e irá a un buen colegio donde aprenderá a ser una señoritinga. —enfatizó esto último haciendo una reverencia.

 Mientras terminaba de recoger la cocina pensativa se decía que necesitaba ver a esa pequeña. Algo en su interior le urgía a hacerlo. 

La ocasión se dio a la hora de la merienda. La señora le pidió preparar un zumo y unos bollos para que la hija de su cuñado merendase. En una bandeja de plata depositó con cuidado una pequeña jarra con zumo de naranja, unos bollitos de mantequilla y media libra de chocolate. Se dirigía al jardín con la fuente en sus manos cuando la risa de una niña jugando con un cachorro llegó a sus oídos. Esa risa era inconfundible para ella. Se quedó paralizada en la puerta viendo a su pequeña correr alegre. Esta vez con su melena al aire, sujeta solo con un lazo a modo de diadema.

—Dame eso mujer, que no sabes hacer nada fuera de la cocina. — le increpó Inés con su tono despectivo de siempre.

Al ver que la niña se giraba hacia su compañera, ella se escondió tras el quicio de la puerta.  Su corazón batallaba en una cruenta guerra con la razón.


—A esa cría nunca le faltará nada. —La razón defendía las palabras de la rezongona Inés.

—Le faltará su verdadera familia. — El corazón se defendía.  

—Tú tampoco eres su madre, ella murió en aquel barco.—Contraatacaba la razón.


  —Sí, pero yo podría hablarle de su mamá, de sus abuelos, los conocía a todos. — Esto lo dijo en voz alta y al escucharse se asustó. 

Miró hacia los lados para cerciorarse de que nadie le había oído. La decisión estaba tomada. Onelia crecería en una familia que la quería. Además, le proporcionaría todo lo que con ella no podría nunca alcanzar. Se consolaba sabiendo que de vez en cuando la vería. Quizá, más adelante, cuando la bruma de la memoria borrase su rostro, la podría abrazar.





Comentarios

  1. Ayyyyyyy el corazón en un puño me has tenido Gracias por un feliz final Muy bonita la historia Gracias

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Desilusión

Año nuevo

La aventura