El verano
Una suave brisa, un movimiento rítmico y un silencio extraño me encontré al despertar. Parpadeé varias veces para salir de lo que yo creí que era un sueño. Al levantar la cabeza mis ojos solo vieron agua. Estaba totalmente rodeado de agua. Cerré de nuevo los ojos e inspiré profundo. Mi cerebro iba a mil para intentar recordar lo último que hice antes de dormirme. Solté el aire con fuerza y una luz iluminó esa pequeña bombilla que todos tenemos en la cabeza. Sí, ahí estaba, ahora todo tenía sentido. ¡Cómo he podido ser tan estúpido!
A primera hora de la mañana he llegado al camping con mi familia. Había que montar la tienda de campaña. Los niños me han ayudado, aunque a veces me entorpecían más que nada. Mi mujer, con atender el pequeño e ir sacando las cosas de la furgoneta, ya tenía bastante. Cuando ya hemos terminado con la tienda hemos ido colocando todo. Ha llegado un momento que ya no podía más y he pedido a Raquel que se llevase a los niños mientras acababa de colocar todo. Al volver, la comida estaba preparada y las cosas en su sitio. Entre gritos y risas hemos comido la ensaladilla y la fruta. Necesitaba una siesta. Los niños me han ayudado a inflar una colchoneta. La energía de los críos es impresionante y el volumen de sus juegos agotador. Así que, ni corto ni perezoso, he cogido la colchoneta y me he metido en el pantano. La idea era alejarme un poco de los gritos de los chavales y descansar. Bien, el caso es que el viento ha empujado mi “barca” hacia el centro del embalse. Intento orientarme para saber hacia qué lado tengo que hacer avanzar el colchón hinchable. Tras fijar el rumbo, extiendo los brazos, primero uno y luego el otro voy metiéndolos en el agua. Es como nadar a crol, pero encima de un flotador. Cada vez distingo mejor la orilla, no paro de dar brazadas, aunque el cansancio me va invadiendo. La parte interna de los brazos me comienzan a doler a causa del roce con la colchoneta. Tengo que descansar. De pronto se me ocurre que quizá si grito pueda alguien venir a buscarme. Intento sentarme para que se me oiga mejor. La colchoneta se revela y se da la vuelta. No puedo perder mi flotador o no seré capaz de llegar a la orilla. Varios intentos después consigo volver a subir a mi salvavidas. Sigo dando brazadas y aunque despacio, algo avanzo.
Veo algo flotando que se dirige hacia mí. Ya me queda poco para llegar. Noto un pequeño golpe y veo que una rama de un árbol ha chocado conmigo. Me cuesta entender que ese sonido que parece un silbido es en realidad el aire saliendo por un pequeño pinchazo que ha provocado la dichosa rama. Comienzo a dar brazadas desesperado, olvidándome del cansancio. Mi colchón cada vez tiene menos aire y se va hundiendo poco a poco. Ahora sí, grito con desesperación. Abandono el inflable ya sin aire e intento nadar. El cansancio pasa factura y de vez en cuando me hundo para volver a salir a la superficie. Me faltan las fuerzas, me sumerjo de nuevo, esta vez pienso en mis hijos, son demasiado pequeños para quedarse sin padre. Mi mente se inunda de recuerdos con Raquel. El primer beso, la primera vez, los enfados y las reconciliaciones. Oigo a mis niños llamándome “papá”, esos recuerdos me hacen feliz.
Papá, papá, un fuerte movimiento me despierta. Levanto la vista y veo agua a mi alrededor. También distingo un gran pato hinchable, a los niños riendo y salpicándose, allí más lejos veo a Raquel tomando, seguramente, su acostumbrado café con hielo. Lo más curioso, tengo la orilla muy cerca. La piscina de casa no tiene el peligro de los pantanos.
Ja ja ja Q susto Genial el relato y genial escrito Te tiene con el corazón en un puño Sorprendente
ResponderEliminarMe gusta 😊
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