Energía de juventud

 Salgo como cada día a caminar. Ya no me apremia el tiempo. Veo el alboroto infantil alrededor de un patio escolar. Es envidiable la energía que derrochan los niños, parece que se les escapa por los poros.

En mi paseo veo a una anciana con caminar pausado empujando un carro, con lo que supongo será la compra semanal. El semáforo está en rojo para los peatones, así y todo, la atrevida mujer cruza la carretera; cuando está llegando al otro lado veo como un coche se acerca a una velocidad algo más alta de lo aconsejable. Mi corazón da un vuelco y la adrenalina me pone en marcha. Intento llegar a la señora antes de que se produzca lo que en mi mente es ya una tragedia. Escucho un fuerte frenazo y alguien me sujeta con fuerza por el brazo. La anciana ha conseguido cruzar sin ningún percance, pero los improperios que escucho van dirigidos a mí. No entiendo qué les pasa, solo intentaba ayudar. ¿Qué se pensaban, que intentaba suicidarme? O ¿Quizá que no sería capaz de correr a tiempo? Estos energúmenos no saben que yo he corrido maratones, ganando varios de ellos. ¡En fin sigo mi camino!

Al doblar la esquina la veo. Mi corazón salta en mi pecho como siempre que esa mujer se cruza en mi camino. Parezco un adolescente, me tiemblan las piernas y se me seca la boca. Una mirada de ella más intensa que de costumbre hace que un cosquilleo me recorra la columna vertebral. Temblando como un flan le invito a un café. Nos vamos poniendo poco a poco al día de nuestras vidas. Descubro que le gusta bailar. ¡Qué casualidad, a mí me apasiona! Quedamos para el domingo, en el parque de La Florida. Allí ponen música para bailar. Casi siempre está lleno de viejos, pero no me importa. Lo que de verdad me interesa es bailar con ella.

Quedan tres días que se me van a hacer muy largos. Entre tanto, le digo a Martina que me ayude a comprar algo de ropa. Quiero ir elegante pero informal. Elegir la ropa ha sido muy divertido. Voy a ir hecho un pincel. Ahora le estoy dando muchas vueltas a la cita, si sale todo bien y vamos más allá de unos bailes… Necesitaré…

—¡Martina! —Llamo con premura a la chica. ¿No te sobrará a ti algún…? ¡Ay, madre! ¿Qué locura estoy pensando?

—Dime ¿Qué necesitas ahora? ¿Algún, qué? —Me responde poniendo los ojos en blanco.

—No nada olvídalo — Intento esquivar el tema.

—Bueno, ahora no me dejes así. ¿Qué necesitas? ¿Un perfume? Te advierto que a “tu chica” no le iba a gustar que olieses a ninguna de mis colonias.

—¡Muy graciosa! Es algo diferente. Bueno, te lo voy a contar… Estoy preocupado. En fin, la chica me gusta y claro… ¡Ejem!… Si la cosa va a más… yo quiero protección… Ya me entiendes— Le susurro tan bajo que no sé si me ha oído bien.

—Vamos a ver si he entendido bien. ¿Me estás pidiendo condones? — Me dice con las manos en la cabeza y en un tono de voz que a mí me parece estridente.

—Tampoco hace falta que grites. Sí, quiero condones. Me imagino que tú tendrás alguno por ahí. Tú eres muy precavida. —Se lo digo guiñándole un ojo para quitarle importancia.

—Pero ¿a ti se te levanta todavía? ¡Hombre que ya tienes una edad! — Lo suelta con una sonrisa socarrona.

—¡Mira maja! Si no me quieres ayudar, me lo dices, las groserías sobran.

—Bueno, no te enfades. Oye, la chica en cuestión, ¿es más o menos de tu edad? Lo digo por si lo que te preocupa es un embarazo— Aquí ya el tono de la chiquilla era de cachondeo total.

—Para tu información, sí, es de mi edad y más que el embarazo, me preocupa las enfermedades esas que se contagian por ahí. —Y le señalo con disimulo, mi entrepierna.

Martina, muerta de la risa, abre el cajón de su mesilla y de una cajita color rosa saca unos pequeños cuadrados de aluminio.

—Yo creo que con cinco tendrás bastantes. ¿No? — Me dice entre risas y poniéndomelos en la mano.

—Sí, supongo que serán suficientes. ¡Graciosilla! —Y mirando alrededor me los guardo en el bolsillo.


Llegó el domingo. Los nervios me comían por dentro. El encuentro fue en el portal de su casa. Allí le doy la flor que sin que nadie me viese había robado de un jardín. Ella se sonrojó y me pidió un momento para subir a casa y ponerla en agua.

Llegamos a La Florida cogidos del brazo. La música ya sonaba, sin embargo, demoramos el baile unos minutos para tomarnos un vermut y ponernos a tono.

Mis manos repartidas entre su cintura y su mano derecha, los movimientos acompasados nos hacían sentir una compenetración que hacía tiempo no sentía. La invité a comer en un restaurante cercano y la chispa estaba en el aire. De nuevo tomados del brazo llegamos a su portal. Iba a entrar con ella cuando posó su mano en mi pecho.

—No me gusta ir demasiado deprisa. Yo necesito tiempo. — y con un beso suave en mis labios se despidió.

Cuando se lo conté a Martina, que por supuesto quería saber todos los detalles.

—Esa chica ¿No me dijiste que tenía tu edad?

—Sí, pero ya sabes algunas mujeres se lo tienen que pensar. No quieren que nadie crea, que son unas frescas. Además, lo mismo, yo luego la dejo y…

—¡A ver abuelo! Tienes 89 años, si ella es igual… Que le dé fiesta al cuerpo. —Esto lo dijo llevándose las manos a la boca, para sofocar la risa que no podía controlar.




Comentarios

  1. Genial relato Llenó de optimismo y alegría Gracias por remover esos sentimientos en mi Gracias

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  2. Me hace sonreír, que positivo

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