El viaje de aniversario

Este viaje lo planeé hace meses, quiero celebrar nuestro quinto aniversario desde que comenzamos a salir, por todo lo alto. Será nuestro último aniversario de novios, ya que en el próximo nos casaremos. La fecha de la boda, la hemos hecho coincidir con ese día. Así siempre celebraremos el 9 de mayo de manera especial.

El recorrido lo hacemos en coche, por carreteras comarcales, a ser posible. Hoy toca una carretera algo más transitada. No vamos muy rápido. La carretera es de doble sentido. Todo ha sido demasiado rápido, un coche adelantando, un cambio de rasante y oscuridad.

Al despertar veo ambulancias, mucha gente y una camilla con mi novia en ella. Quiero ir con ella, sin pensarlo, me levanto y entro en la ambulancia sin que nadie me detenga. Quiero darle la mano, pero los sanitarios no me dejan. Ellos están ocupados en ponerle una vía con un suero y en controlar sus constantes vitales. Al llegar al hospital las puertas se abren. Me percato de que llega otra ambulancia con las mismas prisas. Puede ser que del mismo accidente. Me imagino que será el ocupante del coche que chocó contra nosotros. Parece que llevan a alguien muy grave. Sin embargo, a mí me importa Gliceria, mi chica.

A los dos heridos los meten en una sala grande con varias camillas y muchos monitores. Me cuelo dentro. Yo, mientras no me detengan, no me separo de Gliceria.

Veo mucha gente con uniformes de varios colores. El primero en ser atendido es el otro herido. Ahí me percato de que mi novia ha recobrado el conocimiento. Los gritos de dolor me atraviesan el alma, aunque está atendida y varios profesionales le están explorando. Estoy muy nervioso, no deja de gritar y veo que una de sus hermosas piernas tiene una postura antinatural. Insisto en que le calmen el dolor, que hagan algo, no me escuchan. Trato de que alguno de los que atienden al otro infeliz, me preste atención. Voy de un médico a otro, y ninguno me hace caso. Gliceria grita mi nombre. Me acerco lo que puedo, ya que con tanta gente no alcanzo a agarrarle la mano.

Unos sutiles movimientos, acompañados de un silencio incómodo, me indican que en la camilla contigua, algo ha pasado. Ni me inmuto. Quien me interesa está en esta camilla y quiero que le quiten el dolor. Le han debido poner medicación potente, ya que ha dejado de gritar, si bien, mira hacia donde se halla el otro herido con unas lágrimas imparables. Me resulta raro, yo no me he fijado en ese chico, pero quizá ella lo conozca. Le hablo al oído con todo mi amor, le animo a que sea fuerte. Le susurro que pronto todo pasará. Mira hacia donde yo me encuentro, con la mirada atravesándome, sonríe ligeramente.  Escucho la palabra escáner. Todos se movilizan para llevársela.

Miro cómo se va la camilla con la persona que más quiero llena de cables. Ella mira hacia el lugar donde está el otro accidentado, ahora ya sin que nadie le atienda.

Cuando me quedo solo, el silencio invade esa sala. La curiosidad y algo más, que no termino de identificar, me hace asomarme a la camilla de al lado. Un cuerpo ensangrentado con el torso al descubierto y una cara cenicienta me paralizan. Esa cara, ese tatuaje en el pecho, los conozco; ya lo creo que los conozco. Ese cuerpo ensangrentado es el mío.




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