Te perdono y me perdono

 

Sentada mirando el firmamento me fijo en un punto luminoso y brillante, que tintinea llamando mi atención. El recuerdo de quien siendo muy pequeña me mostró cómo hablar con los que ya no están, me invade.

Me concentro en esa pequeña estrella y susurro. Quiero perdonarte y perdonarme. Perdonarte todas las veces que te busqué y no estabas; las que queriéndote contar mis cosas acabamos hablando solo de las tuyas. Me gustaría olvidar que por mi bien siempre se hacían las cosas a tu manera y que experimentar no entrase en tu vocabulario. Todas esas veces que no me diste la libertad de equivocarme. También que cuando me equivocaba siempre recibía un reproche y una espalda vuelta. Pocas veces me tendiste la mano para levantarme o evitar que el golpe se amortiguara. Cuántas veces me mandaste callar para escuchar una noticia, que nada tenía que ver con nosotras. Mis cosas no eran tan importantes. Tu manera de educarme era a través de las normas que no hay que dejar de seguir. Qué difícil me resultaba disfrutar a corazón abierto. El miedo a no estar a la altura, a no cumplir tus expectativas. Todo esto hoy te lo perdono.

 

Aprovecho para pedir perdón por las rabietas de niña. Por venir a tu vida demasiado pronto. Por ser una niña poco rebelde, ya que eso te hubiese hecho plantearte el mundo de forma diferente, en cambio, te salió una chiquilla conformista.

Cuando siendo adulta no supe ver tu tristeza, no reconocí las señales de todo lo que necesitabas y no pedías. Las veces que desconecté de ti para pensar en mis cosas. No supe ver tu falta de niñez, tus carencias juveniles, que te llevaron a ser una adulta triste. Sí, lo sé, no sabías dar porque no recibiste. Y en mi egoísmo filial no supe captar.








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