Un cambio de vida
Los gritos de alegría de una pareja abrazándose frente al estanco, llamaron su atención.
Iba a seguir su camino cuando lo reconoció. Aquel hombre era su pareja. Ese con el que compartía vida desde hace un lustro. Se le veía muy contento, diría que hasta feliz. Prosiguió su camino con el semblante serio y una decisión, que si bien precipitada, en el fondo de ella sabía que tarde o temprano llegaría.
Pablo no cabía en sí de gozo, por fin la suerte le sonreía. Llegó a casa con tanta ilusión que no se percató del semblante de Isabel.
— Isabel, tengo una alegría que no cabe en el cuerpo. Me ha…— Se cayó de inmediato al fijarse en la cara de su chica.
— Sí, ya veo que estás muy feliz— Le soltó en tono de reproche. — Te ha ido bien el día. Y ahora te va a ir mejor.
— No creo que el día puedan mejorar, pero cariño, ¿Qué te pasa? ¿A qué viene esa actitud? Me ha tocado…
—Ya, ya, ¡calla! Ya sé que te ha sobado, pero no es cuestión de que me lo restriegues por los morros. —Le cortó sin dejarle terminar la frase. —Mira, tarde o temprano, este momento tenía que llegar. Lo nuestro no va bien hace mucho tiempo.
— ¿Qué dices? — Esta vez fue él, quien no la dejó acabar la frase. Estamos bien. Además, a punto de cumplir nuestro sueño.
— No, estábamos a punto de cumplir tu sueño. Esa tienda siempre fue tu fantasía. Aunque visto lo visto ya no formarás parte del proyecto. Al fin y al cabo el dinero con el que si compró el local era mío. — Le cortó ya gritando.
Pablo tomó aire despacio, para darse tiempo a asimilar lo que estaba escuchando. No lo podía creer. Aquella tienda de productos naturales era el proyecto de ambos. No, no era su sueño. Aquello era otra cosa. Cuando le contó la idea a Isabel, ella la fue transformando con la excusa de que los productos “bio” tenían mejor venta. Ella pondría el dinero inicial para la compra del local. Él, aprovechando que estaba en el paro, trabajaría a tiempo completo en el montaje de la tienda. El sueldo que la administración le daba lo aportaba prácticamente íntegro, únicamente se dejaba algún dinerillo para gastos.
— ¿Me estás diciendo que me vaya y que tú te quedas con la tienda? — Quiso aclarar, atónito y sin entender nada.
— Sí, muy bien. Lo has entendido perfectamente. Veo que esa parte te queda intacta, ya que el resto lo tienes bien sobado.
—Isabel, te estás equivocando, no sé qué te han contado o que has imaginado, pero todo esto no tiene…
— ¡Que te vayas! ¡No quiero volver a verte!— Le gritó, ya sin paciencia.
Ella vio como el hombre que un día amó, iba metiendo en una maleta sus pertenencias. No tenía mucho que llevarse, ya que no era un hombre que acumulase ropa. Seguramente lo que más le costaría transportar eran sus libros.
—No te molestes en recoger los libros. Mañana traeré unas cajas de la tienda y haré que te los lleven a casa de tus padres. — Le tranquilizó con voz algo más serena, al ver que miraba la estantería.
— Mañana después de la inauguración, yo mismo recogeré todo.
— ¡No! Tú no estarás en la inauguración. He dicho que no tienes nada en esa tienda y que no quiero verte más. — Su histerismo se volvía a notar en su voz.
Con la maleta recién hecha salió de la casa, eso sí, con una decisión tomada. Jamás volvería con ella. Ahora era su turno. No le merecía la pena pleitear por algo que ya no quería.
Un año más tarde.
Isabel tiene unos días de descanso, ha cerrado la tienda por vacaciones. Al fin y al cabo, tampoco es que la clientela la vaya a echar de menos.
En ese pueblo costero repasa su último año. No ha sido su mejor año. Aquella traición de Pablo, que tomó como excusa para que se fuera de su vida, parece que le trajo la mala suerte. La tienda no tuvo el éxito esperado. Todo el día trabajando entre aquellas cuatro paredes, para vender un par de infusiones.
Así como iba, ensimismada en sus pensamientos, el topetazo fue inevitable. No vio a un hombre que salía de una tienda.
—Perdone, iba despistada y…— no terminó la frase al reconocer los ojos que le miraban con sorpresa.
Pablo también la reconoció, algo en su interior se revolvió. Notó como ya no tenía aquellos sentimientos que a él le dolieron tanto. Ni amor, ni rencor, ahora solo sentía indiferencia.
—Hola Isabel, ¿Qué tal estás? —Le preguntó sin gran interés.
—Hola Pablo. Yo bien, ya ves de vacaciones unos días. ¿Tú que haces por aquí? ¿Trabajas en esta tienda? — Le preguntó señalando la librería de la que había salido.
—Sí, trabajo aquí. Si deseas algo de lectura para tus vacaciones puedo recomendarte algún libro. —Respondió con la voz firme y una sonrisa en la boca.
—No, lo mío no han sido nunca los libros, ya lo sabes. Al menos has encontrado trabajo en lo que te gusta. En realidad, siempre quisiste una librería y no una tienda como la mía. Quizá te tenía que haber hecho caso. ¿Sabes? Llevar una tienda, no era como yo esperaba. — Le dijo bajito y guardándose para sí que en general su vida no había ido bien. El negocio estaba yéndose a pique y la relación que comenzó al poco de dejarle a él acabó de malas maneras.
El chico era joven y con ganas de aventura, muy aficionado a la meditación y la comida natural. Los de su entorno le llamaban “el yogui”. Cuando consiguió que le pagase el viaje de sus sueños, para conocer a los famosos maestros de la meditación en la India, nunca más volvió a saber de él.
—Bueno Pablo, no quiero entretenerte. A ver si por mi culpa te despide tu jefe. — y dándose la vuelta prosiguió su camino.
Pablo se quedó mirando la espalda de la que un día le robó el corazón. Ese caminar renqueante le decía que su vida no había ido como a ella le hubiese gustado. La conocía demasiado bien. Días después de dejar la relación, un amigo común le contó que ella le había visto con su amante, abrazándose en plena calle. Al principio no entendía nada, hasta que se dio cuenta quién era “la amante” a la que se había abrazado. Nerea, la chica que atiende el estanco, fue la persona que le dio la gran noticia. Le había tocado la lotería. La alegría era tal, que ambos se fundieron en un ruidoso abrazo. Eso es lo que vio Isabel. Nunca le dejó explicarse.
En fin, él continuará con su tranquilo existir. La vida le sonreía, su gran sueño cumplido. La librería en la que ella había supuesto que trabajaba, era suya. La había montado con el dinero de aquel sorteo. Allí se reunían lectores y escritores a debatir libros, había cuenta cuentos para niños. Además, no hacía mucho, se había vuelto a enamorar. Esta vez los gustos eran compartidos. Ella era una escritora que intentaba abrirse camino en aquel difícil mundo, asimismo apoyaba su proyecto y colaboraba en él.
Malditos malentendidos Gracias por este magnífico relato Sigues mejorando lunes a lunes
ResponderEliminarFalta comunicación...,
ResponderEliminar.... y escucha.
ResponderEliminarEstamos llenos de prejuicios