La melena

 Me miro en el espejo, que me devuelve una imagen desconocida. Una señora con arrugas en la cara, Manchas moradas bajo los ojos y lo más llamativo, una cabeza desierta de la gran melena rubia que hacía tantos años me acompañaba. La echo de menos, pero su pérdida me va a devolver lo más valioso que tengo. 

 Mi memoria va hacia atrás. Esta mañana mi hija de 15 años desayunaba cabizbaja y pensativa. No sé, quizá no eligió bien el momento, hoy yo no quise que ese momento fuese el adecuado.

—Quiero estudiar Bellas Artes— soltó sin más, sin levantar la cabeza siquiera.

— ¿Y eso a que viene ahora? Dibujar es un hobby y la vida es otra cosa—Le respondí con la voz algún tono más alto de lo apropiado.

— ¡Y tú qué sabes! ¿Acaso te importa lo que me gusta o algo de lo que hago?—Me gritó poniéndose en pie.

—Tú lo que tienes que hacer es estudiar algo que te vaya a dar de comer. O ¿crees que con garabatos en un lienzo vas a poder llevar la vida que te gusta?—Mi enojo respondió por mí.

—Ya está bien de tirarme en cara, que vivo muy cómoda, que me dais caprichos y que todo es por mi futuro. ¡Mi futuro es mío! No quiero ser la niña buena y pija que a vosotros os gusta. A partir de hoy seré yo misma. —Y con estas palabras salió de la cocina.

 Al poco escuché el portazo con el que se despidió. Me quedé con la cuchara a medio camino entre el tazón y la boca, aunque enseguida la regresé al tazón de café con leche. Me quedé pensativa, recordé a aquella quinceañera de hace tantos años. Un día dijo lo que quería hacer con su vida y una madre, como ahora yo, le cortó las alas; no dejó que alzase el vuelo. ¿El pretexto? El mismo que acabo de dar yo, lo mejor para mi futuro. Miro a mí alrededor y veo aquel futuro que me prometía la guardiana de mi porvenir. Sentí náuseas. ¿Qué estaba haciendo? Me levanté limpiándome la boca con la servilleta. Dirigiéndome a mi habitación, pensé en la de veces que habré oído eso de que la historia se repite. No sé cómo, pero esta historia no se va a repetir en mi hija.

De piedra, así me quedé cuando Andrea entró en casa, ya anocheciendo. Una falda más corta que mis uñas, unos calcetines que querían tapar lo que la falda no conseguía, una camiseta, tres tallas más grandes de lo que ella necesitaba y rematando el cuadro, la melena, bueno, la falta de ella. No sabía si dejar salir el dinosaurio que llevaba dentro, o acordarme de mi propósito de enmienda y saludarle como si nada.

—Buenas tardes, por si no lo has notado, acaba de entrar en casa la nueva Andrea—me dijo sin que de mi boca hubiese salido palabra alguna.

—Buenas tardes, Andrea. No está del todo mal el nuevo look. Un cambio algo radical, pero tú sabrás lo que te gusta—Fue mi respuesta, la cual, noté que le descolocó un poco.

—Sí, me gustan los cambios drásticos. Ya que en otras cosas no puedo cambiar, al menos de mi cuerpo, ¿seré dueña?—Me provocó.

— ¿Qué tal si hablamos tranquilamente del tema?

—Sí, claro. Ahora viene cuando me sueltas tu rollo de mi porvenir. De la vida que llevo y lo caro que es. Mira mamá, estudiaré lo que me mandéis, ya que vosotros pagáis. Aunque desde ahora te digo que en cuanto pueda costearme yo los estudios, haré lo que me gusta. —Me escupió todo De tirón y sin dejar de mirarme a los ojos.

 A la hora de la cena la discusión subió varias octavas el tono. Su padre por poco se cae del susto, cuando la vio de esa guisa.  El culmen llegó cuando le dijo que quería estudiar Bellas Artes. Mi marido terminó de perder los papeles y la paciencia.

— ¡Ahora mismo vas a tu habitación! Y no salgas hasta que entres en razón o te crezca el pelo, lo que suceda antes. —Gritó desquiciado.

—Marcos, lo mismo debemos hablar los tres y…—No me dejó terminar, con un golpe en la mesa me indicó que su opinión era la que contaba.

— ¿Tú la has visto?, parece una delincuente. Encima me viene con eso de las Bellas Artes. La culpa la tienes tú, por consentirle todo. Por estimular sus dibujitos. —Esto lo dijo en tono de burla, lo que me dolió más que los gritos—Clases de dibujo y de pintura, a la niña le vendrá bien, es bueno que tenga creatividad. Mira la creatividad de los huevos.

 Le dejé despotricando en el salón, fui a la habitación y sentada delante del espejo del tocador tomé la decisión. Agarré la maquinilla con la que Marcos se arreglaba la barba y me rapé la cabeza.

 Cuando mi marido me vio, el color de la cara se le fue y tardó un buen rato en recuperar la voz.

— ¿Qué has hecho? ¿Estás loca?—Se acercó a mí, despacio y tocándome la cabeza desierta me susurró— ¿Por qué?

—Quiero tener poder de decisión sobre mi vida, y sobre mi cuerpo. Y lo más importante, quiero apoyar a mi hija. No quiero que viva una vida impuesta, que sea una desgraciada. No podemos pretender vivir nuestros sueños a través de ella. —Lo solté todo, mirando el reflejo de mi marido en el espejo que tenía delante.

—Ya, pero tu melena… Estabas tan orgullosa de ella—susurró.

—El pelo crece, y nuestra hija también. A ella le crecerá el pelo y a mí también, lo que no crecen son los años perdidos, las ilusiones apagadas y los sueños rotos. Si mi hija quiere estudiar Bellas Artes, quiero que lo haga. Si luego no consigue salir adelante, seguirá teniendo mi apoyo. Aunque, no creas, tu hija va a conseguir lo que se proponga, por qué es tan cabezota como tú—Al decir esto se me escapó una sonrisa.

Marcos metió mis cabellos en una caja de zapatos que encontró en el armario.  Con ello fue a hablar con nuestra hija.

 Sigo mirando mi rostro reflejado en un espejo heredado de mi abuela.

Han pasado varios minutos cuando veo entrar a mi hija llorando.

—No, mamá, tu pelo. ¿Qué has hecho?—Entre hipidos consigo entenderla—Papá me ha dado permiso para estudiar Bellas Artes, aunque me ha hecho un extraño regalo, tu pelo.  Ha sido un poco raro.  Me ha dicho que me has dado de nuevo la vida, y que hable contigo.  Lo más extraño de todo ha sido cuando me ha dado la caja de zapatos, diciéndome que era el precio de mi libertad.  

—No te preocupes por mi pelo, ni por el tuyo—Le digo acariciando su cabeza con algo más de pelo que la mía—Solo prométeme que lucharás por lo que quieres y qué me tendrás informada de todos tus logros.

 Me abrazó cuál niña que aún era, ese abrazo de adolescente rebelde, para mí es más valioso que todo el oro del mundo.


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